13 de septiembre.

crisóstomo

San Juan Crisóstomo

Nació en Antioquía, de padres cristianos, hacia el año 349. Su madre era un modelo de virtud. Estudió retórica bajo Libanius, el mas famoso orador de su época y en el 374 comenzó una vida de anacoreta en las montañas. En el 386, su mala salud le forzó a regresar a Antioquia. Allí fue ordenado sacerdote.  Ejerció, con gran provecho, el ministerio de la predicación.

El año 397 fue elegido obispo de Constantinopla, cargo en el que se comportó como un pastor ejemplar, esforzándose por llevar a cabo una estricta reforma de las costumbres del clero y de los fieles.

Su rectitud en proclamar y defender la verdad le ganó muchos enemigos. La oposición de la corte imperial y de los envidiosos maquinaron acusasiones contra el y lo llevaron dos veces al destierro y eventualmente a Pythius en la periferia del imperio. Uno de sus enemigos, Theophilus, Patriarca de Alejandría, se arrepintió antes de su muerte.  Otro enemigo era la emperadora Eudoxia.

Tuvo el consuelo de contar siempre con el apoyo del Papa y llevó todas las tribulaciones con gran valentía y fe.

Acabado por tantas miserias, murió en Comana, en el Ponto, el día 14 de septiembre del año 407. Contribuyó en gran manera, por su palabra y escritos, al enriquecimiento de la doctrina cristiana, mereciendo el apelativo de Crisóstomo, es decir, «Boca de oro».

Ofrecemos una de sus famosas homilías y la oración litúrgica de su día:

Para mi la vida es Cristo, y una ganancia el morir
De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo
Homilías antes de partir en exilio, 1-3

Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con otros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, o lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.

Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.

Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro.

Oración

Oh Dios, fortaleza de los que esperan en ti, que has hecho brillar en la Iglesia a san Juan Crisóstomo por su admirable elocuencia y su capacidad de sacrificio, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos llene de fuerza el ejemplo de su valerosa paciencia. Por nuestro Señor Jesucristo.

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12 de septiembre.

La parábola de los ciegos (en neerlandés, De parabel der blinden) es una obra del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo. Es un óleo sobre tabla, pintado en el año 1568. Mide 86 cm de alto y 154 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo di Capodimonte de Nápoles, Italia. También puede encontrarse con otros títulos, como El ciego guiando a otros ciegos o Ceguera o incluso Ciegos de Nápoles1 Hay seis ciegos que caminan uno delante de otros. Un guía, también ciego, los precede y cae en un agujero. El siguiente ciego se tambalea por encima del primero. El tercero, conectado con el segundo, sigue a sus precedesores. El quinto y el sexto aún no saben lo que está pasando, pero al final acabarán cayendo también en el agujero.  En cuanto al aporte científico del pintor está lo que sigue: “En varios de los seis ciegos puede identificarse distinta afección ocular. El primer ciego ya ha caído al río arrastrando en su caída al segundo. En este segundo ciego, se aprecia enucleación bilateral. Podría tratarse de un traumatismo por una pelea o accidente, o muy posiblemente por la costumbre de sacar los ojos de los nobles vencidos en las guerras. El tercer ciego presenta un leucoma corneal en su ojo derecho y el cuarto ciego, una ptisis bulbi grave. El quinto ciego oculta sus ojos con un gorro, imagen representada de forma recurrente por Bruegel en otras obras. El sexto ciego presenta dos cataratas hipermaduras evidentes. En definitiva se trata de una obra extraordinaria en la que puede identificarse la afección ocular de los ciegos que la componen.”

La parábola de los ciegos (en neerlandés, De parabel der blinden) es una obra del pintor flamenco Pieter Brueghel el Viejo. Es un óleo sobre tabla, pintado en el año 1568. Mide 86 cm de alto y 154 cm de ancho. Se exhibe actualmente en el Museo di Capodimonte de Nápoles, Italia.
También puede encontrarse con otros títulos, como El ciego guiando a otros ciegos o Ceguera o incluso Ciegos de Nápoles1
Hay seis ciegos que caminan uno delante de otros. Un guía, también ciego, los precede y cae en un agujero. El siguiente ciego se tambalea por encima del primero. El tercero, conectado con el segundo, sigue a sus precedesores. El quinto y el sexto aún no saben lo que está pasando, pero al final acabarán cayendo también en el agujero. En cuanto al aporte científico del pintor está lo que sigue: “En varios de los seis ciegos puede identificarse distinta afección ocular. El primer ciego ya ha caído al río arrastrando en su caída al segundo. En este segundo ciego, se aprecia enucleación bilateral. Podría tratarse de un traumatismo por una pelea o accidente, o muy posiblemente por la costumbre de sacar los ojos de los nobles vencidos en las guerras. El tercer ciego presenta un leucoma corneal en su ojo derecho y el cuarto ciego, una ptisis bulbi grave. El quinto ciego oculta sus ojos con un gorro, imagen representada de forma recurrente por Bruegel en otras obras. El sexto ciego presenta dos cataratas hipermaduras evidentes. En definitiva se trata de una obra extraordinaria en la que puede identificarse la afección ocular de los ciegos que la componen.”

Viernes XXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 6,39-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro. Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano».

Todo discípulo que esté bien formado, será como su maestro

Hoy, las palabras del Evangelio nos hacen reflexionar sobre la importancia del ejemplo y de procurar para los otros una vida ejemplar. En efecto, el dicho popular dice que «“Fray Ejemplo” es el mejor predicador», u otro que afirma que «más vale una imagen que mil palabras». No olvidemos que, en el cristianismo, todos —¡sin excepción!— somos guías, ya que el Bautismo nos confiere una participación en el sacerdocio (mediación salvadora) de Cristo: en efecto, todos los bautizados hemos recibido el sacerdocio bautismal. Y todo sacerdocio, además de las misiones de santificar y de enseñar a los demás, incorpora también el munus —la función— de regir o dirigir.

Sí, todos —queramos o no— con nuestra conducta tenemos la oportunidad de llegar a ser un modelo estimulante para aquellos que nos rodean. Pensemos, por ejemplo, en la ascendencia que unos padres tienen sobre sus hijos, los profesores sobre los alumnos, las autoridades sobre los ciudadanos, etc. El cristiano, sin embargo, debe tener una conciencia particularmente viva acerca de todo esto. Pero…, «¿podrá un ciego guiar a otro ciego?» (Lc 6,39).

Para nosotros, cristianos, es como una llamada de atención aquello que los judíos y las primeras generaciones de cristianos decían de Jesucristo: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37); «El Señor comenzó a hacer y enseñar» (Hch 1,1).

Debemos procurar traducir en obras aquello que creemos y profesamos de palabra. En una ocasión, el Papa emérito, Benedicto XVI, cuando todavía era el Cardenal Ratzinger, afirmaba que «el peligro más amenazador son los cristianismos adaptados», es decir, el caso de aquellas personas que de palabra se profesan católicas pero que, en la práctica, con su conducta, no manifiestan el “radicalismo” propio del Evangelio, con otro universo mental dice los mismo nuestro Papa Francisco.

Ser radicales no equivale a fanáticos (ya que la caridad es paciente y tolerante) ni a exagerados (pues en cuestiones de amor no es posible exagerar). Como ha afirmado san Juan Pablo II, «el Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre»: no se trata ni de un fanático ni de un exagerado. Pero sí que es radical, tanto que nos hace decir con el centurión que asistió a su muerte: «Verdaderamente este hombre era justo»(Lc 23,47).

nombre de María

Hoy 12 también se conmemora el dulce nombre de María.

El hecho de que la Santísima Virgen lleve el nombre de María es el motivo de esta festividad, instituida con el objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la Santa Madre, las necesidades de la iglesia, le den gracias por su omnipotente protección y sus innumerables beneficios, en especial los que reciben por las gracias y la mediación de la Virgen María. Por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, rey de Polonia.

Esta conmemoración es probablemente algo más antigua que el año 1513, aunque no se tienen pruebas concretas sobre ello. Todo lo que podemos decir es que la gran devoción al Santo Nombre de Jesús, que se debe en parte a las predicaciones de San Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santo Nombre de María.

Oración para invocar el nombre de María

¡Madre de Dios y Madre mía María! Yo no soy digno de pronunciar tu nombre; pero tú que deseas y quieres mi salvación, me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura, que pueda llamar en mi socorro tu santo y poderoso nombre, que es ayuda en la vida y salvación al morir. ¡Dulce Madre, María! haz que tu nombre, de hoy en adelante, sea la respiración de mi vida. No tardes, Señora, en auxiliarme cada vez que te llame. Pues en cada tentación que me combata, y en cualquier necesidad que experimente, quiero llamarte sin cesar; ¡María! Así espero hacerlo en la vida, y así, sobre todo, en la última hora, para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado: “¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!” ¡Qué aliento, dulzura y confianza, qué ternura siento con sólo nombrarte y pensar en ti! Doy gracias a nuestro Señor y Dios, que nos ha dado para nuestro bien, este nombre tan dulce, tan amable y poderoso. Señora, no me contento con sólo pronunciar tu nombre; quiero que tu amor me recuerde que debo llamarte a cada instante; y que pueda exclamar con san Anselmo: “¡Oh nombre de la Madre de Dios, tú eres el amor mío!” Amada María y amado Jesús mío, que vivan siempre en mi corazón y en el de todos, vuestros nombres salvadores. Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre, para acordarme sólo y siempre, de invocar vuestros nombres adorados. Jesús, Redentor mío, y Madre mía María, cuando llegue la hora de dejar esta vida, concédeme entonces la gracia de deciros: “Os amo, Jesús y María; Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía”.

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11 de septiembre.

amad a vuestros enemigos

Jueves XXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos. »Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo

Hoy, en el Evangelio, el Señor nos pide por dos veces que amemos a los enemigos. Y seguidamente da tres concreciones positivas de este mandato: haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Es un mandato que parece difícil de cumplir: ¿cómo podemos amar a quienes no nos aman? Es más, ¿cómo podemos amar a quienes sabemos cierto que nos quieren mal? Llegar a amar de este modo es un don de Dios, pero es preciso que estemos abiertos a él. Bien mirado, amar a los enemigos es lo más sabio humanamente hablando: el enemigo amado se verá desarmado; amarlo puede ser la condición de posibilidad para que deje de ser enemigo. En la misma línea, Jesús continúa diciendo: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (Lc 6,29). Podría parecer un exceso de mansedumbre. Ahora bien, ¿qué hizo Jesús al ser abofeteado en su pasión? Ciertamente no contraatacó, pero respondió con una firmeza tal, llena de caridad, que debió hacer reflexionar a aquel siervo airado: «Si he hablado mal, di en qué, pero si he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,22-23). En todas las religiones hay una máxima de oro: «No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti». Jesús es el único que la formula en positivo: «Lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente» (Lc 6,31). Esta regla de oro es el fundamento de toda la moral. Comentando este versículo, nos alecciona san Juan Crisóstomo: «Todavía hay más, porque Jesús no dijo únicamente: ‘desead todo bien para los demás’, sino ‘haced el bien a los demás’»; por eso, la máxima de oro propuesta por Jesús no se puede quedar en un mero deseo, sino que debe traducirse en obras.

