San Gregorio el grande, papa
obra de Francisco Goya.
San Gregorio Magno
Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles 28 de mayo del 2008 dedicada -en el ciclo de catequesis que impartió sobre los Padres de la Iglesia– a la figura del Papa san Gregorio Magno.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
El miércoles pasado hablé de un Padre de la Iglesia poco conocido en Occidente, Romano el Meloda; hoy desearía presentar la figura de uno de los mayores Padres en la historia de la Iglesia, uno de los cuatro doctores de Occidente, el Papa san Gregorio, que fue obispo de Roma entre el año 590 y el 604, y que mereció de parte de la tradición el títuloMagnus/Grande. ¡Gregorio fue verdaderamente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia! Nació en Roma, en torno a 540, de una rica familia patricia de la gens Anicia, que se distinguía no sólo por la nobleza de sangre, sino también por el apego a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede Apostólica. De esta familia procedían dos Papas: Felix III (483-492), tatarabuelo de Gregorio, y Agapito (535-536). La casa en la que Gregorio creció se alzaba en el Clivus Scauri, rodeada de solemnes edificios que testimoniaban la grandeza de la antigua Roma y la fuerza espiritual del cristianismo. Para inspirarle elevados sentimientos cristianos estuvieron además los ejemplos de sus padres Gordiano y Silvia, ambos venerados como santos, y los de sus tías paternas Emiliana y Tarsilia, que vivían en la propia casa como vírgenes consagradas en un camino compartido de oración y ascesis.
Gregorio ingresó pronto en la carrera administrativa, que había seguido también su padre, y en 572 alcanzó la cima, convirtiéndose en prefecto de la ciudad. Este cargo, complicado por la tristeza de aquellos tiempos, le permitió aplicarse en un amplio radio a todo tipo de problemas administrativos, obteniendo de ellos luz para sus futuras tareas. En particular quedó en él un profundo sentido del orden y de la disciplina: cuando se convirtió en Papa, sugerirá a los obispos que tomen como modelo en la gestión de los asuntos eclesiásticos la diligencia y el respeto de las leyes propias de los funcionarios civiles. Aquella vida no le debía satisfacer, visto que, no mucho después, decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y comenzar la vida de monje, transformando la casa de familia en el monasterio de San Andrés al Celio. De este período de vida monástica, vida de diálogo permanente con el Señor en la escucha de su palabra, quedó en él una perenne nostalgia que siempre de nuevo y cada vez más aparece en sus homilías: en medio del acoso de las preocupaciones pastorales, lo recordará varias veces en sus escritos como un tiempo feliz de recogimiento en Dios, de dedicación a la oración, de serena inmersión en el estudio. Pudo así adquirir ese profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia del que se sirvió después en sus obras.
Pero el retiro claustral de Gregorio no duró mucho. La preciosa experiencia madurada en la administración civil en un período cargado de graves problemas, las relaciones que tuvo en esta tarea con los bizantinos, la estima universal que se había ganado, indujeron al Papa Pelagio a nombrarle diácono y a enviarle a Constantinopla como su “apocrisiario” -hoy se diría “Nuncio Apostólico”– para favorecer la superación de los últimos restos de la controversia monofisista y sobre todo para obtener el apoyo del emperador en el esfuerzo de contener la presión longobarda. La permanencia en Constantinopla, donde había reanudado la vida monástica con un grupo de monjes, fue importantísima para Gregorio, pues le permitió ganar experiencia directa en el mundo bizantino, así como aproximarse al problema de los Longobardos, que después pondría a dura prueba su habilidad y su energía en los años del Pontificado. Pasados algunos años fue llamado de nuevo a Roma por el Papa, quien le nombró su secretario. Eran años difíciles: las continuas lluvias, el desbordamiento de los ríos y la carestía afligían muchas zonas de Italia y la propia Roma. Al final se desató la peste, que causó numerosas víctimas, entre ellas también el Papa Pelagio II. El clero, el pueblo y el senado fueron unánimes en elegir como su sucesor en la Sede de Pedro precisamente a él, a Gregorio. Intentó resistirse, incluso buscando la fuga, pero todo fue inútil: al final tuvo que ceder. Era el año 590.
