24 de febrero, charla comentario papa Francisco, retiro parroquial

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25 de febrero.

Lecturas del Domingo 2º de Cuaresma – Ciclo B

Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (22,1-2.9-13.15-18):

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»
Él respondió: «Aquí me tienes.»
Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.
Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo «¡Abrahán, Abrahán!»
Él contestó: «Aquí me tienes.»
El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»

Palabra de Dios

Salmo
Sal 115,10.15.16-17.18-19

R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.

Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor. R/.

Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,31b-34):

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,2-10):

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

Palabra del Señor

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Homilía para el II Domingo de Cuaresma B

El evento contado en el Evangelio de hoy tiene lugar en un momento crucial en la vida de Jesús. Por un cierto tiempo las multitudes lo habían escuchado y habían recibido su mensaje con apertura y también, en algunas ocasiones, con entusiasmo. Luego, dado que gradualmente se volvía una amenaza para la autoridad, los fariseos comenzaron a hacerle una lucha constante, y las multitudes lo abandonaron poco a poco. En un cierto momento se dio cuenta claramente que sus enemigos estaban por vencer y que él estaba por morir. Anunció entonces su muerte a sus discípulos y, a partir de ese momento consagró la mayor parte de su tiempo a formar a los discípulos más que a enseñar a las muchedumbres.

Frecuentemente, durante su vida pública, y especialmente cuando tenía que tomar decisiones importantes, Jesús se retiraba a la soledad para pasar un tiempo –a veces la noche entera- en oración. Esta vez, no fue solo. Tomó consigo tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan –quizá porque eran aquellos que entre los discípulos que presentaban la mayor resistencia a su mensaje (los hijos del trueno, el fuego del cielo, Pedro que lo niega).
Ahí, en su plegaria, Jesús debe decir que “sí” a la voluntad del Padre. Debe aceptar plenamente su misión, hasta su muerte. Después, cuando toda expectativa humana había desaparecido, cuando no había nada más que la esperanza pura y desnuda en el Padre, cuando todo aquello que no era su misión mesiánica había sido quitado o se desmoronaba, se reveló su verdadera identidad. Se transfiguró. Toda su humanidad se reducía a la voluntad del Padre sobre Él. Y así como los tres discípulos habían tenido el privilegio de participar en su oración, fueron admitidos a esta revelación de su identidad.

Aparecen entonces Moisés y Elías, los cuales simbolizan la entera religión antigua de Israel. Para Pedro, Santiago y Juan no hay más nada que buscar. Sus expectativas se realizaron. El Mesías triunfó. Y Pedro propone no seguir adelante, se quiere quedar ahí: “Maestro hagamos tres tiendas…” Él manifiesta así que la visión no cambió su mentalidad. Permanece atado a las tradiciones antiguas y pretende poner en la misma categoría a Jesús, Moisés y Elías, integrando entonces el mesianismo de Jesús en las categorías del Antiguo Testamento.

Pedro huye del conflicto prefiere la montaña a Jerusalén y el Tabor al Calvario. La voz del Padre lo devuelve al presente: “Este es mi Hijo dilecto. Escúchenlo”. Moisés y Elías no le dicen nada a los discípulos. Desaparecen y permanece sólo Jesús que el Padre declara su hijo dilecto que se debe escuchar. La Ley y los Profetas se han cumplido.

También nosotros debemos dejarnos transfigurar, identificándonos, en todo nuestro ser humanos, con la voluntad de Dios para nosotros. Esto puede sucedernos, como a Jesús, cuando tenemos el coraje de retirarnos en soledad a rezar. Estamos llamados a ver cada uno de nuestros hermanos en su naturaleza transfigurada. Dios se revela en cada uno, si nuestros ojos y corazones son capaces de ver. En cuaresma debemos dejarnos transfigurar en el encuentro con el Señor, en descubrir y tratar de vivir su voluntad.

