4 de agosto. Día del Párroco.

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Homilía para la memoria de san Juan María Vianney

Los santos fundamentalmente son hombres de fe. Hombres que creen en Dios y que fundamentalmente le creen a Dios. Hoy estamos honrando al Cura de Ars, (antiguamente se celebraba el 8 de agosto). Un modelo estupendo de sacerdote, que vivió su fe en plenitud, en la esperanza y el amor.

Podemos distinguir en la actividad parroquial de San Juan María dos aspectos fundamentales que, en cierta manera, corresponden también a dos fases de su vida.

El primero cuando Jesús lo invita a caminar sobre las aguas. Cuando lo hacen capellán de Ars (un pueblo de 230 habitantes que no era parroquia), se toma muy en serio su misión. Tanto que hasta tiene miedo de no salvarse, si es infiel en el cumplimiento de su ministerio. En esta etapa, el cura pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses. Así le vemos visitando casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos, acercándose humanamente a todos. Al principio les habla de sus cosas, trabajos y penas y por fin antes de irse una palabra religiosa. Después dirá “voy con la de ellos para salirme con la mía”. Se dedica a arreglar el templo, lo hermosea, también tiene tiempo de ayudar a los sacerdotes de los pueblos vecinos. Es cierto que todo esto está acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad, en algunas ocasiones llevada hasta un santo despilfarro. Desde el principio, también, tuvo que soportar las envidias, calumnias y persecuciones, en su pueblo, de sus compañeros sacerdotes, del demonio…

El segundo aspecto tiene que ver con las peregrinaciones que lo buscan. Aquel pobre sacerdote que trabajosamente había hechos sus estudios y a quien habían relegado a uno de los destinos menos deseados (ya habían dicho unos sobresalientes curas, cuando lo ordenaron a Juan María: “ahora vamos a ver a dónde lo manda el obispo…”), Aquel sacerdote a quien no recomendaban mucho para confesar, al principio no le habían dado licencia, comienza a ser buscado por todos. Ese cura transformó Ars y transformó muchas almas. Se animó a caminar sobre el mar embravecido, y no se hundió porque no se distrajo con el viento y las olas, él no apartaba la vista de Jesús. Cuando la gente percibe el santo que hay en él, se vuelca a buscarlo, aquella afluencia de gente iba a alterar por completo su vida, teniéndolo prácticamente todo el día en el confesonario.

El que tenía problemas para estudiar, se desenvolvía maravillosamente en el púlpito, tocando el corazón de los fieles, al que no veían para confesar resuelve delicadísimos problemas de conciencia en el confesonario. Su fama de santidad, el don de discernimiento, las maravillas que contaban de él son reflejo de que lo importante es no dudar del Maestro, tener fe, unirse a Dios. Ya no es él quien obra, Cristo obra en él.

Tuvo una vida extraordinaria, pero estuvo muy arraigado en la humanidad. La caridad manifestada en toda su vida, luego institucionalmente en la fundación de La Providencia. La delicadeza, con los demás sacerdotes, con los que sufrían en el alma y en el cuerpo. Pero su humanidad estaba iluminada y dirigida por su gran fe. Por eso la asumía en su limitación, siempre decía que el problema de la gente es que no ama la cruz, y precisamente porque sabía de los límites, de la debilidad y del sufrimiento se entregaba de verdad y con todo a Dios.

El Cura de Ars como todos los santos fue una alma Eucarística y un alma mariana. Cuando en su vejez hablaba de la Eucaristía se le caían las lágrimas de emoción. Toda su vida tubo la presencia de la Virgen, siempre iba con una imagen, que lo acompañó en su época de trabajar la tierra; cuando se escapaba debajo de unos árboles, al principio, cerca de Ars, la ponía en el piso y le hacía sus confidencias; repartió su imagen en todas las casas de su Parroquia y consagró en 1836 a toda su parroquia a María concebida sin pecado, algún tiempo después, mandó hacer un corazón dorado, que puso en el cuello de la Virgen milagrosa; dentro de ese corazón, escritos en una cinta blanca, puso los nombres de todos sus feligreses.

Su vida nos enseña a ser hombres de mucha fe. San Juan Pablo II en Tertio Milenio adveniente, decía: que el futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las jóvenes generaciones. Cristo escucha a los jóvenes, si saben seguir el camino que Jesús indica tendrán la alegría de aportar su propia contribución. El ejemplo del Cura de Ars nos anima a caminar sobre las aguas cuando escuchamos la llamada de Jesús, su testimonio nos hace una confidencia, hecha no con palabras, sino con la vida: que el secreto del éxito verdadero es el amor, no en vano en el Catecismo de la Iglesia Católica (1) encontramos parte de una oración suya, reflejo del motor de su vida:

«Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.» Amén

 Que María nuestra madre, y el santo Cura, nos alcancen la gracia de vivir de la fe.

Nota:

[1] Catecismo de la Iglesia Católica 2658

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