Reconociendo en cuanto había sucedido la voluntad de Dios, el nuevo Pontífice se puso inmediatamente al trabajo con empeño. Desde el principio reveló una visión singularmente lúcida de la realidad con la que debía medirse, una extraordinaria capacidad de trabajo al afrontar los asuntos tanto eclesiales como civiles, un constante equilibrio en las decisiones, también valientes, que su misión le imponía. Se conserva de su gobierno una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas (aproximadamente 800), en las que se refleja el afrontamiento diario de los complejos interrogantes que llegaban a su mesa. Eran cuestiones que procedían de los obispos, de los abades, de los clérigos, y también de las autoridades civiles de todo orden y grado. Entre los problemas que afligían en aquel tiempo a Italia y Roma había uno de particular relevancia en el ámbito tanto civil como eclesial: la cuestión longobarda. A ella dedicó el Papa toda energía posible con vistas a una solución verdaderamente pacificadora. A diferencia del Emperador bizantino, que partía del presupuesto de que los Longobardos eran sólo individuos burdos y depredadores a quienes había que derrotar o exterminar, san Gregorio veía a esta gente con los ojos del buen pastor, preocupado de anunciarles la palabra de salvación, estableciendo con ellos relaciones de fraternidad orientadas a una futura paz fundada en el respeto recíproco y en la serena convivencia entre italianos, imperiales y longobardos. Se preocupó de la conversión de los jóvenes pueblos y de la nueva organización civil de Europa: los Visigodos de España, los Francos, los Sajones, los inmigrantes en Bretaña y los Longobardos fueron los destinatarios privilegiados de su misión evangelizadora. Ayer celebramos la memoria litúrgica de san Agustín de Canterbury, guía de un grupo de monjes a los que Gregorio encomendó acudir a Bretaña para evangelizar Inglaterra.
Para obtener una paz efectiva en Roma y en Italia, el Papa se empeñó a fondo -era un verdadero pacificador– emprendiendo una estrecha negociación con el rey longobardo Agilulfo. Tal conversación llevó a un período de tregua que duró unos tres años (598 – 601), tras los cuales fue posible estipular en 603 un armisticio más estable. Este resultado positivo se logró gracias también a los contactos paralelos que, entretanto, el Papa mantenía con la reina Teodolinda, que era una princesa bávara y, a diferencia de los jefes de los otros pueblos germanos, era católica, profundamente católica. Se conserva una serie de cartas del Papa Gregorio a esta reina, en las que él muestra su estima y su amistad hacia aquella. Teodolinda consiguió, poco a poco, orientar al rey hacia el catolicismo, preparando así el camino a la paz. El Papa se preocupó también de enviarle las reliquias para la basílica de san Juan Bautista que ella hizo levantar en Monza, y no dejó de hacerle llegar expresiones de felicitación y preciosos regalos para la misma catedral de Monza con ocasión del nacimiento y del bautismo de su hijo Adaloaldo. La vicisitud de esta reina constituye un bello testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia. En el fondo, los objetivos sobre los que Gregorio apuntó constantemente fueron tres: contener la expansión de los Longobardos en Italia, sustraer a la reina Teodolinda de la influencia de los cismáticos y reforzar la fe católica, así como mediar entre Longobardos y Bizantinos con vistas a un acuerdo que garantizara la paz en la península y a la vez consintiera desarrollar una acción evangelizadora entre los propios Longobardos. Por lo tanto fue doble su constante orientación en la compleja situación: promover acuerdos en el plano diplomático-político, difundir el anuncio de la verdadera fe entre las poblaciones.