Decía el Papa emérito en 2008: “El monte —tanto el Tabor como el Sinaí— es el lugar de la cercanía con Dios. Es el espacio elevado, con respecto a la existencia diaria, donde se respira el aire puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en la presencia del Señor, como Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del «éxodo» que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, se adhiere con su voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: él es Dios, Luz de Luz. También el vestido de Jesús se vuelve blanco y resplandeciente. Esto nos hace pensar en el Bautismo, en el vestido blanco que llevan los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (cf. Ap 7, 9. 13). Aquí está el punto crucial: la Transfiguración es anticipación de la resurrección, pero esta presupone la muerte. Jesús manifiesta su gloria a los Apóstoles, a fin de que tengan la fuerza para afrontar el escándalo de la cruz y comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al reino de Dios. La voz del Padre, que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es su Hijo predilecto, como en el bautismo en el Jordán, añadiendo: «Escuchadlo» (Mt 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirlo por el camino de la cruz, llevando en el corazón, como él, la esperanza de la resurrección. Spe salvi, salvados en esperanza. Hoy podemos decir: «Transfigurados en esperanza».”

Que María nos ayude a reconocer y a seguir al Mesías del Nuevo Testamento, no nos refugiemos en la Montaña, aceptemos que la cruz y parte de la vida y por la cruz lleguemos a la luz. Amén

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20 de febrero.

MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

Libro de Isaías 55,10-11.

Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.

Salmo 34,4-7.16-19.

Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió y me libró de todos mis temores.
Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos.

Evangelio según San Mateo 6,7-15.

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

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1. Ayer era la caridad fraterna. Hoy, la oración. Las lecturas nos van guiando para vivir la Cuaresma con un programa denso, preparando la Pascua. Como una novia que se va preparando -adornos y joyas incluidos- a la venida del esposo.
Isaías nos presenta la fuerza intrínseca que tiene la palabra de Dios, que siempre es eficaz y consigue lo que quiere. La comparación está tomada del campo y la podemos entender todos: esa palabra es como la lluvia que baja, que empapa la tierra y la hace fecunda.
2. Jesús nos enseña a orar. A la palabra que desciende de Dios, eficaz y viva -es siempre Dios el que tiene la primera palabra, el que tiende puentes, el que ofrece su comunión y su alianza-, responde ahora la palabra que sube a él, nuestra oración.
Ante todo Jesús nos dice que evitemos la palabrería cuando rezamos: no se trata de informar a Dios sobre algo que no sabe, ni de convencerle con argumentos de algo que no está seguro de concedernos.
A continuación Jesús nos enseña la oración del Padrenuestro, la «oración del Señor», que se ha convertido en la oración de la Iglesia, de los que se sienten hijos («Padre») y hermanos («nuestro»), la oración que se ha llamado con razón «resumen de todo el evangelio».
El Padrenuestro nos educa a una visión equilibrada de nuestra vida. Se fija ante todo en Dios. Dios es el centro, no nosotros: Padre… santificado sea tu nombre… hágase tu voluntad… venga tu Reino. Luego pide para nosotros: el pan de cada día… el perdón de las ofensas… que no caigamos en la tentación… que nos libre de mal.
Jesús hace, al final, un comentario que destaca la petición más incómoda del Padrenuestro: hemos pedido que Dios nos perdone como nosotros perdonamos. Se ve que, para Cristo, esta historia de nuestra relación con Dios tiene otros protagonistas que tal vez no nos resultan tan agradables: los demás. Jesús nos enseña a tenerlos muy en cuenta: «si perdonáis, también os perdonará… si no perdonáis, tampoco os perdonará».
3. a) Uno de los mejores propósitos que podríamos tomar en esta Cuaresma, siguiendo la línea que nos ha presentado Isaías, sería el de abrirnos más a la palabra de Dios que baja sobre nosotros. Es la primera actitud de un cristiano: ponernos a la escucha de Dios, atender a su palabra, admitirla en nuestra vida, «comerla», «comulgar» con esa palabra que es Cristo mismo, en la «primera mesa», que se nos ofrece en cada Eucaristía.
Ojalá a esa palabra que nos dirige Dios le dejemos producir en nuestro campo todo el fruto: no sólo el treinta o el sesenta, sino el ciento por ciento. Como en el principio del mundo «dijo y fue hecho»; como en la Pascua, que es el comienzo de la nueva humanidad, el Espíritu de Dios resucitó a Jesús a una nueva existencia, así quiere hacer otro tanto con nosotros en este año concreto.
b) A la palabra descendente que acogemos le responde también una palabra ascendente, nuestra oración.
Cuando nosotros le dirigimos la palabra a Dios, él ya está en sintonía con nosotros. Lo que estamos haciendo es ponernos nosotros en onda con él, porque muchas veces estamos distraídos con mil cosas de la vida. En eso consiste la eficacia de nuestra oración.
Seria bueno que estos días leyéramos, como lectura espiritual o de meditación, la parte IV del Catecismo de la Iglesia Católica: qué representa la oración en la vida de un creyente, cómo oró Jesús, cómo rezó la Virgen María y, sobre todo, el sabroso comentario al Padrenuestro.
Doble programa para la Cuaresma, imitando a Cristo en los cuarenta días del desierto: escuchar más la palabra que Dios nos dirige y elevarle nosotros con más sentido filial nuestra palabra de oración. Para que nuestra oración supere la rutina y el verbalismo, y sea en verdad un encuentro sencillo pero profundo con ese Dios que siempre está cercano, que es Padre, que siempre quiere nuestro bien y está dispuesto a darnos su Espíritu, el resumen de todos los bienes que podemos desear y pedir. También nosotros podemos decir, como Jesús en la resurrección de Lázaro: «Padre, yo sé que siempre me escuchas».

