17 de agosto.

ANTE LOS ATENTADOS DE HOY EN BARCELONA TENGAMOS PRESENTE ESTE EVANGELIO DE JESÚS, Y TRATEMOS DE VIVIR E IMPREGNAR LA CULTURA DE VALORES CRISTIANOS, TODO LO DEMÁS: DISCURSO VACUO Y DEMAGOGIA

JUEVES DE LA SEMANA 19ª DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura

Lectura del libro de Josué (3,7-10a.11.13-17):

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy empezaré a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú ordena a los sacerdotes portadores del arca de la alianza que cuando lleguen a la orilla se detengan en el Jordán.»
Josué dijo a los israelitas: «Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios. Así conoceréis que un Dios vivo está en medio de vosotros, y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos. Mirad, el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros. Y cuando los pies de los sacerdotes que llevan el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra pisen el Jordán, la corriente del Jordán se cortará: el agua que viene de arriba se detendrá formando un embalse.»
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza caminaron delante de la gente. Y, al llegar al Jordán, en cuanto mojaron los pies en el agua –el Jordán va hasta los bordes todo el tiempo de la siega–, el agua que venía de arriba se detuvo, creció formando un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adam, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba al mar del desierto, al mar Muerto, se cortó del todo. La gente pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos

Palabra de Dios

Salmo

Sal 113A,1-2.3-4.5-6

R/. Aleluya

Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio. R/.

El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos. R/.

¿Qué te pasa, mar, que huyes,
a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos? R/.

Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Mateo (18,21–19,1):

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.» El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: «Págame lo que me debes.» El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.» Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros m¡ Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor

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1. (Año I) Josué 3,7-17

a) Concluida la lectura de los libros del Pentateuco, seguimos con otros relatos históricos, el libro de Josué y luego el de los Jueces. La aventura del pueblo de Israel continúa.

Ha cambiado el líder. A Moisés le ha sucedido su fiel discípulo Josué. Pero lo importante es que Dios sigue al frente de su pueblo: «para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés… un Dios vivo está en medio de vosotros».

Termina el éxodo por el desierto, pero queda una parte muy importante del camino, la entrada del pueblo judío a la tierra de Canaán, que no fue tan pacífica ni poética como aquí se describe. Fue una lucha larga, encarnizada, con muchas víctimas, pueblo por pueblo y región por región. Pero cuando se escribe el libro, siglos después, se tiende a mitificar. No se hace tanto historia, sino catequesis, incluso con un lenguaje que parece litúrgico: el paso por el Jordán con trompetas, cantos, procesión de sacerdotes y, sobre todo, el Arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios entre los suyos.

Se cuenta el episodio del río Jordán, calcado del otro, de hacía cuarenta años, el paso del Mar Rojo. También aquí, probablemente, se trataba de un fenómeno natural -el río, en un momento determinado, se vuelve transitable-, fenómeno que se interpreta como regalo de la providencia de Dios.

b) La actuación salvadora de Dios sigue ahora, todavía más intensa que entonces. La Pascua de Jesús fue el verdadero «éxodo», el paso a través de la muerte a la nueva existencia de Resucitado, la Pascua que nos salva a todos los que nos incorporamos a él por el sacramento del Bautismo.

Ahora ya no son el Mar Rojo ni el río Jordán: es el torrente de la muerte y del pecado el que Cristo ha atravesado con su Pascua y que nos ayuda a atravesar también a nosotros. Los domingos, en el día de la victoria pascual de Cristo, en vísperas, cantamos muchas veces el salmo 113, el responsorial de hoy, que nos describe poéticamente con júbilo lleno de ironía- lo que le pasó entonces a Israel: «el mar, al verlos, huyó, el Jordán se echó atrás… ¿Qué te pasa a ti, Jordán, que te echas atrás?»…

Ahora ya no se trata de ocupar tierras y, ciertamente, tampoco de usar métodos de fuerza y de hechos consumados. Jesús nos ha enseñado la fuerza de la no violencia. Pero sí tenemos que estar convencidos de que Dios está presente en nuestra vida y quiere salvarnos de nuestras esclavitudes personales o comunitarias.

Nosotros podemos alegrarnos, con mayor razón que nuestros hermanos del AT, de que «un Dios vivo está en medio de nosotros». Ahora no nos acompaña el Arca de la Alianza primera, sino el mismo Cristo, quien, para que entendiéramos mejor su presencia, se ha querido hacer también Eucaristía, alimento para el camino, que eso significa «viático».

2. Mateo 18,21-19,1

a) Si ayer era la corrección fraterna, hoy Jesús, en su «sermón comunitario», sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas.

La propuesta de Pedro ya parecía generosa. Pero Jesús va mucho más allá: setenta veces siete significa siempre.

La parábola exagera a propósito: la deuda perdonada al primer empleado es ingente. La que él no perdona a su compañero, pequeñísima. El contraste sirve para destacar el perdón que Dios concede y la mezquindad de nuestro corazón, porque nos cuesta perdonar una insignificancia.

Lo propio de Dios es perdonar. Lo mismo han de hacer los seguidores de Jesús. El aviso es claro: «lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

b) Es el nuevo estilo de vida de Jesús, ciertamente más exigente que el de los diez mandamientos del AT.

¿No es demasiado ya perdonar siete veces? ¿y no será una exageración lo de setenta veces siete? ¿no estaremos favoreciendo que reincida el ofensor? ¿y dónde queda la justicia? Pero Jesús nos dice que sus seguidores deben perdonar. Como él, que murió perdonando a sus verdugos. Pedro, el de la pregunta de hoy, experimentó en su propia persona cómo Jesús le perdonó su pecado.

En la Biblia, el Jubileo comportaba el perdón de las deudas y la vuelta de las propiedades a su primer dueño. Nosotros tal vez no tengamos tierras que devolver ni deudas económicas que remitir. Pero sí podemos perdonar esas pequeñas rencillas con los que conviven con nosotros. Esposos que se perdonan algún fallo. Padres que saben olvidar un mal paso de su hijo o de su hija. Amigos que pasan por alto, elegantemente, una mala pasada de algún amigo. Religiosos que hacen ver que no han oído una palabra ofensiva que se le escapó a otro de la comunidad.

En el Padrenuestro, Jesús nos enseñó a decir: «perdónanos como nosotros perdonamos». En el sermón de la montaña nos dijo lo de ir a reconciliarnos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar y lo de saludar también al que no nos saluda… Ser seguidores de Jesús nos obliga a cosas difíciles. Recordemos que una de las bienaventuranzas era: «bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».

El gesto de paz antes de ir a comulgar tiene esa intención: ya que unos y otros vamos a recibir al mismo Señor, que se entrega por nosotros, debemos estar, después, mucho más dispuestos a tolerar y perdonar a nuestros hermanos.

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