Junto a la acción meramente espiritual y pastoral, el Papa Gregorio fue activo protagonista también de una multiforme actividad social. Con las rentas del conspicuo patrimonio que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó trigo, socorrió a quien se encontraba en necesidad, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos que habían caído prisioneros de los Longobardos, adquirió armisticios y treguas. Además desarrolló tanto en Roma como en otras partes de Italia una atenta obra de reordenamiento administrativo, impartiendo instrucciones precisas para que los bienes de la Iglesia, útiles a su subsistencia y a su obra evangelizadora en el mundo, se gestionaran con absoluta rectitud y según las reglas de la justicia y de la misericordia. Exigía que los colonos fueran protegidos de los abusos de los concesionarios de las tierras de propiedad de la Iglesia y, en caso de fraude, que fueran resarcidos con prontitud, para que no se contaminara con beneficios deshonestos el rostro de la Esposa de Cristo.
Gregorio llevó a cabo esta intensa actividad a pesar de su incierta salud, que le obligaba con frecuencia a guardar cama durante largos días. Los ayunos que había practicado en los años de la vida monástica le habían ocasionado serios trastornos digestivos. Además su voz era muy débil, de forma que a menudo tenía que confiar al diácono la lectura de sus homilías para que los fieles de las basílicas romanas pudieran oírle. En cualquier caso hacía lo posible por celebrar en los días de fiesta Missarum sollemnia, esto es, la Misa solemne, y entonces se encontraba personalmente con el pueblo de Dios, que le apreciaba mucho porque veía en él la referencia autorizada para obtener seguridad: no por casualidad se le atribuyó pronto el título de consul Dei. A pesar de las dificilísimas condiciones en las que tuvo que actuar, consiguió conquistar, gracias a la santidad de vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, logrando para su tiempo y para el futuro resultados verdaderamente grandiosos. Era un hombre inmerso en Dios: el deseo de Dios estaba siempre vivo en el fondo de su alma y precisamente por esto estaba siempre muy cerca del prójimo, de las necesidades de la gente de su época. En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y esperanza. Este hombre de Dios nos muestra las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la esperanza, y se convierte así en una guía también para nosotros hoy.
Publiquem l’ intervenció de Benet XVI durant l’audiència general de dimecres 28 maig 2008 dedicada -en el cicle de catequesi que va impartir sobre els Pares de l’Església-a la figura del papa sant Gregori el Gran.
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Estimats germans i germanes!
Dimecres passat vaig parlar d’un Pare de l’Església poc conegut a Occident, Romà el Meloda; avui voldria presentar la figura d’un dels majors Pares en la història de l’Església, un dels quatre doctors d’Occident, el Papa sant Gregori, que va ser bisbe de Roma entre l’any 590 i el 604, i que va merèixer de part de la tradició el titulo Magnus/Gran. ¡Gregorio va ser veritablement un gran Papa i un gran Doctor de l’Església! Va néixer a Roma, al voltant de 540, d’una rica família patrícia de la gens Anicia, que es distingia no només per la noblesa de sang, sinó també per l’afecció a la fe cristiana i pels serveis prestats a la Seu Apostòlica. D’aquesta família procedien dos Papes: Felix III (483-492), rebesavi de Gregorio, i Agapito (535-536). La casa en la qual Gregorio va créixer s’alçava al Clivus Scauri, envoltada de solemnes edificis que testimoniaven la grandesa de l’antiga Roma i la força espiritual del cristianisme. Per inspirar elevats sentiments cristians van estar a més els exemples dels seus pares Gordià i Silvia, ambdós venerats com a sants, i els de les seves ties paternes Emiliana i Tarsilia, que vivien a la casa com verges consagrades en un camí compartit d’oració i ascesi.