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Homilía primer domingo de cuaresma.

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18 de febrero.

Lecturas del Domingo 1º de Cuaresma – Ciclo B

Lectura del libro del Génesis (9,8-15):

Dios dijo a Noé y a sus hijos: «Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.»
Y Dios añadió: «Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.»

Palabra de Dios

Salmo
Sal 24,4bc-5ab.6-7bc.8-9

R/. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad
para los que guardan tu alianza

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas.
Acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.

Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (3,18-22):

Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos pocos, ocho personas, se salvaron cruzando las aguas. Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,12-15):

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Palabra del Señor

 

Homilía para el 1er Domingo de Cuaresma B

Este relato de san Marcos es de una concisión extrema (en relación a los otros sinópticos), pero su mensaje no es menos rico. Entre el bautismo de Jesús y el inicio de su actividad misionera en Galilea, está situado el periodo de cuarenta días en el desierto. De este largo periodo, Marcos pone en evidencia tres cosas: la tentación por parte del demonio, la presencia de animales salvajes y la venida de los ángeles.

Jesús acaba de ser bautizado. En el momento de su bautismo, se escuchó la voz del Padre, proclamándolo su hijo amado, y el Espíritu descendió sobre él. Pero inmediatamente después, el mismo Espíritu lo conduce al desierto, donde su fidelidad al plan del Padre será puesta a prueba. Los cuarenta días son simbólicos (lo que no quiere decir que no los hizo Jesús, sino que evocan otras cosas); recuerdan los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años del viaje del pueblo de Israel en el desierto, los cuarenta días y cuarenta noches de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días de la marcha de Elías hacia el Oreb (1 Reyes 19,8) y los cuarenta años de la dominación filistea sobre Israel (Jueces 13.1). Cada uno de estos períodos es un período de prueba o tentación. La experiencia de Jesús está, por lo tanto, estrechamente ligada a todo lo que el Pueblo y los Profetas vivieron antes que él.

Los otros evangelistas describen algunas de las tentaciones. Es suficiente para Marcos decir que Jesús fue tentado, ya que la tentación, en todas sus formas, es siempre la misma llamada a rechazar su verdadera misión y el proyecto del Padre, para ajustarse a las expectativas de su entorno. Jesús está en medio de animales salvajes, representando a los escribas, los fariseos y otros líderes religiosos del pueblo, que lo perseguirán a lo largo de su vida pública (véase Marcos 3, 6, por ejemplo). Mientras que los mensajeros del Padre, los ángeles, representan a aquellos y aquellas que lo seguirán al Calvario.