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10 de septiembre.

bienavent

Miércoles XXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.

»Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».

Bienaventurados los pobres. (…) ¡Ay de vosotros los ricos!

Hoy, Jesús señala dónde está la verdadera felicidad. En la versión de Lucas, las bienaventuranzas vienen acompañadas por unos lamentos que se duelen por aquellos que no aceptan el mensaje de salvación, sino que se encierran en una vida autosuficiente y egoísta. Con las bienaventuranzas y los lamentos, Jesús hace una aplicación de la doctrina de los dos caminos: el camino de la vida y el camino de la muerte. No hay una tercera posibilidad neutra: quién no va hacia la vida se encamina hacia la muerte; quién no sigue la luz, vive en las tinieblas.

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20). Esta bienaventuranza es la base de todas las demás, pues quien es pobre será capaz de recibir el Reino de Dios como un don. Quien es pobre se dará cuenta de qué cosas ha de tener hambre y sed: no de bienes materiales, sino de la Palabra de Dios; no de poder, sino de justicia y amor. Quien es pobre podrá llorar ante el sufrimiento del mundo. Quien es pobre sabrá que toda su riqueza es Dios y que, por eso, será incomprendido y perseguido por el mundo.

«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc 6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las que siguen, pues quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus riquezas al servicio de los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su desgracia. Que Dios nos libre del afán de riquezas, de ir detrás de las promesas del mundo y de poner nuestro corazón en los bienes materiales; que Dios no permita que nos veamos satisfechos ante las alabanzas y adulaciones humanas, ya que eso significaría haber puesto el corazón en la gloria del mundo y no en la de Jesucristo. Nos será provechoso recordar lo que nos dice san Basilio: «Quien ama al prójimo como a sí mismo no acumula cosas innecesarias que puedan ser indispensables para otros».

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9 de septiembre.

Jesusenelhuertodelosolivos

Martes XXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios

Hoy quisiera centrar nuestra reflexión en las primeras palabras de este Evangelio: «En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios» (Lc 6,12). Introducciones como ésta pueden pasar desapercibidas en nuestra lectura cotidiana del Evangelio, pero —de hecho— son de la máxima importancia. En concreto, hoy se nos dice claramente que la elección de los doce apóstoles —decisión central para la vida futura de la Iglesia— fue precedida por toda una noche de oración de Jesús, en soledad, ante Dios, su Padre.

¿Cómo era la oración del Señor? De lo que se desprende de su vida, debía ser una plegaria llena de confianza en el Padre, de total abandono a su voluntad —«no busco hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 5,30)—, de manifiesta unión a su obra de salvación. Sólo desde esta profunda, larga y constante oración, sostenida siempre por la acción del Espíritu Santo que, ya presente en el momento de su Encarnación, había descendido sobre Jesús en su Bautismo; sólo así, decíamos, el Señor podía obtener la fuerza y la luz necesarias para continuar su misión de obediencia al Padre para cumplir su obra vicaria de salvación de los hombres. La elección subsiguiente de los Apóstoles, que, como nos recuerda san Cirilo de Alejandría, «Cristo mismo afirma haberles dado la misma misión que recibió del Padre», nos muestra cómo la Iglesia naciente fue fruto de esta oración de Jesús al Padre en el Espíritu y que, por tanto, es obra de la misma Santísima Trinidad. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13).

Ojalá que toda nuestra vida de cristianos —de discípulos de Cristo— esté siempre inmersa en la oración y continuada por ella.

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8 de septiembre.

nacimiento de maría

La Natividad de la Santísima Virgen María.

El Nacimiento

María Santísima, hija de San Joaquín y Santa Ana por especial favor de Dios, nació en Jerusalén, y cuando tuvo tres años fue llevada por sus padres al templo de esa ciudad para ser presentada al Señor y entregada a su servicio, viniendo a ser entre todas las doncellas el mayor ejemplo de santidad y modestia. La Iglesia celebra el 21 de Noviembre la Presentación de la Santísima Virgen en el Templo.

Allí la Niña María aprendió a hilar lana y lino, a labrar las vestiduras sacerdotales y demás objetos para el culto santo; leía con suma atención las divinas escrituras y con encendido amor, aunque sin ninguna ceremonia exterior hizo voto perpetuo de guardar su pureza virginal. En ese entonces debía tener ya más de doce años, pues en esta edad era cuando se permitía a las jóvenes judías hacer votos valederos.

Sabemos por la revelación y el magisterio de la Iglesia, que en Ella, la gracia divina se adelantó a la naturaleza viciada; que ningún hálito impuro la contaminó jamás; que sola Ella, entre todas las hijas de Adán, por un milagro de preservación redentora, fue preservada del universal contagio del pecado original; que Dios pareció haber agotado los tesoros inmensos de su omnipotencia, para embellecer y santificar su alma; y que la fidelidad perfecta de la Virgen, correspondiendo con exacta cooperación a los continuos llamamientos de la gracia, acumuló en sí méritos sobrenaturales sobre toda otra humana medida e hizo de Ella la más bella, la más sublime y santa entre todas las puras criaturas salidas de las manos del Creador.

Fisonomía Exterior de María

El gran Padre y Doctor de la Iglesia, San Ambrosio, dice a este respecto:

«Era la Virgen María de alma prudente y corazón blando y humilde, grave y parca en el hablar, aficionada a lecturas santas, modesta en sus palabras, muy atenta a lo que hacía, y buscando en todo siempre agradar a Dios y no a los hombres.

A nadie molestó jamás, a todos quiso bien, y tuvo particular respeto y reverencia a los mayores.

Nada duro o provocativo había en sus ojos o en su mirar; nada de atrevido o inconsiderado en sus palabras; y en sus acciones, nada que no fuese de todo punto digno y decoroso.

Sus gestos y su andar, nada tenían de ligero, suelto o petulante, antes bien, procedía con todo orden y compostura, de suerte que, la modestia y continente exterior de su persona eran como un bello reflejo de su alma, y podía servir como acabado ejemplar de toda probidad.

Era Ella la mejor guarda de sí misma, y tan apacible en su andar, en sus palabras y ademanes, que con sus pasos y movimientos, más que avanzar en el camino parecía adelantar en la virtud. Cuando hacía esta Virgen modestísima, podía tomarse como regla de buen proceder y de virtud.

Los Desposorios

Dos años después de muertos sus padres y siendo ya de catorce años, quisieron los sumos sacerdotes que tomase esposo, más Ella rehusó esto terminantemente por su amor a la pureza y promesa virginal; pero por providencial manifestación de Dios aceptó, previo voto mutuo de castidad, a San José por compañero, con el cual se desposó y se fue a vivir a Nazaret, pequeña aldea donde se ejercitó en la oración y la contemplación.

El día menos pensado, estando la Santísima Virgen en oración, se le presentó el arcángel San Gabriel y le anunció que Ella concebiría en su seno al Hijo del Altísimo, que iba a hacerse hombre, sin dejar de ser Dios para redimir a la humanidad; y que esto se haría maravillosamente suministrando su purísima sangre en su propio seno al Espíritu Santo obrador del prodigio; luego le reveló, como para confirmar la divina encarnación, que Isabel su prima, había concebido un niño, que sería precursor del Verbo humanado; entonces la Santísima Virgen determinó ir a visitar a Santa Isabel, guardando grande reserva de lo que pasaba; mas en aquel venturoso día —que llamamos de la Visitación—, al ver Santa Isabel a María Santísima, exclamó: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a visitarme?» No pudo María dejar de bendecir a Dios en tal momento y prorrumpió en admirable cántico de alabanzas a Dios, de sentida expresión de humildad y de reconocimiento, que denominamos el himno del Magníficat.

El Nacimiento de Jesús

Antes del Nacimiento del Bautista, María regreso a Nazaret, donde vivía con humildad, recogimiento y oración. Tuvo luego que ir San José a la ciudad de Belén, patria del profeta David, a cumplir con el empadronamiento ordenado por edicto imperial; en tal viaje acompañó al esposo la Santísima Virgen, cuidándose más de pensar en que todo lo ordena la divina providencia, que en la fecha en que pudiera ser el alumbramiento. Habiendo arribado a Belén, hallándose como perdidos en medio de las multitudes que habían llegado de todas partes para hacerse inscribir; en vano buscaron asilo para pasar la noche, pues ninguno les abrió, tanto por ser desconocidos y pobres, como por estar ya todo ocupado. Tuvieron que albergarse en un mezquino establo, refugio de pastorcitos y rebaños. Allí, hacia la media noche, el Verbo encarnado sale milagrosamente del seno de María, ésta lo toma en sus brazos, lo adora, lo envuelve en humildes pañales y coloca sobre unas pajas del pesebre; tal es el nacimiento del divino Infante, cual pasa el rayo de luz por un purísimo cristal.

Por este tiempo, a los 40 días, la Santísima Virgen se presentó, sin estar obligada, al templo de Jerusalén a la ceremonia legal de la Purificación y a ofrecer la oblación del caso. ¡Qué humildad y obediencia!. Y allí oyó las amargas profecías de Simeón el anciano.

Vida en Nazaret

Estando aún la Sagrada Familia en Belén, una noche un ángel del Señor ordenó a San José que tomara a Jesús y con la Santa Madre y huyeran a Egipto porque Herodes buscaba al Niño para darle muerte. ¡Qué afán! Mas qué obediencia y prontitud en emprender aquella huída. Años después por aviso Angélico volvieron a Nazaret.

Siendo el Niño de doce años, fue llevado por sus padres al templo de Jerusalén en cumplimiento de prescripciones santas de asistir a los sacrificios y oír explicar la Sagrada Escritura; mas por la imprevista quedada del Niño Jesús en el templo, —que ellos juzgaron que se les había perdido—, ¡Cuánto sufrimiento hasta encontrarlo!. Estaba en medio de los doctores, oyéndolos y enseñándoles…

En Nazaret continuó la Sagrada Familia la oscura y humilde vida: allí crecía el Niño en edad, santidad y ciencia a vista de todos; allí aumentaba a diario la perfección de María y tuvo la pena de ver morir a San José, a quién asistieron con Jesús en su último instante de vida humana; de allí salió a los 30 años de edad, Jesús divino Maestro, a emprender la vida en público, de enseñanzas, predicación, beneficios y continuo sacrificarse hasta la muerte.