Gregorio va ingressar aviat en la carrera administrativa, que havia seguit també el seu pare, i en 572 va aconseguir el cim, convertint-se en prefecte de la ciutat. Aquest càrrec, complicat per la tristesa d’aquells temps, li va permetre aplicar-se en un ampli radi a tot tipus de problemes administratius, obtenint d’ells llum per a les seves futures tasques. En particular va quedar en ell un profund sentit de l’ordre i de la disciplina: quan es va convertir en Papa, suggerirà als bisbes que prenguin com a model en la gestió dels assumptes eclesiàstics la diligència i el respecte de les lleis pròpies dels funcionaris civils. Aquella vida no li havia de satisfer, vist que, no gaire després, va decidir deixar tot càrrec civil per retirar a casa seva i començar la vida de monjo, transformant la casa de família al monestir de Sant Andreu al Celio. D’aquest període de vida monàstica, vida de diàleg permanent amb el Senyor en l’escolta de la seva paraula, va quedar en ell una perenne nostàlgia que sempre de nou i cada vegada més apareix en les seves homilies: enmig de l’assetjament de les preocupacions pastorals, recordarà diverses vegades en els seus escrits com un temps feliç de recolliment en Déu, de dedicació a la pregària, de serena immersió en l’estudi. Va poder així adquirir aquest profund coneixement de la Sagrada Escriptura i dels Pares de l’Església del qual es va servir després en les seves obres.
Però la retirada claustral de Gregorio no va durar molt. La preciosa experiència madurada en l’administració civil en un període carregat de greus problemes, les relacions que va tenir en aquesta tasca amb els bizantins, l’estima universal que s’havia guanyat, van induir al papa Pelagi a anomenar-diaca i a enviar-li a Constantinoble com el seu «apocrisiario «-avui es diria» nunci Apostòlic «- per afavorir la superació de les últimes restes de la controvèrsia monofisista i sobretot per obtenir el suport de l’emperador en l’esforç de contenir la pressió longobarda. La permanència a Constantinoble, on havia reprès la vida monàstica amb un grup de monjos, va ser importantíssima per a Gregorio, ja que li va permetre guanyar experiència directa en el món bizantí, així com aproximar-se al problema dels longobards, que després posaria a prova la seva habilitat i la seva energia en els anys de Pontificat. Passats alguns anys va ser cridat de nou a Roma pel Papa, qui el va nomenar el seu secretari. Eren anys difícils: les contínues pluges, el desbordament dels rius i la carestia afligien moltes zones d’Itàlia i la pròpia Roma. Al final es va deslligar la pesta, que va causar nombroses víctimes, entre elles també el Papa Pelagi II. El clergat, el poble i el senat van ser unànimes a elegir com el seu successor a la seu de Pere precisament a ell, a Gregorio. Va intentar resistir, fins i tot buscant la fugida, però tot va ser inútil: al final va haver de cedir. Era l’any 590.
Reconeixent així que havia succeït la voluntat de Déu, el nou Pontífex es va posar immediatament a la feina amb afany. Des del principi va revelar una visió singularment lúcida de la realitat amb la que havia de mesurar, una extraordinària capacitat de treball en afrontar els assumptes tant eclesials com civils, un constant equilibri en les decisions, també valentes, que la seva missió li imposava. Es conserva del seu govern una àmplia documentació gràcies al Registre de les seves cartes (aproximadament 800), en què es reflecteix l’afrontament diari dels complexos interrogants que arribaven a la seva taula. Eren qüestions que procedien dels bisbes, dels abats, dels clergues, i també de les autoritats civils de tot tipus i grau. Entre els problemes que afligien en aquell temps a Itàlia i Roma n’hi havia un de particular rellevància en l’àmbit tant civil com eclesial: la qüestió longobarda. A ella va dedicar el Papa tota energia possible amb vista a una solució veritablement pacificadora. A diferència de l’Emperador bizantí, que partia del pressupòsit que els longobards eren només individus bastos i depredadors als qui calia derrotar o exterminar, sant Gregori veia aquesta gent amb els ulls del bon pastor, preocupat d’anunciar la paraula de salvació, establint amb ells relacions de fraternitat orientades a una futura pau fundada en el respecte recíproc i en la serena convivència entre italians, imperials i longobards. Es va preocupar de la conversió dels joves pobles i de la nova organització civil d’Europa: els Visigots d’Espanya, els Francs, els Sajonies, els immigrants a Bretanya i els longobards van ser els destinataris privilegiats de la seva missió evangelitzadora. Ahir vam celebrar la memòria litúrgica de sant Agustí de Canterbury, guia d’un grup de monjos als quals Gregorio encomanar anar a Bretanya per evangelitzar Anglaterra.