Con la manifestación de Jesús en ocasión de su bautismo, se ha dado vuelta una página importante en la vida de Juan el Bautista. Ahora puede desaparecer, y efectivamente es arrestado y encarcelado. Pronto será asesinado. Un punto de inflexión importante también tiene lugar en la vida de Jesús y un nuevo capítulo comienza en la vida de la humanidad. Y aquí ya hay una lección para nosotros. Debemos ser capaces de reconocer los puntos de inflexión importantes en nuestras vidas, tanto individuales como colectivos. A menudo la fidelidad a nuestra vocación a nuestra misión nos llama a poner fin a un capítulo, pasar la página y comenzar decididamente el siguiente capítulo, como lo hizo Jesús. Pero, como sucede a menudo en los libros impresos, puede haber una página en blanco entre dos capítulos. Es el momento del desierto, de la tentación, de la lucha contra las bestias salvajes dentro y fuera de nosotros mismos, pero también un momento en el que debemos saber reconocer a los ángeles o mensajeros que Dios nos envía para ayudarnos, aconsejarnos, guiarnos

Toda la predicación de Jesús, y el mensaje que repetirá a lo largo de su vida pública, San Marcos lo resume en pocas frases lapidarias: «Los tiempos están completos, el reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio«. La Buena Nueva (Marcos 1,1) es la de la posibilidad de una nueva humanidad, que practica la justicia y el amor y vive en paz. Esta nueva sociedad no es posible si los hombres no renuncian a la injusticia y la guerra, si no se convierten, es decir, si no permiten que Dios transforme sus corazones.

Nos enseña Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Cap. II: “Mateo y Lucas hablan de tres tentaciones de Jesús en las que se refleja su lucha interior por cumplir su misión, pero al mismo tiempo surge la pregunta sobre qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana. Aquí aparece claro el núcleo de toda tentación: apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras. Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo. Lo real es lo que se constata: poder y pan. Ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales, un mundo secundario que realmente no se necesita. La cuestión es Dios: ¿es verdad o no que Él es el real, la realidad misma? ¿Es Él mismo el Bueno, o debemos inventar nosotros mismos lo que es bueno? La cuestión de Dios es el interrogante fundamental que nos pone ante la encrucijada de la existencia humana. ¿Qué debe hacer el Salvador del mundo o qué no debe hacer?: ésta es la cuestión de fondo en las tentaciones de Jesús”.

Es entonces cuando la alianza representada por el arco iris, posibilidad de vivir en paz con todo lo creado, después del diluvio se realiza plenamente, cuando Dios dijo, nos recordaba la primera lectura: «He aquí, concluyo mi alianza contigo, con todos tus descendientes y con todos los seres vivientes a tu alrededor«. Pidamos con María, dejarnos guiar por Dios, que es lo más real, para que la Alianza con todos los vivientes se vaya realizando en nuestro mundo.

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miércoles de ceniza

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14 de febrero bis

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Homilía para el miércoles de Ceniza