Durante la Vida Pública de Jesús

En los tres años de vida pública de Nuestro Señor Jesucristo hallamos a María Santísima principalmente en tres momentos: 1º Abogando por los necesitados en Caná de Galilea; 2º Saliendo al encuentro de Jesús, agobiado con el peso de la Cruz, en la calle de la amargura; y 3º En el Calvario, donde fue constituida Madre Nuestra.

1º Las Bodas de Caná

Había sido invitado Jesús con sus discípulos a unas bodas, a que asistía también María. Durante la comida faltó el vino. María se lo advirtió a Jesús. «Mujer, le contesta el Salvador, ¿por qué te diriges a mí? No ha llegado aún mi hora».

Y dice María a los sirvientes: «Haced cuanto El os diga». Ordena Jesús que llenen de agua seis tinajas, manda escanciarlas, y gustan los convidados un vino mejor que el que hasta entonces se les había servido. Este fue el primer milagro de Jesús, que sirvió para confirmar a sus discípulos.

Si María no hubiese intervenido, el Salvador no hubiese obrado el prodigio; sin embargo, el milagro se efectuó, y nota el Evangelio que fue el primero que obró Jesús. ¡Qué delicada atención la del Señor!

Durante una época entera de su vida, va como a olvidarse de su Madre; pero antes le concede obtener el primer milagro que confirma la fe de sus discípulos. ¡Qué demostración tan espléndida del poder de María!.

2º En la Calle de la Amargura

Acompañada por San Juan y por las piadosas mujeres, María quiso salir al encuentro de su divino hijo. El lugar del suplicio no es ciertamente un sitio adecuado para una madre.

Bien sabía Ella que no habría podido prestar ningún socorro a su Hijo pues los verdugos, según la ley, se lo habrían impedido. Sabía muy bien, además, que con su presencia, lejos de disminuir el dolor del Salvador, no haría más que aumentarlo. Esto no obstante, su deber, su calidad de Corredentora, no le permitía estar ausente; impulsada por el deber, se dirigió Ella también hacia el Calvario, al encuentro de su Hijo.

Una antigua tradición nos cuenta que la Virgen en vez de agregarse a la multitud tumultuosa que seguía al condenado, tomó un atajo a fin de encontrarse con su Hijo, quizás junto a la puerta por la cual habría debido pasar para dirigirse al Calvario y se encontró de hecho con Él, pero, a causa de los esbirros y de la plebe no hubo ni pudo haber otra cosa, entre Ella y Él, que un rápido cambio de miradas y de afectos, sintetizando en dos palabras pronunciadas más con el corazón que con los labios: «Madre mía, Hijo mío». Cuánto pesar y compasión no se expresarían mutuamente. Cuántas cosas no se dirían en estas dos palabras.

3º María Santísima al pie de la Cruz

Después de haberse visto María como olvidada durante la vida pública del Salvador, reaparece en el momento supremo del sacrificio. Allí está; fuerte en medio de su inmenso dolor. La ve su Hijo, y en su corazón sumergido en el sufrimiento, halla aún, lugar para la compasión y la piedad hacia su Madre. En el momento de la despedida, quiere verse reemplazado para con Ella. ¿A quién confiar tan preciosa misión, sino a su discípulo amado?. «Mujer, dice a María, designando a Juan: he aquí a tu Hijo». «Hijo, dice a San Juan, he aquí a tu Madre».

María mira a su alrededor. Sólo ve a Juan, y a Juan precisamente mira Jesús. Entonces comprendió muy bien María que Juan estaba allí en representación de otros hombres, cuyo lugar él ocupaba en esos instantes sublimes, y esos hombres éramos todos nosotros. Recién entonces comprendió el hondo significado de su «fiat» de Nazaret: para salvarnos, para ser Nuestra Madre en el orden de la gracia, debía sacrificar a su Hijo, en el orden de la naturaleza. He aquí, cómo la Santísima Virgen ha quedado constituida Madre nuestra, he aquí cuál es la parte que ha tenido en nuestra redención y hasta qué punto le somos deudores de la vida de la gracia para nuestra salvación.

Últimos años de la Virgen

Los últimos años vividos por María sobre la tierra, han permanecido envueltos en una neblina tan espesa que casi no es posible entreverlos con la mirada, y mucho menos penetrarlos. La Escritura calla y la tradición nos hace llegar solamente ecos lejanos e inciertos. Indudablemente la Virgen, en aquellos años en que permaneció en la tierra, debió exclamar continuamente, con mayor razón que San Pablo, dirigiéndose a los primeros cristianos: «Mi vida es Cristo y la muerte sería para mí una ganancia. Mas, ¿qué escoger?. A la verdad, mucho mejor sería para mí irme con Él; pero vuestra necesidad me manda quedar aquí… Permaneceré con vosotros para provecho vuestro y gozo de vuestra fe» (Filipenses, 1, 21-26). ¡Si la Iglesia, hija de María era todavía niña, y como tal, aún tenía necesidad de todos aquellos cuidados que sólo una madre puede procurar, de todas aquellas finas y delicadas solicitudes que sólo un corazón de madre puede percibir. Y María, consagrada enteramente al provecho de la Iglesia, prestó de continuo hacia Ella, cuerpo místico de Cristo, todos aquellos cuidados y atenciones maternales que había tenido para con su divino Hijo. A Ella, por consiguiente, como a la madre de una familia, recurrían de continuo los Apóstoles y discípulos, todos los fieles especialmente en las horas de duda, de dolor y de persecución. Ella aconsejaba a todos, sostenía a todos. Junto a Ella, aquellos primeros fieles olvidaban las penas del destierro y se sentían animados para recorrer con ardor el camino que conducía a la patria.

Fin del Destierro

Todo nos induce a creer que la vida terrena de María, así como tuvo su comienzo en la ciudad santa, así también tuvo en ella su término. Ella pasó de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén Celestial. No se comprende bien, en efecto, cómo pudo morir la Virgen. Para nosotros es fácil, demasiado fácil morir. Pero para María no sucede lo mismo.

Después de consolar, enseñar y amparar a los apóstoles y discípulos de Cristo, cuando fue tiempo de salir de este mundo, abrasada en amor divino se durmió plácidamente.

No fue una sacudida violenta que arrancó el alma de María; fue el impulso de la caridad lo que la separó dulcemente del cuerpo enviándola al Paraíso envuelta en una onda de deseo ardiente de su Amado.

Después de su muerte la Santísima Virgen fue llevada a los cielos por los ángeles, donde coronada de gloria y de poder y con trono sobre todos los coros angélicos y todos los santos, permanece eternamente como Madre de Dios que es, y Señora y Madre nuestra, ejerciendo su amabilísimo poder por los siglos de los siglos.

Acudamos confiados a María

Para terminar este dulcísimo tema recordemos las autorizadas y eficaces palabras de San Bernardo: «¡Oh tú quien quiera que seas, que te sientes como fluctuar inseguro entre los grandes riesgos, huracanes y tempestades de este siglo! Si no quieres perecer, si no quieres morir en medio de tan grandes tempestades, pon tus ojos y no apartes tu mirada del fulgor de esta estrella, de María, tu guía y salvadora.

Si se levantan vientos furiosos de tentación, si tropiezas en escollos, si ocurren adversidades, mira a la estrella, invoca a María.

Si te vieres fuertemente arrastrado por los vientos de la soberbia, de la ambición, de la envidia, de la detracción, mira a la estrella, invoca a María.

Si la ira, o la envidia, o la avaricia, o el ardor de la pasión y estímulo de la carne, agitase violentamente la navecilla de tu alma, mira a la estrella, invoca a María.

Si espantado por el número y enormidad de tus pecados, confuso por su espantosa fealdad, y aterrado por el temor del juicio divino, recurrieras a hundirte en la tristeza o, lo que es aún peor, en el abismo de la desesperación, acuérdate de María, acógete a su amparo, invoca su protección.

¡En los peligros, en las perplejidades, en las angustias, piensa en María, acude a María, invoca a María!. No se aparte su nombre de tus labios, no se aparte de tu corazón; y para merecer más seguramente su amparo, procura imitar ante todo los ejemplos virtuosos de su vida.

Siguiéndola, no te extravías; llamándola no desesperas; recordándola, no yerras; sosteniéndote en Ella, no caes; protegiéndote en Ella, no hay por qué temer; guiándote de Ella, no te cansas; amparándote en Ella, con seguridad llegarás a la posesión de la eterna bienaventuranza.

Tengamos, pues, un tierno y ferviente amor, una confianza grande y segura en María Santísima, por ser Ella para nosotros Madre bondadosísima, y además Medianera, por gracia y favor de Dios omnipotente. Ella puede y quiere socorrernos en toda necesidad, en todo peligro, en toda tentación.

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7 de septiembre.

verde homi

Homilía para el XXIII domingo durante el año A

En la vida de san Pacomio se encuentra un texto muy interesante sobre las “visiones” y los “milagros”. A los hermanos que lo interrogaban sobre sus visiones, Pacomio les responde: “¿Quieren que les hable de una gran visión?, Muy bien, no hay visión más grande que aquella de ver a Dios invisible en un hombre visible (el prójimo)”. Y en cuanto a los milagros y curaciones, he aquí lo que les dice: “Si un hombre es tan ciego para no ver la luz de Dios, y si un hermano lo conduce a la fe, no es quizá esto una curación? ¿Si un hombre es mudo, al punto de no poder decir la verdad, o si es manco, a causa de su pereza en cumplir los mandamientos de Dios; en otras palabras: si un pecador es conducido a arrepentirse por la ayuda de un hermano, no es esto un gran milagro?”

Es es el tipo de milagro que Jesús nos invita, a todos, a realizar, sin negar los milagros estupendos que nos anuncia el Evangelio, y que pueden maravillarnos.

Pablo, en la segunda lectura, vuelve a repetir lo que nosotros sabemos, pero que siempre es bueno volver a escuchar: “quien ama a su prójimo cumplió la ley entera”. Pero para entender lo que Pablo en verdad quiere decir, debemos prestar atención al contexto en el cual nos habla. Pablo invita a sus lectores a que obedezcan las leyes civiles, incluso cuando estas emanan de una autoridad pagana, y a observar todavía más los mandamientos de Dios (de lo que se desprende que las leyes inicuas no han de ser obedecidas), porque este es el modo de expresar nuestro amor por aquellos con los que formamos una nación, una iglesia, o una comunidad.