Per obtenir una pau efectiva a Roma i a Itàlia, el Papa es va obstinar a fons -era un veritable pacificador emprenent una estreta negociació amb el rei longobard Agilulfo. Tal conversa va portar a un període de treva que va durar uns tres anys (598-601), després dels quals va ser possible estipular en 603 un armistici més estable. Aquest resultat positiu es va aconseguir gràcies també als contactes paral lels que, mentrestant, el Papa mantenia amb la reina Teodolinda, que era una princesa bavaresa i, a diferència dels caps dels altres pobles germànics, era catòlica, profundament catòlica. Es conserva una sèrie de cartes del papa Gregori a aquesta reina, en què ell mostra la seva estima i la seva amistat cap a aquella. Teodolinda va aconseguir, poc a poc, orientar el rei cap al catolicisme, preparant així el camí a la pau. El Papa es va preocupar també d’enviar-les relíquies per a la basílica de sant Joan Baptista que ella va fer aixecar a Monza, i no va deixar de fer-li arribar expressions de felicitació i preciosos regals per a la mateixa catedral de Monza amb ocasió del naixement i del baptisme del seu fill Adaloaldo. La vicissitud d’aquesta reina constitueix un bell testimoni sobre la importància de les dones en la història de l’Església. En el fons, els objectius sobre els quals Gregorio apunta constantment van ser tres: contenir l’expansió dels longobards a Itàlia, sostreure la reina Teodolinda de la influència dels cismàtics i reforçar la fe catòlica, així com intervenir entre Longobards i Bizantins amb vistes a un acord que garantís la pau a la península i alhora consentís desenvolupar una acció evangelitzadora entre els mateixos Longobards. Per tant va ser doble la seva constant orientació en la complexa situació: promoure acords en el pla diplomàtic-polític, difondre l’anunci de la veritable fe entre les poblacions.
Al costat de l’acció merament espiritual i pastoral, el Papa Gregori va ser actiu protagonista també d’una multiforme activitat social. Amb les rendes del conspicu patrimoni que la Seu romana posseïa a Itàlia, especialment a Sicília, va comprar i va distribuir blat, va socórrer a qui es trobava en necessitat, va ajudar a sacerdots, monjos i monges que vivien en la indigència, va pagar rescats de ciutadans que havien caigut presoners dels longobards, va adquirir armisticis i treves. A més va desenvolupar tant a Roma com en altres parts d’Itàlia una atenta obra de reordenament administratiu, impartint instruccions precises perquè els béns de l’Església, útils a la seva subsistència i la seva obra evangelitzadora en el món, es gestionaran amb absoluta rectitud i segons les regles de la justícia i de la misericòrdia. Exigia que els colons fossin protegits dels abusos dels concessionaris de les terres de propietat de l’Església i, en cas de frau, que foren rescabalats amb promptitud, perquè no es contaminés amb beneficis deshonestos la cara de l’Esposa de Crist.