Queridos hermanos:
Hoy es «Miércoles de Ceniza», primer día de Cuaresma. Lección austera la que nos da hoy la liturgia. Lección plasmada en un rito de eficacia plástica. La imposición de la ceniza entraña en sí un dos significados tan claros y manifiestos que todo comentario resulta superfluo; primero, nos lleva a la reflexión realista sobre el carácter precario de nuestra condición humana, abocada al jaque de la muerte, que reduce a cenizas precisamente este cuerpo nuestro sobre cuya vitalidad, salud, fuerza, belleza y capacidades edificamos tantos proyectos cada día.
El rito litúrgico con enérgica franqueza encauza la atención hacia ese dato objetivo: no hay nada definitivo ni estable aquí abajo; el tiempo fluye inexorablemente y cual río veloz va arrastrándonos sin tregua a nosotros y a nuestras cosas hacia la desembocadura misteriosa de la muerte.
La tentación de sustraernos a la evidencia de esta constatación es ya antigua. No pudiendo escapar de ella, el hombre ha intentado olvidar o minimizar el fenómeno de la muerte, despojándolo de las dimensiones y resonancias que lo constituyen en acontecimiento decisivo de su existencia. La máxima de Epicuro «Cuando nosotros existimos, la muerte no está, y cuando está la muerte, nosotros no existimos», es la fórmula clásica de esta tendencia siempre presente y siempre tornasolada con mil tonalidades diferentes, desde la antigüedad hasta nuestros días. Pero en realidad se trata de «una artimaña que más hace sonreír que pensar» (M. Blondel). En efecto, la muerte es parte de nuestra existencia y condiciona su desenvolvimiento desde dentro. Lo había intuido bien San Agustín cuando argumentaba así: «Si uno comienza a morir, es decir, a estar en la muerte desde el momento en que la muerte comienza a actuar en él quitándole la vida…, entonces el hombre comienza a estar de verdad en la muerte desde el momento en que comienza a estar en el cuerpo» (De Civil. Dei, 13, 10).
En sintonía perfecta con la realidad, el lenguaje de la liturgia nos advierte: «Acuérdate, hombre, de que polvo eres y al polvo volverás»; son palabras que enfocan este problema, imposible de esquivar en nuestro lento hundirnos en las arenas movedizas del tiempo; palabras que plantean con urgencia dramática la «cuestión del sentido» de este emerger nosotros a la vida para ser fatalmente hundidos otra vez en la sombra oscura de la muerte. Es verdad que «el máximo enigma de la vida humana es la muerte» (Gaudium et spes, 18).
A este enigma —los saben— la fe da una respuesta que no es evasiva. Es una respuesta integrada, ante todo, por una explicación, y luego por una promesa.
La explicación nos viene dada en síntesis en las célebres palabras de San Pablo: «Así, pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado» (Rom 5, 12). Por tanto, la muerte tal como la experimentamos hoy, es fruto del pecado, stipendia peccati mors (Rom 6, 23). Esta es una idea difícil de aceptar y de hecho la mentalidad profana unánimemente la rechaza. La negación de Dios o la pérdida del sentido vital de su presencia han inducido a muchos contemporáneos nuestros a dar al pecado interpretaciones sociológicas unas veces, otras veces psicológicas, o existencialistas, o evolucionistas; todas ellas tienen en común una característica: la de vaciar al pecado de su seriedad trágica. En cambio, la Revelación, no; sino que lo presenta como realidad espantosa, ante la que resulta siempre de importancia secundaria cualquier otro mal temporal. En efecto, con el pecado el hombre quebranta «la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación» (Gaudium et spes, 13). El pecado marca el fracaso radical del hombre, la rebelión a Dios que es la Vida, un «extinguir el Espíritu» (cf. 1 Tes 5, 19); y por ello, la muerte no es más que la manifestación externa de esta frustración, su manifestación más llamativa.
Pero la fe no se limita a explicar nuestro drama. Nos trae asimismo el anuncio gozoso de que hay posibilidad de remedio. Dios no se ha resignado al fracaso de su criatura. En su Hijo encarnado, muerto y resucitado, Dios vuelve a abrir el corazón del hombre a la esperanza. «Lucharon vida y muerte en singular batalla —cantaremos el día de Pascua—, y muerto el que es la Vida, triunfante se levanta» (Secuencia).