El amor es exigente y comporta responsabilidades. Implica, entre otras cosas, la responsabilidad de ayudar al otro a crecer y de conducir al otro a la conversión, esta es la labor del sacerdote especialmente, la corrección a de mirar a que el otro se convierta, no que nosotros, como dice el Papa Francisco somos patrones, o maestritos, sino que deseamos como Jesús la conversión y la vida del pecador. Dios, leíamos en la primera lectura le dice algo muy grave al profeta Ezequiel: “Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre”. Dios antepone la vida a su mandamiento, pero si uno igual rechaza su mandamiento, elige la muerte, Dios no lo mata.

El pasaje del Evangelio que hemos proclamado nos permite entrar un poco en la vida interior de la comunidad cristiana primitiva y de ver como aquellos primeros cristianos expresaban su amor recíproco a través de la corrección fraterna, será útil comenzar de los últimos versículos de este pasaje. Estos nos muestran que estamos en presencia de una comunidad, primero la de los apóstoles, luego la Iglesia local, porque “allí dónde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”.

Cuando un grupo de personas se reúnen en una Iglesia, o en una comunidad particular, lo hacen con el encargo de vivir una forma determinada de experiencia espiritual, según una disciplina propia, y para ayudarse mutuamente a crecer en el amor de Dios, dentro de un determinado contexto, y también mediante este contexto. Es porque somos todos pecadores, que esta situación exige la corrección fraterna.

Una comunidad no puede absolutamente permitir a uno de sus miembros vivir una vida que está en contradicción con cuanto la comunidad representa. Pero la primera reacción a tal situación, si se presenta, no debe ser de rechazo o de reproche, sino de amor fraterno. No se puede evitar, en situaciones similares, tomar decisiones claras, en nombre del cuerpo que es la Iglesia. el Evangelio describe con mucho cuidado las etapas para seguir si se quiere obrar en un verdadero espíritu de amor y de caridad. La corrección fraterna auténtica no tiene nada que ver con la delación o con iniciativas fanáticas, no tampoco con “terapias de grupo”.

Dios quiere que cada pecador se convierta y viva. Pero el gran misterio es que Dios ha elegido no ejercer directamente su atención amorosa hacia cada uno de nosotros, pecadores, sino de hacerlo a través de otros seres humanos. Ya recordamos el tema de la primera lectura: “Si un pecador no se deshace de su inclinaciones malvadas, porque tú no has hecho nada para disuadirlo de su malas acciones, él morirá, y Tú, serás responsable de su muerte”. Y también San Agustín advierte sobre la grave falta que supondría omitir esa ayuda al prójimo: “Peor eres tú callando que él faltando” Las palabras de Jesús en el Evangelio son también fuertes. Lo que aten en la tierra –no haciendo nada para ayudar al hermano a crecer y a arrepentirse- será atado en el cielo. Y aquello que desaten sobre la tierra –induciendo a su hermano a arrepentirse- será desatado en el cielo. Notemos que el texto del Evangelio de hoy no habla del poder de las llaves dado a Pedro, poder que fue conferido unos capítulos antes. En este texto, Jesús se dirige a todos y recuerda a cada uno que: 1) no practicando la corrección fraterna no se ayuda al hermano a salir de una situación grave; 2) desatando al hermano con la corrección fraterna se le da posibilidad de salvarse.

Se trata, evidentemente, de una terrible “responsabilidad”, pero también de un misterio maravilloso: el hecho que Dios haya elegido salvar a la humanidad, no solamente haciéndose hombre él mismo, sino a través del ministerio de otras personas. El fundamento natural de la corrección fraterna es la necesidad que tiene toda persona de ser ayudada por los demás para alcanzar su fin, pues nadie se ve bien a sí mismo ni reconoce fácilmente sus faltas. De ahí que esta práctica haya sido recomendada también por los autores clásicos como medio para ayudar a los amigos. Corregir al otro es expresión de amistad y de franqueza, y rasgo que distingue al adulador del amigo verdadero. A su vez, dejarse corregir es señal de madurez y condición de progreso espiritual: “el hombre bueno se alegra de ser corregido; el malvado soporta con impaciencia al consejero” (Admoneri bonus gaudet; pessimus quisque rectorem asperrime patitur, Séneca, De ira, 3, 36, 4.).

La corrección fraterna es parte de nuestra vocación, el ofrecerla y recibirla. Pidamos con María la humildad de vivir esta parte tan importante del Evangelio.

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5 de septiembre

remendar

Viernes XXII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 5,33-39): En aquel tiempo, los fariseos y los maestros de la Ley dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben». Jesús les dijo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán en aquellos días».

Les dijo también una parábola: «Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: ‘El añejo es el bueno’».

¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?

Hoy, en nuestra reflexión sobre el Evangelio, vemos la trampa que hacen los fariseos y los maestros de la Ley, cuando tergiversan una cuestión importante: sencillamente, ellos contraponen el ayunar y rezar de los discípulos de Juan y de los fariseos al comer y beber de los discípulos de Jesús.

Jesucristo nos dice que en la vida hay un tiempo para ayunar y rezar, y que hay un tiempo de comer y beber. Eso es: la misma persona que reza y ayuna es la que come y bebe. Lo vemos en la vida cotidiana: contemplamos la alegría sencilla de una familia, quizá de nuestra propia familia. Y vemos que, en otro momento, la tribulación visita aquella familia. Los sujetos son los mismos, pero cada cosa a su tiempo: «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán…» (Lc 5,34).

Todo tiene su momento; bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa: «Un tiempo de rasgar y un tiempo de coser» (Qo 3,7). Estas palabras dichas por un sabio del Antiguo Testamento, no precisamente de los más optimistas, casi coinciden con la sencilla parábola del vestido remendado. Y seguramente coinciden de alguna manera con nuestra propia experiencia. La equivocación es que en el tiempo de coser, rasguemos; y que durante el tiempo de rasgar, cosamos. Es entonces cuando nada sale bien.

Nosotros sabemos que como Jesucristo, por la pasión y muerte, llegaremos a la gloria de la Resurrección, y todo otro camino no es el camino de Dios. Precisamente, Simón Pedro es amonestado cuando quiere alejar al Señor del único camino: «¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,23). Si podemos gozar de unos momentos de paz y de alegría, aprovechémoslos. Seguramente ya nos vendrán momentos de duro ayuno. La única diferencia es que, afortunadamente, siempre tendremos al novio con nosotros. Y es esto lo que no sabían los fariseos y, quizá por eso, en el Evangelio casi siempre se nos presentan como personas malhumoradas. Admirando la suave ironía del Señor que se trasluce en el Evangelio de hoy, sobre todo, procuremos no ser personas malhumoradas.

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Divendres XXII de durant l’any

Text de l’Evangeli (Lc 5,33-39): En aquell temps, els fariseus i els mestres de la Llei digueren a Jesús: «Els deixebles de Joan dejunen sovint i fan pregàries, igual que els dels fariseus. Però els teus mengen i beuen». Jesús els respongué: «¿Podeu fer dejunar els convidats a noces mentre l’espòs és amb ells? Ja vindrà el temps que l’espòs els serà pres; aquells dies sí que dejunaran».

Els proposà també una paràbola: «Ningú no talla un pedaç d’un vestit nou i el posa en un vestit vell: si ho fes així, hauria esquinçat el vestit nou, i el pedaç tret del nou no s’avindria amb el vell. I ningú no posa vi nou en bots vells: si ho fes així, el vi nou rebentaria els bots i es vessaria, i els bots es farien malbé. El vi nou s’ha de posar en bots nous. Ningú que begui vi vell, no en vol després de nou, perquè diu: ‘El vell és millor’».

¿Podeu fer dejunar els convidats a noces mentre l’espòs és amb ells?

Avui, en la nostra reflexió sobre l’Evangeli, veiem la trampa que fan els fariseus i els mestres de la Llei, quan tergiversen una qüestió important: senzillament, ells contraposen el dejunar i pregar dels deixebles de Joan i dels fariseus amb el menjar i beure dels deixebles de Jesús.

Jesucrist ens diu que a la vida hi ha un temps de dejunar i pregar, i que hi ha un temps de menjar i beure. Això és: la mateixa persona que prega i dejuna és la que menja i beu. Ho veiem a la vida quotidiana: contemplem l’alegria senzilla d’una família, potser a la nostra mateixa família. I veiem que, en un altre moment, la tribulació visita aquella família. Els subjectes són els mateixos, però cada cosa al seu temps: «¿Podeu fer dejunar els convidats a noces mentre l’espòs és amb ells? Ja vindrà el temps…» (Lc 5,34).

Tot té el seu moment; sota el cel hi ha un temps per a cada cosa: «Un temps d’esquinçar i un temps de cosir» (Coh 3,7). Aquestes paraules dites per un savi de l’Antic Testament, no precisament dels més optimistes, quasi coincideixen amb la senzilla paràbola del vestit apedaçat. I segurament coincideixen d’alguna manera amb la nostra pròpia experiència. L’equivocació és que al temps de cosir, esquincem, i al temps d’esquinçar, cosim. Llavors res surt bé.

Nosaltres sabem que com Jesucrist, per la passió i mort, arribarem a la glòria de la Resurrecció, i tot altre camí no és el camí de Déu. Precisament, Simó Pere és amonestat quan vol allunyar el Senyor de l’únic camí: «No veus les coses com Déu, sinó com els homes» (Mt 16,23). Si podem gaudir d’uns moments de pau i alegria, aprofitem-los. Segurament ja ens vindran moments de dejunar de valent. L’única diferència és que, afortunadament, sempre tindrem el nuvi amb nosaltres. I és això el que no sabien els fariseus i, potser per això, a l’Evangeli quasi sempre se’ns presenten com persones malhumorades. Sobretot no en siguem nosaltres de persones malhumorades, tot admirant la suau ironia del Senyor que es trasllueix a l’Evangeli d’avui.

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Venerdì, XXII settimana del Tempo Ordinario

Testo del Vangelo (Lc 5,33-39): In quel tempo, i farisei e i loro scribi dissero a Gesù: «I discepoli di Giovanni digiunano spesso e fanno preghiere; così pure i discepoli dei farisei; i tuoi invece mangiano e bevono!». Gesù rispose loro: «Potete forse far digiunare gli invitati a nozze quando lo sposo è con loro? Ma verranno giorni quando lo sposo sarà loro tolto: allora in quei giorni digiuneranno».

Diceva loro anche una parabola: «Nessuno strappa un pezzo da un vestito nuovo per metterlo su un vestito vecchio; altrimenti il nuovo lo strappa e al vecchio non si adatta il pezzo preso dal nuovo. E nessuno versa vino nuovo in otri vecchi; altrimenti il vino nuovo spaccherà gli otri, si spanderà e gli otri andranno perduti. Il vino nuovo bisogna versarlo in otri nuovi. Nessuno poi che beve il vino vecchio desidera il nuovo, perché dice: “Il vecchio è gradevole!”».