Gregori va dur a terme aquesta intensa activitat malgrat la seva incerta salut, que l’obligava sovint a guardar llit durant llargs dies. Els dejunis que havia practicat en els anys de la vida monàstica li havien ocasionat seriosos trastorns digestius. A més la seva veu era molt feble, de manera que sovint havia de confiar al diaca la lectura de les seves homilies perquè els fidels de les basíliques romanes poguessin sentir-lo. En qualsevol cas feia el possible per celebrar en els dies de festa Missarum sollemnia, és a dir, la Missa solemne, i llavors es trobava personalment amb el poble de Déu, que li apreciava molt perquè veia en ell la referència autoritzada per obtenir seguretat: no per casualitat se li va atribuir aviat el títol de consul Dei. Malgrat les dificilíssimes condicions en què va haver d’actuar, va aconseguir conquerir, gràcies a la santedat de vida i a la rica humanitat, la confiança dels fidels, aconseguint per al seu temps i per al futur resultats veritablement grandiosos. Era un home immers en Déu: el desig de Déu estava sempre viu al fons de la seva ànima i precisament per això estava sempre molt a prop del proïsme, de les necessitats de la gent de la seva època. En un temps desastrós, més encara, desesperat, va saber crear pau i esperança. Aquest home de Déu ens mostra les veritables fonts de la pau, d’on ve l’esperança, i es converteix així en una guia també per a nosaltres avui.
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Ecco l’indirizzo di Benedetto XVI durante l’udienza generale di Mercoledì 28 Maggio 2008- in ciclo dedicato alle catechesi sui Padri della Chiesa, sulla figura di Papa Gregorio Magno.
Cari fratelli e sorelle!
mercoledì scorso ho parlato di un Padre della Chiesa poco conosciuto in Occidente, Romano il Melode, oggi vorrei presentare la figura di uno dei più grandi Padri nella storia della Chiesa, uno dei quattro dottori dell’Occidente, il Papa san Gregorio, che fu Vescovo di Roma tra il 590 e il 604, e che meritò dalla tradizione il titolo di Magnus/Grande. Gregorio fu veramente un grande Papa e un grande Dottore della Chiesa! Nacque a Roma, intorno al 540, da una ricca famiglia patrizia dellagens Anicia, che si distingueva non solo per la nobiltà del sangue, ma anche per l’attaccamento alla fede cristiana e per i servizi resi alla Sede Apostolica. Da tale famiglia erano usciti due Papi: Felice III (483-492), trisavolo di Gregorio, e Agapito (535-536). La casa in cui Gregorio crebbe sorgeva sul Clivus Scauri, circondata da solenni edifici che testimoniavano la grandezza della Roma antica e la forza spirituale del cristianesimo. Ad ispirargli alti sentimenti cristiani vi erano poi gli esempi dei genitori Gordiano e Silvia, ambedue venerati come santi, e quelli delle due zie paterne, Emiliana e Tarsilia, vissute nella propria casa quali vergini consacrate in un cammino condiviso di preghiera e di ascesi.
Gregorio entrò presto nella carriera amministrativa, che aveva seguito anche il padre, e nel 572 ne raggiunse il culmine, divenendo prefetto della città. Questa mansione, complicata dalla tristezza dei tempi, gli consentì di applicarsi su vasto raggio ad ogni genere di problemi amministrativi, traendone lumi per i futuri compiti. In particolare, gli rimase un profondo senso dell’ordine e della disciplina: divenuto Papa, suggerirà ai Vescovi di prendere a modello nella gestione degli affari ecclesiastici la diligenza e il rispetto delle leggi propri dei funzionari civili. Questa vita tuttavia non lo doveva soddisfare se, non molto dopo, decise di lasciare ogni carica civile, per ritirarsi nella sua casa ed iniziare la vita di monaco, trasformando la casa di famiglia nel monastero di Sant’Andrea al Celio. Di questo periodo di vita monastica, vita di dialogo permanente con il Signore nell’ascolto della sua parola, gli resterà una perenne nostalgia che sempre di nuovo e sempre di più appare nelle sue omelie: in mezzo agli assilli delle preoccupazioni pastorali, lo ricorderà più volte nei suoi scritti come un tempo felice di raccoglimento in Dio, di dedizione alla preghiera, di serena immersione nello studio. Poté così acquisire quella profonda conoscenza della Sacra Scrittura e dei Padri della Chiesa di cui si servì poi nelle sue opere.