En el misterio pascual Cristo ha tomado sobre Sí la muerte, en cuanto ésta es manifestación de que nuestra naturaleza está herida; y triunfando sobre ella en la resurrección, ha vencido en su misma raíz el poder del pecado que actúa en el mundo. Ahora ya en adelante todos los hombres que se adhieran por la fe a Cristo y se esfuercen en acoplar su vida a Él, pueden experimentar en sí la fuerza vivificante que irradia del Resucitado. No es ya esclavo de la muerte (cf. Rom 8, 2), porque actúa en él «el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rom 8, 11).
Y aquí viene el segundo elemento significado por la ceniza: la conversión.
Si nos pusiese solamente ceniza en la frente para recordarnos la muerte que ha de reducirnos a polvo, no curaría la Iglesia nuestras llagas, sino más bien aumentaría nuestra tristeza; y la tristeza no es el remedio de nuestros males. ¡Bastante tristeza nos da esta argentina inquieta! A este asilo de paz, a este puerto de oración en medio del estrépito de la calle abierto, venimos precisamente algunas veces huyendo de la tristeza del mundo. Y bien, hermanos; no tengamos miedo, porque el polvo que allá fuera enferma, aquí dentro sana; el polvo que la Iglesia nos pone en los ojos nos devuelve la vista, aunque sea cáustico en el momento de la operación; y el que ve, hermanos, no está triste: porque el que ve, sabe adónde va; porque el que ve, camina seguro; el que ve, no tropieza en la piedra ni cae en el hoyo.
Y por eso, Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio de este día nos manda el ayuno, pero nos prohíbe la tristeza. “Cuando ayunen —dice—no se pongan tristes como los hipócritas”.
Y dice el Padre Castellani: Y ¿cómo haremos para no estar tristes teniendo que sufrir el cuerpo?, por la penitencia: no poniendo nuestro tesoro en el cuerpo, que es polvo, ni en las cosas de la tierra, que son polvo, sino más arriba. “Y su Padre que está en los cielos se los pagará allá arriba. No atesoren tesoros en la tierra, donde la polilla y el gorgojo los deshacen, el ladrón rompe y los roba. Amontonen tesoros en el cielo, donde ni polilla ni gusano deshacen, ni el ladrón rompe y roba”.
La polilla y el gorgojo son las miserias de esta vida; el ladrón es la muerte, y el tesoro es lo que buscamos y deseamos, nuestro ideal y nuestro último fin. En lo que buscamos y deseamos es dónde tenemos que hacer penitencia.
El autor del Libro del Eclesiastés, inspirado por el Espíritu Santo, después de haber mostrado amargamente la vanidad de las cosas terrenas, no concluye, hermanos, la desesperación, sino que concluye la moderación.
Después de haber recorrido la vanidad de los placeres que dan hastío, la vanidad de la ciencia que aumenta el sufrimiento, la vanidad de las riquezas, del poder, del nombre, de la fama, de la hermosura, el autor sacro irrumpe en conclusiones de sentido común, de moderación y de templanza. “Hay que despreciar todo lo caduco, hay que usar moderadamente de la vida, hay que usar también templadamente de los placeres y alivios que la hacen serena y llevadera, y sobre todo hay que temer a Dios, cumplir sus mandamientos y recordar su juicio”. “Teme a Dios y observa sus mandamientos, porque esto es todo el hombre”.
Es curioso que no dice: “Cumple los mandamientos de Dios, porque eso es el alma del hombre. El cuerpo es polvo; cumple los mandamientos para salvar tu alma”. No, hermanos: “Cumple los mandamientos, porque eso es todo el hombre, cuerpo y alma”. El que se salva, salva su cuerpo y su alma: envía su alma al cielo y envía el montón de polvo de su cuerpo a la tierra, como semilla de resurrección.
Hombre verdaderamente sabio, prudente y juicioso, el que se salva. No nos está prohibido desear riquezas, sino desear riquezas mentirosas. ¿Cómo se pueden asegurar las riquezas contra un ladrón? Mandándolas a la caja de seguridad. Ese es el consejo de Cristo: por medio de la limosna, envíen sus riquezas donde no hay ladrones, para que allá los esperen.
¿Cómo se puede asegurar el grano de trigo contra el gorgojo? Hay que sembrarlo. Es el consejo de Cristo: “Si el grano se hunde en la tierra y muere, después brota y hace grande fruto”.
Así nuestros cuerpos, hundidos por la humillación, deshechos por la mortificación, pulverizados por la muerte, brotarán un día con nueva vida y florecerán como rosas bajo el sol de la Inmortalidad.
Mientras tanto, con humildad y bajo el manto de la Virgen le decimos a Dios: ¡Somos pecadores, queremos convertirnos ayúdanos, y que sepamos ayudar a los hermanos y dejarnos ayudar! Amén.

