25 de mayo, fiesta Patria Argentina

La Revolución de Mayo fue una serie de acontecimientos revolucionarios ocurridos en la ciudad de Buenos Airescapital del virreinato del Río de la Plata, dependiente del rey de España, que sucedieron durante la llamada Semana de Mayo, entre el 18 de mayo de 1810, fecha en la que se publicaron noticias de la caída de la Junta Suprema Central, y el 25 de mayo, fecha en que juró la Primera Junta de gobierno.

La nueva Junta declaraba actuar «a nombre del Sr. D. Fernando Séptimo, y para guarda de sus augustos derechos», la que es considerada por algunos historiadores como una maniobra política para ocultar las intenciones independentistas, y que lleva el nombre de máscara de Fernando VII.

Si bien inició el proceso de surgimiento del Estado argentino, no hubo una proclamación de la independencia formal, ya que la Primera Junta aún gobernaba de manera nominal en nombre del rey de España Fernando VII, quien había sido depuesto y su lugar ocupado por el francés José Bonaparte. La declaración de independencia de la Argentina tuvo lugar seis años después durante el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816.

Reflexión de Leonardo Castellani:

Existe el chiste ese de la mamá que estaba explicándole el catecismo a su nene y le describía como era el cielo —que ella se imaginaba: los angelitos, las nubes y nosotros con un arpa en una mano y una palma en la otra contemplando la cara de Dios; y el Chico dijo: «Mami, y si nos portamos bien toda la semana, los Domingos podemos ir al infierno a divertirnos un rato?» La Iglesia se contenta con decirnos que es «el descanso eterno y la luz perpetua». No es poco. San Juan en el «Apokalypsis» dice que enjugara Dios todas nuestras lágrimas y no habrá más llanto ni herida ni temor ni dolor» —y sobre todo, no habrá más crímenes. Los crímenes son la causa de todo el dolor y el temor que hay sobre la tierra —y en la Argentina. Esta nación esta llena de crímenes impunes ¡y nos extrañamos de que haya inflación, de que haya hambre y de que haya catástrofes? «La impunidad de un crimen es mucho peor que el mismo crimen» —dijo un gran argentino; el cual naturalmente murió exiliado y calumniado: el era bueno o malo, no lo sé; pero el creía eso que dijo. Una nación donde no haya castigo para los crímenes es el «paraíso de los ladrones» —como se ha llamado a esta nación. Roguemos por ella. No entrarán los ladrones en el Paraíso de la otra vida, ciertamente y por mucho que roben, sus fortunas les van a costar muy caro. San Pablo dijo del cielo simplemente que «ni ojo vio, ni oído oyó, ni en corazón de hombre se llege, a imaginar lo que Dios tiene preparado a los que le sirven». Jesucristo se limitó a comparar la gloria del cielo con «un banquete de bodas». Esta semana he mandado a la imprenta un libro sobre la resurrección de la carne, después de la cual los justos reinarán con Cristo mil años sobre la tierra —y en los astros quizás— conforme enseria el Apóstol San Juan. Es algo peligroso de explicar, y sobre todo, no hay tiempo. Quedémonos con lo que dice sobriamente la Iglesia rogando por los difuntos: «locum refrigerii, lucis et pacis ut indulgeas deprecamur» —»dales, Señor, te rogamos, el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz». Quiere decir que el Purgatorio es un lugar donde sufren sed, oscuridad y ansiedad las almas; sed de Dios, oscuridad acerca de Dios e inquietud acerca de su propia suerte; y la revelación de la Trinidad vista cara a cara les da de golpe comida y bebida, luz y tranquilidad para siempre. «Veremos y viviremos; viviremos y amaremos; amaremos y gozaremos; así será en el fin sin fin».

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