Potete forse far digiunare gli invitati a nozze quando lo sposo è con loro?

Oggi, nella nostra riflessione sul Vangelo, vediamo la trappola che tendono i farisei ed i maestri della Legge, quando tergiversano una questione importante: semplicemente, essi contrappongono il digiunare ed il pregare dei discepoli di Giovanni e dei farisei col mangiare e bere dei discepoli di Gesù.

Gesù Cristo ci dice che nella vita c’è un tempo per digiunare e pregare, e che c’è un tempo per mangiare e bere. Vuol dire che: la stessa persona che prega e digiuna è quella che mangia e beve. Lo vediamo nella vita giornaliera: contempliamo la semplice allegria di una famiglia, forse della nostra stessa famiglia. E vediamo che, in un altro momento, la tribolazione visita quella famiglia. I soggetti sono gli stessi, ma ogni cosa a suo tempo: «Potete far digiunare gli invitati a nozze, mentre lo sposo è con loro? Verranno però i giorni…» (Lc 5,34).

Tutto ha il suo momento; sotto il cielo c’è un tempo per ogni cosa: «Un tempo per sdrucire e un tempo per cucire» (Qo 3,7). Queste parole dette da un saggio dell’Antico Testamento, non precisamente dei più ottimisti, quasi coincidono con la semplice parabola del vestito rammendato. E sicuramente coincidono in qualche modo con la nostra propria esperienza. L’errore è che quando è tempo di cucire, sdruciamo; e che quando bisogna sdrucire, cuciamo. Ed è allora quando nulla riesce bene.

Noi sappiamo che, come Gesù Cristo, per la passione e morte, arriveremo alla gloria della Risurrezione. E che qualunque altro cammino non è il cammino di Dio. Precisamente, Simone Pietro viene rimproverato quando vuole allontanare il Signore dall’unico cammino: «perché non pensi secondo Dio, ma secondo gli uomini!» (Mt 16,23). Se possiamo godere di alcuni momenti di pace e di allegria, approfittiamoli. Certamente ci arriveranno momenti di duro digiuno. L’unica differenza è che, per fortuna, sempre avremo lo sposo con noi. Ed era questo che non sapevano i farisei e, forse per ciò, nel Vangelo quasi sempre ci vengono presentati come persone di malumore. Ammirando la dolce ironia del Signore che s’intravvede nel Vangelo di oggi, soprattutto, cerchiamo di non essere persone malumorate.

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4 de septiembre.

pesca

Jueves XXII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 5,1-11): En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

Hoy día todavía nos resulta sorprendente comprobar cómo aquellos pescadores fueron capaces de dejar su trabajo, sus familias, y seguir a Jesús («Dejándolo todo, le siguieron»: Lc 5,11), precisamente cuando Éste se manifiesta ante ellos como un colaborador excepcional para el negocio que les proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret nos hiciera la propuesta a nosotros, en nuestro siglo XXI…, ¿tendríamos el coraje de aquellos hombres?; ¿seríamos capaces de intuir cuál es la verdadera ganancia?

Los cristianos creemos que Cristo es eterno presente; por lo tanto, ese Cristo que está resucitado nos pide, no ya a Pedro, a Juan o a Santiago, sino a Jordi, a José Manuel, a Paula, a todos y cada uno de quienes le confesamos como el Señor, repito, nos pide desde el texto de Lucas que le acojamos en la barca de nuestra vida, porque quiere descansar junto a nosotros; nos pide que le dejemos servirse de nosotros, que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra existencia para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada de la Buena Nueva. La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros “qué dirán” y poner rumbo a aguas mas profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos que constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término» (Santo Tomás de Aquino).

«Duc in altum»; «Boga mar adentro» (Lc 5,4): ¡no nos quedemos en las costas de un mundo que vive mirándose el ombligo! Nuestra navegación por los mares de la vida nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, fin de nuestra singladura en ese Cielo esperado, que es regalo del Padre, pero indivisiblemente, también trabajo del hombre —tuyo, mío— al servicio de los demás en la barca de la Iglesia. Cristo conoce bien los caladeros, de nosotros depende: o en el puerto de nuestro egoísmo, o hacia sus horizontes.

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Dijous XXII de durant l’any

Text de l’Evangeli (Lc 5,1-11): En aquell temps, Jesús es trobava vora el llac de Genesaret, i la gent s’apinyava al seu voltant per escoltar la paraula de Déu. Llavors veié dues barques amarrades vora l’aigua; els pescadors n’havien baixat i rentaven les xarxes. Pujà en una de les barques, que era de Simó, li demanà que l’apartés una mica de terra, s’assegué i instruïa la gent de la barca estant.

Quan acabà de parlar, digué a Simó: «Tira llac endins i caleu les xarxes per a pescar». Simó li respongué: «Mestre, ens hi hem escarrassat tota la nit i no hem agafat res; però, ja que tu ho dius, calaré les xarxes». Ho feren així, i van arreplegar tant i tant de peix que les xarxes se’ls esquinçaven. Llavors van fer senyal als companys de l’altra barca que vinguessin a ajudar-los. Ells hi anaren, i ompliren tant les dues barques que quasi s’enfonsaven. Simó Pere, en veure-ho, es llançà als genolls de Jesús dient: «Aparta’t de mi, Senyor, que sóc un pecador!». Veient una pesca com aquella, ell i tots els qui anaven amb ell no se’n sabien avenir, i igualment passà amb Jaume i Joan, fills de Zebedeu, que eren socis de Simó. Jesús digué a Simó: «No tinguis por. D’ara endavant seràs pescador d’homes». Ells tornaren les barques a terra, ho deixaren tot i el van seguir.

ui dia encara ens resulta sorprenent comprovar com aquells pescadors foren capaços de deixar llur treball, llurs famílies, i seguir Jesús («Ho deixaren tot i el van seguir»: Lc 5,11), precisament quan Ell es manifesta davant d’ells com un col·laborador excepcional per al negoci que els proporciona el sosteniment. Si Jesús de Natzaret ens fes la proposta a nosaltres, en el nostre segle XXI…, ¿tindríem el coratge d’aquells homes?; ¿seríem capaços d’intuir quin és el veritable guany?

Els cristians creiem que Crist és etern present; per tant, aquest Crist que està ressuscitat ens demana, no ja a Pere, Joan, o Jaume, sinó a Jordi, Josep Manel, Paula, a tots i cadascú dels qui el confessem com el Senyor, repeteixo, ens demana des del text de Lluc que l’acollim a la barca de la nostra vida, perquè vol descansar junt a nosaltres; ens demana que el deixem servir-se de nosaltres, que li permetem mostrar cap a on vol orientar la nostra existència per tal de ser fecunds enmig d’una societat cada cop més allunyada i necessitada de la Bona Nova. La proposta és atraient, solament ens manca saber i voler desempallegar-nos de les nostres pors, dels nostres “què diran” i posar rumb envers aigües més profundes, o el que és el mateix, cap a horitzons més llunyans que aquells que constrenyen la nostra mediocre quotidianitat d’angoixes i desànims. «El qui ensopega en el camí, per poca cosa que avanci, s’apropa una mica al terme; qui corre fora d’ell, com més corre més s’allunya del terme» (Sant Tomàs d’Aquino).

«Duc in altum»; «Tira llac endins» (Lc 5,4): procurem no restar en les costes d’un món que viu mirant-se el melic! La nostra navegació pels mars de la vida ens ha de conduir fins a fer port a la terra promesa, final de la nostra singladura en aquest Cel esperat, que és regal del Pare, però indivisiblement, també treball de l’home —teu, meu— al servei dels altres en la barca de l’Església. Crist coneix bé els caladors, de nosaltres depèn: o en el nostre port de l’egoisme, o envers els seus horitzons.

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Giovedì, XXII settimana del Tempo Ordinario

Testo del Vangelo (Lc 5,1-11): In quel tempo, mentre la folla gli faceva ressa attorno per ascoltare la parola di Dio, Gesù, stando presso il lago di Gennèsaret, vide due barche accostate alla sponda. I pescatori erano scesi e lavavano le reti. Salì in una barca, che era di Simone, e lo pregò di scostarsi un poco da terra. Sedette e insegnava alle folle dalla barca.

Quando ebbe finito di parlare, disse a Simone: «Prendi il largo e gettate le vostre reti per la pesca». Simone rispose: «Maestro, abbiamo faticato tutta la notte e non abbiamo preso nulla; ma sulla tua parola getterò le reti». Fecero così e presero una quantità enorme di pesci e le loro reti quasi si rompevano. Allora fecero cenno ai compagni dell’altra barca, che venissero ad aiutarli. Essi vennero e riempirono tutte e due le barche fino a farle quasi affondare. Al vedere questo, Simon Pietro si gettò alle ginocchia di Gesù, dicendo: «Signore, allontànati da me, perché sono un peccatore». Lo stupore infatti aveva invaso lui e tutti quelli che erano con lui, per la pesca che avevano fatto; così pure Giacomo e Giovanni, figli di Zebedèo, che erano soci di Simone. Gesù disse a Simone: «Non temere; d’ora in poi sarai pescatore di uomini». E, tirate le barche a terra, lasciarono tutto e lo seguirono.

Oggi ancora ci risulta sorprendente comprovare come quei pescatori furono capaci di lasciare il loro lavoro le loro famiglie e seguire Gesù: «Lasciarono tutto e lo seguirono» (Lc 5,11), precisamente quando Egli si manifesta dinnanzi a loro come un collaboratore eccezionale per l’attività che proporziona loro il sostentamento. Se Gesù di Nazareth facesse la proposta a noi, nel nostro secolo XXI…, avremmo il coraggio di quei uomini? Saremmo capaci di intuire quale sia il vero beneficio?

I cristiani crediamo che Gesù è eternamente presente; quindi questo Cristo Risorto ci chiede, non a Pietro a Giovanni o a Giacomo, ma a te, a me e a tutti coloro che lo confessiamo come il Signore, ripeto, ci chiede, partendo dal testo di Luca, di accoglierlo nella barca della nostra vita perché vuol riposare con noi; ci chiede servirsi di noi, che gli permettiamo di indicarci dove orientare la nostra vita per essere fecondi in mezzo ad una società ogni volta più allontanata e bisognosa della Buona Nuova. La proposta è allettante, e solo ci manca volere e saper spogliarci delle nostre paure, dei nostri “chissà cosa diranno” e fissare il corso verso acque più profonde o, in altre parole, verso orizzonti più lontani di quelli che limitano la nostra mediocre quotidianità di ansie e scoraggiamenti. «Colui che inciampa sulla strada, per poco che avanzi, si avvicina al traguardo; colui che corre fuori, quanto più corre, più si allontana» (Cf. San Tommaso d’Aquino).

