18 de marzo.

Lecturas del Domingo 5º de Cuaresma – Ciclo B

Primera lectura
Lectura del profeta Jeremías (31,31-34):

Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor.» Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados.

Palabra de Dios

Salmo
Sal 50

R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (5,7-9):

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Palabra de Dios

Evangelio


Lectura del santo evangelio según san Juan (12,20-33):

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra del Señor

_____________________________________

Homilía para el V domingo de Cuaresma B

En el pasaje evangélico de hoy, san Juan refiere un episodio que aconteció en la última fase de la vida pública de Cristo, en la inminencia de la Pascua judía, que sería su Pascua de muerte y resurrección. Narra el evangelista que, mientras se encontraba en Jerusalén, algunos griegos, prosélitos del judaísmo, por curiosidad y atraídos por lo que Jesús estaba haciendo, se acercaron a Felipe, uno de los Doce, que tenía un nombre griego y procedía de Galilea. «Señor —le dijeron—, queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Felipe, a su vez, llamó a Andrés, uno de los primeros apóstoles, muy cercano al Señor, y que también tenía un nombre griego; y ambos «fueron a decírselo a Jesús» (Jn 12, 22).
En la petición de estos griegos anónimos podemos descubrir la sed de ver y conocer a Cristo que experimenta el corazón de todo hombre. Y la respuesta de Jesús nos orienta al misterio de la Pascua, manifestación gloriosa de su misión salvífica. «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12, 23). Sí, está a punto de llegar la hora de la glorificación del Hijo del hombre, pero esto conllevará el paso doloroso por la pasión y la muerte en cruz. De hecho, sólo así se realizará el plan divino de la salvación, que es para todos, judíos y paganos, pues todos están invitados a formar parte del único pueblo de la alianza nueva y definitiva.
A esta luz comprendemos también la solemne proclamación con la que se concluye el pasaje evangélico: «Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32), así como el comentario del Evangelista: «Decía esto para significar de qué muerte iba a morir» (Jn 12, 33). La cruz: la altura del amor es la altura de Jesús, y a esta altura nos atrae a todos.

El texto de Jeremías que hemos escuchado en la primera lectura de la Misa es uno de los más bellos de la Biblia sobre la conversión. Primero de todo él la describe no como un simple cambio de comportamiento, o como una sustitución de un “yo” por otro “yo”, sino como un cambio profundo del corazón. Y por este cambio del corazón es necesario entender no solo un corazón más puro, un corazón que desea cosas mejores, sino más bien un corazón que esté profundamente impregnado del Espíritu Santo, hasta desear todo lo que Dios mismo desea. “Pondré mi ley en lo más profundo de su ánimo; la escribiré en su corazón… Ellos no tendrán más necesidad de instruirse recíprocamente… Todos en efecto me conocerán, de los más grandes a los más pequeños”.
Se trata de una obediencia “radical” a Dios. Radical porque radical es la obediencia que parte de la raíz (radix) misma de nuestro ser. Pero ¿cómo Dios realiza este cambio? No hay otro camino que aquél que Cristo nos ha enseñado, aquél que él mismo utilizó.
La lectura de la Carta a los Hebreos nos habla de las oraciones de Jesús “con fuertes gritos y lágrimas”, agregando que aprendió la obediencia con sufrimiento (por las cosas que padeció). Todos hemos hecho la experiencia que las cosas más importantes de la vida se aprenden con sufrimientos mucho más que por una vida de estudio o acomodada. El texto también agrega que Cristo se volvió una fuente de salvación para todos aquellos que lo obedecen. Nosotros entonces estamos llamados a obedecerlo, como él mismo obedeció al Padre, con la misma obediencia radical, esto es mediante la entrega radical de todo nuestro ser en sus manos. ¿Y cómo podemos aprender la obediencia, si no como la ha hecho él mismo, esto es a través de los sufrimientos?
Por esto nos dice el Evangelio: “Si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo, pero si muere, produce mucho fruto. Quién ama su vida la pierde; y quien la pierde en este mundo, la conservará para la vida eterna”.
¿Cuál es el sentido de esta pequeña frase enigmática que encontramos un cierto número de veces en el Evangelio (bajo formas ligeramente diferentes): “quién ama su vida la pierde, quien pierde su vida en este mundo la salva para la vida eterna”? Salvar la propia vida significa mantenerla, agarrarse a ella por temor a la muerte: perder la vida quiere decir: dejarla ir, despegarse, aceptar morir. Lo paradójico es que aquél que teme a la muerte ya está muerto, mientras aquél que no tiene más miedo de la muerte, ya comenzó a vivir en plenitud. ¿Pero por qué alguien debería estar pronto a sufrir y a morir? ¿Esto tiene sentido? La palabra clave aquí es “compasión” (sufrir con).
Lo que Jesús quería eliminar absolutamente era el sufrimiento y la muerte: el sufrimiento del pobre y el oprimido, el sufrimiento del enfermo, el sufrimiento y la muerte de todas las víctimas de la injusticia. La única manera de destruir el sufrimiento es renunciar a todos los valores de este mundo y sufrir sus consecuencias. Sólo la aceptación del sufrimiento puede vencer en el mundo al sufrimiento (paradoja). El sufrimiento es parte de la vida, porque somos necesitados y la necesidad no satisfecha lo produce. La compasión puede destruir el sufrimiento, sufriendo con aquellos que sufren y en lugar de ellos. Una simpatía por el pobre que no estuviese lista a compartir sus sufrimientos, sería una estéril emoción. No se puede tener parte en la bendición de los pobres, sin estar listos a compartir sus sufrimientos. Se puede decir lo mismo de la muerte.
Decía en una ocasión el papa emérito Benedicto XVI: “Morir duele; morir asusta; no sólo la muerte con la cual se termina el peregrinar en esta vida; sino todas las muertes, todas las renuncias, todos los descubrimientos que lo que nos gusta está mal, que lo que nos resulta cómodo está mal, que aquello que da placer está mal y que debe ser abandonado. Obviamente no se ha de entender que todo lo que gusta, es cómodo o da placer está mal; eso sería absurdo. Hay mucho de lo que nos gusta, es cómodo o da placer que es bueno, pero otro mucho es malo. Estas últimas cosas son las que producen incomodidad, malestar, crisis cuando hay que abandonarlas por ser malas. Aquellas que están bien forman parte del plan de Dios para la realización del hombre ya en su peregrinar. Renunciar a lo que es muerte, para vivir lo que es vida es un programa exigente, pero es el mejor.”
Es precisamente esto que Jesús ha hecho por nosotros. Es esto de lo que hacemos memoria (estar presentes en esa realidad) en estas semanas. Alcanzamos en la Eucaristía la fuerza para seguir sus pasos, vamos también acompañados por María nuestra madre.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