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14 de febrero.

santo padre audiencia 2

A continuación, la catequesis del Santo Padre:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Buenos días, aunque el día no sea muy bueno. Pero si el alma está contenta el día es siempre bueno. Así que ¡buenos días! Hoy la audiencia se hará en dos sitios: un pequeño grupo de enfermos está en el Aula, a causa del mal tiempo y nosotros estamos aquí. Pero ellos nos ven y nosotros los vemos en la pantalla gigante. Los saludamos con un aplauso.
Continuamos con la catequesis sobre la misa. La escucha de las lecturas bíblicas, que se prolonga en la homilía, ¿a qué responde? Responde a un derecho: el derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir abundantemente el tesoro de la Palabra de Dios (véase la Introducción al Leccionario, 45). Cada uno de nosotros cuando va a misa tiene el derecho de recibir con abundancia la Palabra de Dios, bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía. ¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con fervor por el diácono, por el sacerdote o por el obispo se falta a un derecho de los fieles. Nosotros tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El Señor habla para todos, pastores y fieles. Llama al corazón de los que participan en la misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El Señor consuela, llama, despierta brotes de vida nueva y reconciliada. Y esto, por medio de su Palabra. Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones.
Por lo tanto, después de la homilía, un tiempo de silencio permite que la semilla recibida se sedimente en el alma, para que nazcan propósitos de adhesión a lo que el Espíritu ha sugerido a cada uno. El silencio después de la homilía. Hay que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar en lo que ha escuchado.
Después de este silencio, ¿cómo continúa la misa? La respuesta personal de fe se injerta en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el “Credo”. Todos nosotros rezamos el Credo en la misa. Rezado por toda la asamblea, el Símbolo manifiesta la respuesta común a lo que se ha escuchado en la Palabra de Dios (véase Catecismo de la Iglesia Católica, 185-197). Hay un nexo vital entre la escucha y la fe. Están unidos. Esta, -la fe- efectivamente, no nace de las fantasías de mentes humanas sino que, como recuerda San Pablo, “viene de la predicación y la predicación por la Palabra de Cristo” (Rom. 10:17). La fe se alimenta, por lo tanto, de la escucha y conduce al Sacramento . Por lo tanto, el rezo del “Credo “ hace que la asamblea litúrgica “recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía. ” (Instrucción General del Misal Romano, 67). El Símbolo de fe vincula la Eucaristía al Bautismo recibido “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y nos recuerda que los sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia.
La respuesta a la Palabra de Dios recibida con fe se expresa a continuación, en la súplica común, llamada Oración universal,porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo (ver IGMR, 69-71; Introducción al Leccionario, 30-31). También se llama Oración de los Fieles.
Los Padres del Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del Evangelio y de la homilía, especialmente los domingos y días festivos, para que ” con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero. “(Const. Sacrosanctum Concilium, 53, ver 1 Tim 2: 1-2). Por lo tanto, bajo la dirección del sacerdote que introduce y concluye, ” el pueblo ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. ” (IGMR, 69). Y después de las intenciones individuales, propuestas por el diácono o por un lector, la asamblea une su voz invocando: “Escúchanos, Señor”.
Recordemos, en efecto, lo que el Señor Jesús nos dijo: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn. 15, 7). “Pero nosotros no creemos en esto porque tenemos poca fe”. Pero si tuviéramos una fe –dice Jesús- como un grano de mostaza, habríamos recibido todo. “Pedid lo que queráis y se os dará”. Y , este momento de la oración universal, después del Credo, es el momento de pedir al Señor las cosas más importantes en la misa, las cosas que necesitamos, lo que queremos. “Se os dará”; de una forma o de otra, pero “se os dará”. “Todo es posible para el que cree”, ha dicho el Señor. ¿Qué respondió el hombre al que el Señor se dirigió para decir esta frase: “Todo es posible para el que cree”? Dijo : “Creo, Señor. Ayuda a mi poca fe”. Y la oración hay que hacerla con este espíritu de fe. “Creo, Señor, ayuda a mi poca fe”. Las pretensiones de la lógica mundana, en cambio, no despegan hacia el Cielo, así como permanecen sin respuesta las peticiones autorreferenciales (véase St. 4,2-3). Las intenciones por las cuales los fieles son invitados a rezar deben dar voz a las necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando el uso de fórmulas convencionales y miopes. La oración “universal”, que concluye la liturgia de la Palabra, nos exhorta a hacer nuestra la mirada de Dios, que cuida de todos sus hijos.

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13 de febrero.

MARTES DE LA SEMANA 6ª DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol Santiago (1,12-18):

Dichoso el hombre que soporta la prueba, porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman. Cuando alguien se ve tentado, no diga que Dios lo tienta; Dios no conoce la tentación al mal y él no tienta a nadie. A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce; el deseo concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte. Mis queridos hermanos, no os engañéis. Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra. Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 93,12-13a.14-15.18-19

R/. Dichoso el hombre a quien tú educas, Señor

Dichoso el hombre a quien tú educas,
al que enseñas tu ley,
dándole descanso tras los años duros. R/.

Porque el Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona su heredad:
el justo obtendrá su derecho,
y un porvenir los rectos de corazón. R/.