Ma il ritiro claustrale di Gregorio non durò a lungo. La preziosa esperienza maturata nell’amministrazione civile in un periodo carico di gravi problemi, i rapporti avuti in questo ufficio con i bizantini, l’universale stima che si era acquistata, indussero Papa Pelagio a nominarlo diacono e ad inviarlo a Costantinopoli quale suo “apocrisario”, oggi si direbbe “Nunzio Apostolico”, per favorire il superamento degli ultimi strascichi della controversia monofisita e soprattutto per ottenere l’appoggio dell’imperatore nello sforzo di contenere la pressione longobarda. La permanenza a Costantinopoli, ove con un gruppo di monaci aveva ripreso la vita monastica, fu importantissima per Gregorio, poiché gli diede modo di acquisire diretta esperienza del mondo bizantino, come pure di accostare il problema dei Longobardi, che avrebbe poi messo a dura prova la sua abilità e la sua energia negli anni del Pontificato. Dopo alcuni anni fu richiamato a Roma dal Papa, che lo nominò suo segretario. Erano anni difficili: le continue piogge, lo straripare dei fiumi, la carestia affliggevano molte zone d’Italia e la stessa Roma. Alla fine scoppiò anche la peste, che fece numerose vittime, tra le quali anche il Papa Pelagio II. Il clero, il popolo e il senato furono unanimi nello scegliere quale suo successore sulla Sede di Pietro proprio lui, Gregorio. Egli cercò di resistere, tentando anche la fuga, ma non ci fu nulla da fare: alla fine dovette cedere. Era l’anno 590.
Riconoscendo in quanto era avvenuto la volontà di Dio, il nuovo Pontefice si mise subito con lena al lavoro. Fin dall’inizio rivelò una visione singolarmente lucida della realtà con cui doveva misurarsi, una straordinaria capacità di lavoro nell’affrontare gli affari tanto ecclesiastici quanto civili, un costante equilibrio nelle decisioni, anche coraggiose, che l’ufficio gli imponeva. Si conserva del suo governo un’ampia documentazione grazie al Registro delle sue lettere (oltre 800), nelle quali si riflette il quotidiano confronto con i complessi interrogativi che affluivano sul suo tavolo. Erano questioni che gli venivano dai Vescovi, dagli Abati, dai clerici, e anche dalle autorità civili di ogni ordine e grado. Tra i problemi che affliggevano in quel tempo l’Italia e Roma ve n’era uno di particolare rilievo in ambito sia civile che ecclesiale: la questione longobarda. Ad essa il Papa dedicò ogni energia possibile in vista di una soluzione veramente pacificatrice. A differenza dell’Imperatore bizantino che partiva dal presupposto che i Longobardi fossero soltanto individui rozzi e predatori da sconfiggere o da sterminare, san Gregorio vedeva questa gente con gli occhi del buon pastore, preoccupato di annunciare loro la parola di salvezza, stabilendo con essi rapporti di fraternità in vista di una futura pace fondata sul rispetto reciproco e sulla serena convivenza tra italiani, imperiali e longobardi. Si preoccupò della conversione dei giovani popoli e del nuovo assetto civile dell’Europa: i Visigoti della Spagna, i Franchi, i Sassoni, gli immigrati in Britannia ed i Longobardi, furono i destinatari privilegiati della sua missione evangelizzatrice. Abbiamo celebrato ieri la memoria liturgica di sant’Agostino di Canterbury, il capo di un gruppo di monaci incaricati da Gregorio di andare in Britannia per evangelizzare l’Inghilterra.