«Duc in altum»; «Prendi il largo» (Lc 5,4): non stabiliamoci sulle rive di un mondo che vive guardandosi l’ombelico! La nostra navigazione per i mari della vita deve condurci ad attraccare nella terra promessa, fine del nostro percorso in questo Cielo sperato, che è regalo del Padre, pero indivisibilmente, anche lavoro dell’uomo –tuo, mio- al servizio degli altri a nella barca della Chiesa. Cristo conosce bene le zone di pesca, e dipende da noi: o il porto dei nostri egoismi, o verso i suoi orizzonti.

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3 de septiembre.

San Gregorio el grande, papa obra de Francisco Goya.

San Gregorio el grande, papa
obra de Francisco Goya.

San Gregorio Magno

Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general del miércoles  28 de mayo del 2008 dedicada -en el ciclo de catequesis que impartió sobre los Padres de la Iglesia– a la figura del Papa san Gregorio Magno.

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¡Queridos hermanos y hermanas!

El miércoles pasado hablé de un Padre de la Iglesia poco conocido en Occidente, Romano el Meloda; hoy desearía presentar la figura de uno de los mayores Padres en la historia de la Iglesia, uno de los cuatro doctores de Occidente, el Papa san Gregorio, que fue obispo de Roma entre el año 590 y el 604, y que mereció de parte de la tradición el títuloMagnus/Grande. ¡Gregorio fue verdaderamente un gran Papa y un gran Doctor de la Iglesia! Nació en Roma, en torno a 540, de una rica familia patricia de la gens Anicia, que se distinguía no sólo por la nobleza de sangre, sino también por el apego a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede Apostólica. De esta familia procedían dos Papas: Felix III (483-492), tatarabuelo de Gregorio, y Agapito (535-536). La casa en la que Gregorio creció se alzaba en el Clivus Scauri, rodeada de solemnes edificios que testimoniaban la grandeza de la antigua Roma y la fuerza espiritual del cristianismo. Para inspirarle elevados sentimientos cristianos estuvieron además los ejemplos de sus padres Gordiano y Silvia, ambos venerados como santos, y los de sus tías paternas Emiliana y Tarsilia, que vivían en la propia casa como vírgenes consagradas en un camino compartido de oración y ascesis.

Gregorio ingresó pronto en la carrera administrativa, que había seguido también su padre, y en 572 alcanzó la cima, convirtiéndose en prefecto de la ciudad. Este cargo, complicado por la tristeza de aquellos tiempos, le permitió aplicarse en un amplio radio a todo tipo de problemas administrativos, obteniendo de ellos luz para sus futuras tareas. En particular quedó en él un profundo sentido del orden y de la disciplina: cuando se convirtió en Papa, sugerirá a los obispos que tomen como modelo en la gestión de los asuntos eclesiásticos la diligencia y el respeto de las leyes propias de los funcionarios civiles. Aquella vida no le debía satisfacer, visto que, no mucho después, decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y comenzar la vida de monje, transformando la casa de familia en el monasterio de San Andrés al Celio. De este período de vida monástica, vida de diálogo permanente con el Señor en la escucha de su palabra, quedó en él una perenne nostalgia que siempre de nuevo y cada vez más aparece en sus homilías: en medio del acoso de las preocupaciones pastorales, lo recordará varias veces en sus escritos como un tiempo feliz de recogimiento en Dios, de dedicación a la oración, de serena inmersión en el estudio. Pudo así adquirir ese profundo conocimiento de la Sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia del que se sirvió después en sus obras.

Pero el retiro claustral de Gregorio no duró mucho. La preciosa experiencia madurada en la administración civil en un período cargado de graves problemas, las relaciones que tuvo en esta tarea con los bizantinos, la estima universal que se había ganado, indujeron al Papa Pelagio a nombrarle diácono y a enviarle a Constantinopla como su “apocrisiario” -hoy se diría “Nuncio Apostólico”– para favorecer la superación de los últimos restos de la controversia monofisista y sobre todo para obtener el apoyo del emperador en el esfuerzo de contener la presión longobarda. La permanencia en Constantinopla, donde había reanudado la vida monástica con un grupo de monjes, fue importantísima para Gregorio, pues le permitió ganar experiencia directa en el mundo bizantino, así como aproximarse al problema de los Longobardos, que después pondría a dura prueba su habilidad y su energía en los años del Pontificado. Pasados algunos años fue llamado de nuevo a Roma por el Papa, quien le nombró su secretario. Eran años difíciles: las continuas lluvias, el desbordamiento de los ríos y la carestía afligían muchas zonas de Italia y la propia Roma. Al final se desató la peste, que causó numerosas víctimas, entre ellas también el Papa Pelagio II. El clero, el pueblo y el senado fueron unánimes en elegir como su sucesor en la Sede de Pedro precisamente a él, a Gregorio. Intentó resistirse, incluso buscando la fuga, pero todo fue inútil: al final tuvo que ceder. Era el año 590.

Reconociendo en cuanto había sucedido la voluntad de Dios, el nuevo Pontífice se puso inmediatamente al trabajo con empeño. Desde el principio reveló una visión singularmente lúcida de la realidad con la que debía medirse, una extraordinaria capacidad de trabajo al afrontar los asuntos tanto eclesiales como civiles, un constante equilibrio en las decisiones, también valientes, que su misión le imponía. Se conserva de su gobierno una amplia documentación gracias al Registro de sus cartas (aproximadamente 800), en las que se refleja el afrontamiento diario de los complejos interrogantes que llegaban a su mesa. Eran cuestiones que procedían de los obispos, de los abades, de los clérigos, y también de las autoridades civiles de todo orden y grado. Entre los problemas que afligían en aquel tiempo a Italia y Roma había uno de particular relevancia en el ámbito tanto civil como eclesial: la cuestión longobarda. A ella dedicó el Papa toda energía posible con vistas a una solución verdaderamente pacificadora. A diferencia del Emperador bizantino, que partía del presupuesto de que los Longobardos eran sólo individuos burdos y depredadores a quienes había que derrotar o exterminar, san Gregorio veía a esta gente con los ojos del buen pastor, preocupado de anunciarles la palabra de salvación, estableciendo con ellos relaciones de fraternidad orientadas a una futura paz fundada en el respeto recíproco y en la serena convivencia entre italianos, imperiales y longobardos. Se preocupó de la conversión de los jóvenes pueblos y de la nueva organización civil de Europa: los Visigodos de España, los Francos, los Sajones, los inmigrantes en Bretaña y los Longobardos fueron los destinatarios privilegiados de su misión evangelizadora. Ayer celebramos la memoria litúrgica de san Agustín de Canterbury, guía de un grupo de monjes a los que Gregorio encomendó acudir a Bretaña para evangelizar Inglaterra.

Para obtener una paz efectiva en Roma y en Italia, el Papa se empeñó a fondo -era un verdadero pacificador– emprendiendo una estrecha negociación con el rey longobardo Agilulfo. Tal conversación llevó a un período de tregua que duró unos tres años (598 – 601), tras los cuales fue posible estipular en 603 un armisticio más estable. Este resultado positivo se logró gracias también a los contactos paralelos que, entretanto, el Papa mantenía con la reina Teodolinda, que era una princesa bávara y, a diferencia de los jefes de los otros pueblos germanos, era católica, profundamente católica. Se conserva una serie de cartas del Papa Gregorio a esta reina, en las que él muestra su estima y su amistad hacia aquella. Teodolinda consiguió, poco a poco, orientar al rey hacia el catolicismo, preparando así el camino a la paz. El Papa se preocupó también de enviarle las reliquias para la basílica de san Juan Bautista que ella hizo levantar en Monza, y no dejó de hacerle llegar expresiones de felicitación y preciosos regalos para la misma catedral de Monza con ocasión del nacimiento y del bautismo de su hijo Adaloaldo. La vicisitud de esta reina constituye un bello testimonio sobre la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia. En el fondo, los objetivos sobre los que Gregorio apuntó constantemente fueron tres: contener la expansión de los Longobardos en Italia, sustraer a la reina Teodolinda de la influencia de los cismáticos y reforzar la fe católica, así como mediar entre Longobardos y Bizantinos con vistas a un acuerdo que garantizara la paz en la península y a la vez consintiera desarrollar una acción evangelizadora entre los propios Longobardos. Por lo tanto fue doble su constante orientación en la compleja situación: promover acuerdos en el plano diplomático-político, difundir el anuncio de la verdadera fe entre las poblaciones.

Junto a la acción meramente espiritual y pastoral, el Papa Gregorio fue activo protagonista también de una multiforme actividad social. Con las rentas del conspicuo patrimonio que la Sede romana poseía en Italia, especialmente en Sicilia, compró y distribuyó trigo, socorrió a quien se encontraba en necesidad, ayudó a sacerdotes, monjes y monjas que vivían en la indigencia, pagó rescates de ciudadanos que habían caído prisioneros de los Longobardos, adquirió armisticios y treguas. Además desarrolló tanto en Roma como en otras partes de Italia una atenta obra de reordenamiento administrativo, impartiendo instrucciones precisas para que los bienes de la Iglesia, útiles a su subsistencia y a su obra evangelizadora en el mundo, se gestionaran con absoluta rectitud y según las reglas de la justicia y de la misericordia. Exigía que los colonos fueran protegidos de los abusos de los concesionarios de las tierras de propiedad de la Iglesia y, en caso de fraude, que fueran resarcidos con prontitud, para que no se contaminara con beneficios deshonestos el rostro de la Esposa de Cristo.

Gregorio llevó a cabo esta intensa actividad a pesar de su incierta salud, que le obligaba con frecuencia a guardar cama durante largos días. Los ayunos que había practicado en los años de la vida monástica le habían ocasionado serios trastornos digestivos. Además su voz era muy débil, de forma que a menudo tenía que confiar al diácono la lectura de sus homilías para que los fieles de las basílicas romanas pudieran oírle. En cualquier caso hacía lo posible por celebrar en los días de fiesta Missarum sollemnia, esto es, la Misa solemne, y entonces se encontraba personalmente con el pueblo de Dios, que le apreciaba mucho porque veía en él la referencia autorizada para obtener seguridad: no por casualidad se le atribuyó pronto el título de consul Dei. A pesar de las dificilísimas condiciones en las que tuvo que actuar, consiguió conquistar, gracias a la santidad de vida y a la rica humanidad, la confianza de los fieles, logrando para su tiempo y para el futuro resultados verdaderamente grandiosos. Era un hombre inmerso en Dios: el deseo de Dios estaba siempre vivo en el fondo de su alma y precisamente por esto estaba siempre muy cerca del prójimo, de las necesidades de la gente de su época. En un tiempo desastroso, más aún, desesperado, supo crear paz y esperanza. Este hombre de Dios nos muestra las verdaderas fuentes de la paz, de dónde viene la esperanza, y se convierte así en una guía también para nosotros hoy.