Cuando me parece que voy a tropezar,
tu misericordia, Señor, me sostiene;
cuando se multiplican mis preocupaciones,
tus consuelos son mi delicia. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,14-21):

En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían mas que un pan en la barca.
Jesús les recomendó: «Tened cuidado con la levadura de los fariseos y con la de Herodes.»
Ellos comentaban: «Lo dice porque no tenemos pan.»
Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? A ver, ¿cuántos cestos de sobras recogisteis cuando repartí cinco panes entre cinco mil? ¿Os acordáis?»
Ellos contestaron: «Doce.»
«¿Y cuántas canastas de sobras recogisteis cuando repartí siete entre cuatro mil?»
Le respondieron: «Siete.»
Él les dijo: «¿Y no acabáis de entender?»

Palabra del Señor
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1. (año II) Santiago 1,12-18
a) De nuevo nos habla Santiago de las pruebas de la vida.
Un cristiano, ante las tentaciones que le salen al paso, no tiene que echar la culpa a Dios ni a ningún factor de fuera. Nos vienen de nosotros mismos: «A cada uno le viene la tentación cuando su propio deseo lo arrastra y seduce: el deseo concibe y da a luz el pecado, y el pecado, cuando se comete, engendra muerte». Es un análisis psicológico y religioso de nuestra debilidad humana.
De Dios sólo nos vienen dones y fuerza. El sólo sabe ayudar y nos ha destinado a ser «primicia de sus criaturas».
b) Dios no tienta a nadie. Ni inclina a nadie al mal, aunque popularmente digamos que Dios nos envía tales o cuales pruebas y tentaciones. Somos nosotros mismos los que nos tentamos, porque somos débiles, porque no nos sabemos defender de las astucias del mal y hacemos caso de nuestras apetencias: el orgullo, la avaricia, la sensualidad. Tenemos siempre delante la tremenda posibilidad de hacer el bien o el mal, de seguir un camino u otro. A veces con las ideas claras de a dónde tendríamos que ir, pero con pocas fuerzas, y la tentación constante de hacer lo más fácil.
De Dios sé que podemos estar seguros de que lo suyo es ayudar: «cuando me parece que voy a tropezar, tu misericordia. Señor, me sostiene; cuando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia», como dice el salmo de hoy. El nos va educando -también a través de nuestras caldas- a lo largo de toda nuestra vida. El que supera la prueba «recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman».
Cuántas veces le pedimos a Dios: «no nos dejes caer en tentación», «líbranos del mal». Esta fuerza de Dios es la que hará posible que se cumpla su plan sobre nosotros: «que seamos como la primicia de sus criaturas». Que no sólo nos salvemos nosotros, sino que ayudemos a otros a seguir el camino que Dios quiere.
2. Marcos 8,14-21
a) A partir de un episodio sin importancia -los discípulos se han olvidado de llevar suficientes panes- Jesús les da una lección sobre la levadura que han de evitar.
Jesús va sacando enseñanzas de las cosas de la vida, aunque sus oyentes esta vez, como tantas otras, no acaban de entenderle. La levadura es un elemento pequeño, sencillo, humilde, pero que puede hacer fermentar en bien o en mal a toda una masa de pan. También puede entenderse en sentido simbólico: una levadura buena o mala, dentro de una comunidad, la puede enriquecer o estropear. Jesús quiere que sus discípulos eviten la levadura de los fariseos y de Herodes.
b) El aviso va para nosotros, ante todo en nuestra vida personal. Una actitud interior de envidia, de rencor, de egoísmo, puede estropear toda nuestra conducta. En los fariseos esta levadura mala podía ser la hipocresía o el legalismo, en Herodes el sensualismo o la superficialidad interesada: ¿cuál es esa levadura mala que hay dentro de nosotros y que inficiona todo lo que miramos, decimos y hacemos?
Al contrario, cuando dentro hay fe y amor, todo queda transformado por esa levadura interior buena. Los actos visibles tienen una raíz en nuestra mentalidad y en nuestro corazón: tendríamos que conocernos en profundidad y atacar a la raíz.
El aviso también afecta a la vida de una comunidad. Pablo, en l Corintios 5,6-8, aplica el simbolismo al mal que existe en Corinto. La comunidad tendría que ser «pan ázimo», o sea, pan sin levadura mala: «¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa?
Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos». Y quiere que expulsen esa levadura (está hablando del caso del incestuoso) y así puedan celebrar la Pascua. «no con levadura vieja, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y de verdad».

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Video homilía del domigo

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