Per ottenere una pace effettiva a Roma e in Italia, il Papa si impegnò a fondo – era un vero pacificatore – , intraprendendo una serrata trattativa col re longobardo Agilulfo. Tale negoziazione portò ad un periodo di tregua che durò per circa tre anni (598 – 601), dopo i quali fu possibile stipulare nel 603 un più stabile armistizio. Questo risultato positivo fu ottenuto anche grazie ai paralleli contatti che, nel frattempo, il Papa intratteneva con la regina Teodolinda, che era una principessa bavarese e, a differenza dei capi degli altri popoli germanici, era cattolica, profondamente cattolica. Si conserva una serie di lettere del Papa Gregorio a questa regina, nelle quali egli rivela dimostrano la sua stima e la sua amicizia per lei. Teodolinda riuscì man mano a guidare il re al cattolicesimo, preparando così la via alla pace. Il Papa si preoccupò anche di inviarle le reliquie per la basilica di S. Giovanni Battista da lei fatta erigere a Monza, né mancò di farle giungere espressioni di augurio e preziosi doni per la medesima cattedrale di Monza in occasione della nascita e del battesimo del figlio Adaloaldo. La vicenda di questa regina costituisce una bella testimonianza circa l’importanza delle donne nella storia della Chiesa. In fondo, gli obiettivi sui quali Gregorio puntò costantemente furono tre: contenere l’espansione dei Longobardi in Italia; sottrarre la regina Teodolinda all’influsso degli scismatici e rafforzarne la fede cattolica; mediare tra Longobardi e Bizantini in vista di un accordo che garantisse la pace nella penisola e in pari tempo consentisse di svolgere un’azione evangelizzatrice tra i Longobardi stessi. Duplice fu quindi il suo costante orientamento nella complessa vicenda: promuovere intese sul piano diplomatico-politico, diffondere l’annuncio della vera fede tra le popolazioni.
Accanto all’azione meramente spirituale e pastorale, Papa Gregorio si rese attivo protagonista anche di una multiforme attività sociale. Con le rendite del cospicuo patrimonio che la Sede romana possedeva in Italia, specialmente in Sicilia, comprò e distribuì grano, soccorse chi era nel bisogno, aiutò sacerdoti, monaci e monache che vivevano nell’indigenza, pagò riscatti di cittadini caduti prigionieri dei Longobardi, comperò armistizi e tregue. Inoltre svolse sia a Roma che in altre parti d’Italia un’attenta opera di riordino amministrativo, impartendo precise istruzioni affinché i beni della Chiesa, utili alla sua sussistenza e alla sua opera evangelizzatrice nel mondo, fossero gestiti con assoluta rettitudine e secondo le regole della giustizia e della misericordia. Esigeva che i coloni fossero protetti dalle prevaricazioni dei concessionari delle terre di proprietà della Chiesa e, in caso di frode, fossero prontamente risarciti, affinché non fosse inquinato con profitti disonesti il volto della Sposa di Cristo.
Questa intensa attività Gregorio la svolse nonostante la malferma salute, che lo costringeva spesso a restare a letto per lunghi giorni. I digiuni praticati durante gli anni della vita monastica gli avevano procurato seri disturbi all’apparato digerente. Inoltre, la sua voce era molto debole così che spesso era costretto ad affidare al diacono la lettura delle sue omelie, affinché i fedeli presenti nelle basiliche romane potessero sentirlo. Faceva comunque il possibile per celebrare nei giorni di festa Missarum sollemnia, cioè la Messa solenne, e allora incontrava personalmente il popolo di Dio, che gli era molto affezionato, perché vedeva in lui il riferimento autorevole a cui attingere sicurezza: non a caso gli venne ben presto attribuito il titolo di consul Dei. Nonostante le condizioni difficilissime in cui si trovò ad operare, riuscì a conquistarsi, grazie alla santità della vita e alla ricca umanità, la fiducia dei fedeli, conseguendo per il suo tempo e per il futuro risultati veramente grandiosi. Era un uomo immerso in Dio: il desiderio di Dio era sempre vivo nel fondo della sua anima e proprio per questo egli era sempre molto vicino al prossimo, ai bisogni della gente del suo tempo. In un tempo disastroso, anzi disperato, seppe creare pace e dare speranza. Quest’uomo di Dio ci mostra dove sono le vere sorgenti della pace, da dove viene la vera speranza e diventa così una guida anche per noi oggi.