Publiquem l’ intervenció de Benet XVI durant l’audiència general de dimecres 28 maig 2008 dedicada -en el cicle de catequesi que va impartir sobre els Pares de l’Església-a la figura del papa sant Gregori el Gran.

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Estimats germans i germanes! 

Dimecres passat vaig parlar d’un Pare de l’Església poc conegut a Occident, Romà el Meloda; avui voldria presentar la figura d’un dels majors Pares en la història de l’Església, un dels quatre doctors d’Occident, el Papa sant Gregori, que va ser bisbe de Roma entre l’any 590 i el 604, i que va merèixer de part de la tradició el titulo Magnus/Gran. ¡Gregorio va ser veritablement un gran Papa i un gran Doctor de l’Església! Va néixer a Roma, al voltant de 540, d’una rica família patrícia de la gens Anicia, que es distingia no només per la noblesa de sang, sinó també per l’afecció a la fe cristiana i pels serveis prestats a la Seu Apostòlica. D’aquesta família procedien dos Papes: Felix III (483-492), rebesavi de Gregorio, i Agapito (535-536). La casa en la qual Gregorio va créixer s’alçava al Clivus Scauri, envoltada de solemnes edificis que testimoniaven la grandesa de l’antiga Roma i la força espiritual del cristianisme. Per inspirar elevats sentiments cristians van estar a més els exemples dels seus pares Gordià i Silvia, ambdós venerats com a sants, i els de les seves ties paternes Emiliana i Tarsilia, que vivien a la casa com verges consagrades en un camí compartit d’oració i ascesi.

Gregorio va ingressar aviat en la carrera administrativa, que havia seguit també el seu pare, i en 572 va aconseguir el cim, convertint-se en prefecte de la ciutat. Aquest càrrec, complicat per la tristesa d’aquells temps, li va permetre aplicar-se en un ampli radi a tot tipus de problemes administratius, obtenint d’ells llum per a les seves futures tasques. En particular va quedar en ell un profund sentit de l’ordre i de la disciplina: quan es va convertir en Papa, suggerirà als bisbes que prenguin com a model en la gestió dels assumptes eclesiàstics la diligència i el respecte de les lleis pròpies dels funcionaris civils. Aquella vida no li havia de satisfer, vist que, no gaire després, va decidir deixar tot càrrec civil per retirar a casa seva i començar la vida de monjo, transformant la casa de família al monestir de Sant Andreu al Celio. D’aquest període de vida monàstica, vida de diàleg permanent amb el Senyor en l’escolta de la seva paraula, va quedar en ell una perenne nostàlgia que sempre de nou i cada vegada més apareix en les seves homilies: enmig de l’assetjament de les preocupacions pastorals, recordarà diverses vegades en els seus escrits com un temps feliç de recolliment en Déu, de dedicació a la pregària, de serena immersió en l’estudi. Va poder així adquirir aquest profund coneixement de la Sagrada Escriptura i dels Pares de l’Església del qual es va servir després en les seves obres.

Però la retirada claustral de Gregorio no va durar molt. La preciosa experiència madurada en l’administració civil en un període carregat de greus problemes, les relacions que va tenir en aquesta tasca amb els bizantins, l’estima universal que s’havia guanyat, van induir al papa Pelagi a anomenar-diaca i a enviar-li a Constantinoble com el seu «apocrisiario «-avui es diria» nunci Apostòlic «- per afavorir la superació de les últimes restes de la controvèrsia monofisista i sobretot per obtenir el suport de l’emperador en l’esforç de contenir la pressió longobarda. La permanència a Constantinoble, on havia reprès la vida monàstica amb un grup de monjos, va ser importantíssima per a Gregorio, ja que li va permetre guanyar experiència directa en el món bizantí, així com aproximar-se al problema dels longobards, que després posaria a prova la seva habilitat i la seva energia en els anys de Pontificat. Passats alguns anys va ser cridat de nou a Roma pel Papa, qui el va nomenar el seu secretari. Eren anys difícils: les contínues pluges, el desbordament dels rius i la carestia afligien moltes zones d’Itàlia i la pròpia Roma. Al final es va deslligar la pesta, que va causar nombroses víctimes, entre elles també el Papa Pelagi II. El clergat, el poble i el senat van ser unànimes a elegir com el seu successor a la seu de Pere precisament a ell, a Gregorio. Va intentar resistir, fins i tot buscant la fugida, però tot va ser inútil: al final va haver de cedir. Era l’any 590.

Reconeixent així que havia succeït la voluntat de Déu, el nou Pontífex es va posar immediatament a la feina amb afany. Des del principi va revelar una visió singularment lúcida de la realitat amb la que havia de mesurar, una extraordinària capacitat de treball en afrontar els assumptes tant eclesials com civils, un constant equilibri en les decisions, també valentes, que la seva missió li imposava. Es conserva del seu govern una àmplia documentació gràcies al Registre de les seves cartes (aproximadament 800), en què es reflecteix l’afrontament diari dels complexos interrogants que arribaven a la seva taula. Eren qüestions que procedien dels bisbes, dels abats, dels clergues, i també de les autoritats civils de tot tipus i grau. Entre els problemes que afligien en aquell temps a Itàlia i Roma n’hi havia un de particular rellevància en l’àmbit tant civil com eclesial: la qüestió longobarda. A ella va dedicar el Papa tota energia possible amb vista a una solució veritablement pacificadora. A diferència de l’Emperador bizantí, que partia del pressupòsit que els longobards eren només individus bastos i depredadors als qui calia derrotar o exterminar, sant Gregori veia aquesta gent amb els ulls del bon pastor, preocupat d’anunciar la paraula de salvació, establint amb ells relacions de fraternitat orientades a una futura pau fundada en el respecte recíproc i en la serena convivència entre italians, imperials i longobards. Es va preocupar de la conversió dels joves pobles i de la nova organització civil d’Europa: els Visigots d’Espanya, els Francs, els Sajonies, els immigrants a Bretanya i els longobards van ser els destinataris privilegiats de la seva missió evangelitzadora. Ahir vam celebrar la memòria litúrgica de sant Agustí de Canterbury, guia d’un grup de monjos als quals Gregorio encomanar anar a Bretanya per evangelitzar Anglaterra.

Per obtenir una pau efectiva a Roma i a Itàlia, el Papa es va obstinar a fons -era un veritable pacificador emprenent una estreta negociació amb el rei longobard Agilulfo. Tal conversa va portar a un període de treva que va durar uns tres anys (598-601), després dels quals va ser possible estipular en 603 un armistici més estable. Aquest resultat positiu es va aconseguir gràcies també als contactes paral lels que, mentrestant, el Papa mantenia amb la reina Teodolinda, que era una princesa bavaresa i, a diferència dels caps dels altres pobles germànics, era catòlica, profundament catòlica. Es conserva una sèrie de cartes del papa Gregori a aquesta reina, en què ell mostra la seva estima i la seva amistat cap a aquella. Teodolinda va aconseguir, poc a poc, orientar el rei cap al catolicisme, preparant així el camí a la pau. El Papa es va preocupar també d’enviar-les relíquies per a la basílica de sant Joan Baptista que ella va fer aixecar a Monza, i no va deixar de fer-li arribar expressions de felicitació i preciosos regals per a la mateixa catedral de Monza amb ocasió del naixement i del baptisme del seu fill Adaloaldo. La vicissitud d’aquesta reina constitueix un bell testimoni sobre la importància de les dones en la història de l’Església. En el fons, els objectius sobre els quals Gregorio apunta constantment van ser tres: contenir l’expansió dels longobards a Itàlia, sostreure la reina Teodolinda de la influència dels cismàtics i reforçar la fe catòlica, així com intervenir entre Longobards i Bizantins amb vistes a un acord que garantís la pau a la península i alhora consentís desenvolupar una acció evangelitzadora entre els mateixos Longobards. Per tant va ser doble la seva constant orientació en la complexa situació: promoure acords en el pla diplomàtic-polític, difondre l’anunci de la veritable fe entre les poblacions.

Al costat de l’acció merament espiritual i pastoral, el Papa Gregori va ser actiu protagonista també d’una multiforme activitat social. Amb les rendes del conspicu patrimoni que la Seu romana posseïa a Itàlia, especialment a Sicília, va comprar i va distribuir blat, va socórrer a qui es trobava en necessitat, va ajudar a sacerdots, monjos i monges que vivien en la indigència, va pagar rescats de ciutadans que havien caigut presoners dels longobards, va adquirir armisticis i treves. A més va desenvolupar tant a Roma com en altres parts d’Itàlia una atenta obra de reordenament administratiu, impartint instruccions precises perquè els béns de l’Església, útils a la seva subsistència i la seva obra evangelitzadora en el món, es gestionaran amb absoluta rectitud i segons les regles de la justícia i de la misericòrdia. Exigia que els colons fossin protegits dels abusos dels concessionaris de les terres de propietat de l’Església i, en cas de frau, que foren rescabalats amb promptitud, perquè no es contaminés amb beneficis deshonestos la cara de l’Esposa de Crist.

Gregori va dur a terme aquesta intensa activitat malgrat la seva incerta salut, que l’obligava sovint a guardar llit durant llargs dies. Els dejunis que havia practicat en els anys de la vida monàstica li havien ocasionat seriosos trastorns digestius. A més la seva veu era molt feble, de manera que sovint havia de confiar al diaca la lectura de les seves homilies perquè els fidels de les basíliques romanes poguessin sentir-lo. En qualsevol cas feia el possible per celebrar en els dies de festa Missarum sollemnia, és a dir, la Missa solemne, i llavors es trobava personalment amb el poble de Déu, que li apreciava molt perquè veia en ell la referència autoritzada per obtenir seguretat: no per casualitat se li va atribuir aviat el títol de consul Dei. Malgrat les dificilíssimes condicions en què va haver d’actuar, va aconseguir conquerir, gràcies a la santedat de vida i a la rica humanitat, la confiança dels fidels, aconseguint per al seu temps i per al futur resultats veritablement grandiosos. Era un home immers en Déu: el desig de Déu estava sempre viu al fons de la seva ànima i precisament per això estava sempre molt a prop del proïsme, de les necessitats de la gent de la seva època. En un temps desastrós, més encara, desesperat, va saber crear pau i esperança. Aquest home de Déu ens mostra les veritables fonts de la pau, d’on ve l’esperança, i es converteix així en una guia també per a nosaltres avui.

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Ecco l’indirizzo di Benedetto XVI durante l’udienza generale di Mercoledì 28 Maggio 2008- in ciclo dedicato alle catechesi sui Padri della Chiesa, sulla figura di Papa Gregorio Magno.

Cari fratelli e sorelle!

mercoledì scorso ho parlato di un Padre della Chiesa poco conosciuto in Occidente, Romano il Melode, oggi vorrei presentare la figura di uno dei più grandi Padri nella storia della Chiesa, uno dei quattro dottori dell’Occidente, il Papa san Gregorio, che fu Vescovo di Roma tra il 590 e il 604, e che meritò dalla tradizione il titolo di Magnus/Grande. Gregorio fu veramente un grande Papa e un grande Dottore della Chiesa! Nacque a Roma, intorno al 540, da una ricca famiglia patrizia dellagens Anicia, che si distingueva non solo per la nobiltà del sangue, ma anche per l’attaccamento alla fede cristiana e per i servizi resi alla Sede Apostolica. Da tale famiglia erano usciti due Papi: Felice III (483-492), trisavolo di Gregorio, e Agapito (535-536). La casa in cui Gregorio crebbe sorgeva sul Clivus Scauri, circondata da solenni edifici che testimoniavano la grandezza della Roma antica e la forza spirituale del cristianesimo. Ad ispirargli alti sentimenti cristiani vi erano poi gli esempi dei genitori Gordiano e Silvia, ambedue venerati come santi, e quelli delle due zie paterne, Emiliana e Tarsilia, vissute nella propria casa quali vergini consacrate in un cammino condiviso di preghiera e di ascesi.

Gregorio entrò presto nella carriera amministrativa, che aveva seguito anche il padre, e nel 572 ne raggiunse il culmine, divenendo prefetto della città. Questa mansione, complicata dalla tristezza dei tempi, gli consentì di applicarsi su vasto raggio ad ogni genere di problemi amministrativi, traendone lumi per i futuri compiti. In particolare, gli rimase un profondo senso dell’ordine e della disciplina: divenuto Papa, suggerirà ai Vescovi di prendere a modello nella gestione degli affari ecclesiastici la diligenza e il rispetto delle leggi propri dei funzionari civili. Questa vita tuttavia non lo doveva soddisfare se, non molto dopo, decise di lasciare ogni carica civile, per ritirarsi nella sua casa ed iniziare la vita di monaco, trasformando la casa di famiglia nel monastero di Sant’Andrea al Celio. Di questo periodo di vita monastica, vita di dialogo permanente con il Signore nell’ascolto della sua parola, gli resterà una perenne nostalgia che sempre di nuovo e sempre di più appare nelle sue omelie: in mezzo agli assilli delle preoccupazioni pastorali, lo ricorderà più volte nei suoi scritti come un tempo felice di raccoglimento in Dio, di dedizione alla preghiera, di serena immersione nello studio. Poté così acquisire quella profonda conoscenza della Sacra Scrittura e dei Padri della Chiesa di cui si servì poi nelle sue opere.  

Ma il ritiro claustrale di Gregorio non durò a lungo. La preziosa esperienza maturata nell’amministrazione civile in un periodo carico di gravi problemi, i rapporti avuti in questo ufficio con i bizantini, l’universale stima che si era acquistata, indussero Papa Pelagio a nominarlo diacono e ad inviarlo a Costantinopoli quale suo “apocrisario”, oggi si direbbe “Nunzio Apostolico”, per favorire il superamento degli ultimi strascichi della controversia monofisita e soprattutto per ottenere l’appoggio dell’imperatore nello sforzo di contenere la pressione longobarda. La permanenza a Costantinopoli, ove con un gruppo di monaci aveva ripreso la vita monastica, fu importantissima per Gregorio, poiché gli diede modo di acquisire diretta esperienza del mondo bizantino, come pure di accostare il problema dei Longobardi, che avrebbe poi messo a dura prova la sua abilità e la sua energia negli anni del Pontificato. Dopo alcuni anni fu richiamato a Roma dal Papa, che lo nominò suo segretario. Erano anni difficili: le continue piogge, lo straripare dei fiumi, la carestia affliggevano molte zone d’Italia e la stessa Roma. Alla fine scoppiò anche la peste, che fece numerose vittime, tra le quali anche il Papa Pelagio II. Il clero, il popolo e il senato furono unanimi nello scegliere quale suo successore sulla Sede di Pietro proprio lui, Gregorio. Egli cercò di resistere, tentando anche la fuga, ma non ci fu nulla da fare: alla fine dovette cedere. Era l’anno 590. 

Riconoscendo in quanto era avvenuto la volontà di Dio, il nuovo Pontefice si mise subito con lena al lavoro. Fin dall’inizio rivelò una visione singolarmente lucida della realtà con cui doveva misurarsi, una straordinaria capacità di lavoro nell’affrontare gli affari tanto ecclesiastici quanto civili, un costante equilibrio nelle decisioni, anche coraggiose, che l’ufficio gli imponeva. Si conserva del suo governo un’ampia documentazione grazie al Registro delle sue lettere (oltre 800), nelle quali si riflette il quotidiano confronto con i complessi interrogativi che affluivano sul suo tavolo. Erano questioni che gli venivano dai Vescovi, dagli Abati, dai clerici, e anche dalle autorità civili di ogni ordine e grado. Tra i problemi che affliggevano in quel tempo l’Italia e Roma ve n’era uno di particolare rilievo in ambito sia civile che ecclesiale: la questione longobarda. Ad essa il Papa dedicò ogni energia possibile in vista di una soluzione veramente pacificatrice. A differenza dell’Imperatore bizantino che partiva dal presupposto che i Longobardi fossero soltanto individui rozzi e predatori da sconfiggere o da sterminare, san Gregorio vedeva questa gente con gli occhi del buon pastore, preoccupato di annunciare loro la parola di salvezza, stabilendo con essi rapporti di fraternità in vista di una futura pace fondata sul rispetto reciproco e sulla serena convivenza tra italiani, imperiali e longobardi. Si preoccupò della conversione dei giovani popoli e del nuovo assetto civile dell’Europa: i Visigoti della Spagna, i Franchi, i Sassoni, gli immigrati in Britannia ed i Longobardi, furono i destinatari privilegiati della sua missione evangelizzatrice. Abbiamo celebrato ieri la memoria liturgica di sant’Agostino di Canterbury, il capo di un gruppo di monaci incaricati da Gregorio di andare in Britannia per evangelizzare l’Inghilterra.

Per ottenere una pace effettiva a Roma e in Italia, il Papa si impegnò a fondo – era un vero pacificatore – , intraprendendo una serrata trattativa col re longobardo Agilulfo. Tale negoziazione portò ad un periodo di tregua che durò per circa tre anni (598 – 601), dopo i quali fu possibile stipulare nel 603 un più stabile armistizio. Questo risultato positivo fu ottenuto anche grazie ai paralleli contatti che, nel frattempo, il Papa intratteneva con la regina Teodolinda, che era una principessa bavarese e, a differenza dei capi degli altri popoli germanici, era cattolica, profondamente cattolica. Si conserva una serie di lettere del Papa Gregorio a questa regina, nelle quali egli rivela dimostrano la sua stima e la sua amicizia per lei. Teodolinda riuscì man mano a guidare il re al cattolicesimo, preparando così la via alla pace. Il Papa si preoccupò anche di inviarle le reliquie per la basilica di S. Giovanni Battista da lei fatta erigere a Monza, né mancò di farle giungere espressioni di augurio e preziosi doni per la medesima cattedrale di Monza in occasione della nascita e del battesimo del figlio Adaloaldo. La vicenda di questa regina costituisce una bella testimonianza circa l’importanza delle donne nella storia della Chiesa. In fondo, gli obiettivi sui quali Gregorio puntò costantemente furono tre: contenere l’espansione dei Longobardi in Italia; sottrarre la regina Teodolinda all’influsso degli scismatici e rafforzarne la fede cattolica; mediare tra Longobardi e Bizantini in vista di un accordo che garantisse la pace nella penisola e in pari tempo consentisse di svolgere un’azione evangelizzatrice tra i Longobardi stessi. Duplice fu quindi il suo costante orientamento nella complessa vicenda: promuovere intese sul piano diplomatico-politico, diffondere l’annuncio della vera fede tra le popolazioni.

Accanto all’azione meramente spirituale e pastorale, Papa Gregorio si rese attivo protagonista anche di una multiforme attività sociale. Con le rendite del cospicuo patrimonio che la Sede romana possedeva in Italia, specialmente in Sicilia, comprò e distribuì grano, soccorse chi era nel bisogno, aiutò sacerdoti, monaci e monache che vivevano nell’indigenza, pagò riscatti di cittadini caduti prigionieri dei Longobardi, comperò armistizi e tregue. Inoltre svolse sia a Roma che in altre parti d’Italia un’attenta opera di riordino amministrativo, impartendo precise istruzioni affinché i beni della Chiesa, utili alla sua sussistenza e alla sua opera evangelizzatrice nel mondo, fossero gestiti con assoluta rettitudine e secondo le regole della giustizia e della misericordia. Esigeva che i coloni fossero protetti dalle prevaricazioni dei concessionari delle terre di proprietà della Chiesa e, in caso di frode, fossero prontamente risarciti, affinché non fosse inquinato con profitti disonesti il volto della Sposa di Cristo.

Questa intensa attività Gregorio la svolse nonostante la malferma salute, che lo costringeva spesso a restare a letto per lunghi giorni. I digiuni praticati durante gli anni della vita monastica gli avevano procurato seri disturbi all’apparato digerente. Inoltre, la sua voce era molto debole così che spesso era costretto ad affidare al diacono la lettura delle sue omelie, affinché i fedeli presenti nelle basiliche romane potessero sentirlo. Faceva comunque il possibile per celebrare nei giorni di festa Missarum sollemnia, cioè la Messa solenne, e allora incontrava personalmente il popolo di Dio, che gli era molto affezionato, perché vedeva in lui il riferimento autorevole a cui attingere sicurezza: non a caso gli venne ben presto attribuito il titolo di consul Dei.  Nonostante le condizioni difficilissime in cui si trovò ad operare, riuscì a conquistarsi, grazie alla santità della vita e alla ricca umanità, la fiducia dei fedeli, conseguendo per il suo tempo e per il futuro risultati veramente grandiosi. Era un uomo immerso in Dio: il desiderio di Dio era sempre vivo nel fondo della sua anima e proprio per questo egli era sempre molto vicino al prossimo, ai bisogni della gente del suo tempo. In un tempo disastroso, anzi disperato, seppe creare pace e dare speranza. Quest’uomo di Dio ci mostra dove sono le vere sorgenti della pace, da dove viene la vera speranza e diventa così una guida anche per noi oggi.

 

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