15 de marzo.

JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):

EN aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 105,19-20.21-22.23

R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo

V/. En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba. R/.

V/. Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.

V/. Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):

EN aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Palabra del Señor

_____________________

1. Esta vez es Moisés el que aparece como lazo de unión entre las dos lecturas y como figura de Cristo Jesús. Moisés intercediendo por su pueblo, y Jesús caminando a la cruz para entregar su vida por la salvación de todos.
El diálogo entre Yahvé y Moisés es entrañable. Después del pecado del pueblo, que se ha hecho un becerro de oro y le adora como si fuera su dios (pecado que describe muy bien el salmo de hoy), Yahvé habla a Moisés distanciándose del pueblo: «se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto… Este pueblo es de dura cerviz: déjame que mi ira se encienda contra él».
Pero Moisés le da la vuelta a esta acusación, tomando la defensa de su pueblo ante Dios: «¿por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto?» No es el pueblo de Moisés, sino el de Dios. Ése va a ser el primer argumento para aplacar a Yahvé. Además, le recuerda la amistad de los grandes patriarcas, para que perdone ahora a sus descendientes. También utiliza otra razón: se van a reír los egipcios si ahora el pueblo perece en el desierto.
Yahvé, además, había puesto una especie de «trampa» a Moisés: al pueblo le va a destruir, pero «de ti haré un gran pueblo». Moisés no cae en la tentación: se pone a defender al pueblo. Hoy no lo leemos, pero más adelante le dice a Dios que si no salva al pueblo, le borre también a él del libro de la vida.
El autor del Éxodo parece como si atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y perdonador que a Yahvé. Y concluye: «y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo».
2. Sigue el comentario de Jesús después del milagro de la piscina y de la reacción de sus enemigos.
Les echa en cara que no quieren ver lo evidente. Porque hay testimonios muy válidos a su favor: el Bautista, que le presentó como el que había de venir las obras que hace el mismo Jesús y que no pueden tener otra explicación sino que es el enviado de Dios; y también las Escrituras, y en concreto Moisés, que había anunciado la venida de un Profeta de Dios.
Pero ya se ve en todo el episodio que los judíos no están dispuestos a aceptar este testimonio: «yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis», «os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros».
Si Moisés excusaba a su pueblo, ahora no podría hacerlo con los que no creen en Jesús: les acusaría claramente.
3. a) La primera lectura nos interpela en una dirección interesante: ¿se puede decir que nosotros tomamos ante Dios la actitud de Moisés en defensa del pueblo, de esta sociedad o de esta Iglesia concreta, de nuestra comunidad, de nuestra familia o de nuestros jóvenes? ¿intercedemos con gusto en nuestra oración por nuestra generación, por pecadora que nos parezca? Recordemos esa postura de Moisés: mientras rezaba a Dios con los brazos en alto, su pueblo llevaba las de ganar en sus batallas.
En la oración universal de la Misa presentamos en presencia de Dios las carencias y los problemas de nuestro mundo. Lo deberíamos hacer con convicción y con amor. Amamos a Dios y su causa, y por eso nos duele la situación de increencia del mundo de hoy. Pero a la vez amamos a nuestros hermanos de todo el mundo y nos preocupamos de su bien. Como Moisés, que sufría por los fallos de su pueblo, pero a la vez lo defendía y se entregaba por su bien.
b) Pero todavía es más apremiante el ejemplo del mismo Jesús en su camino a la Pascua. A pesar de la oposición de las personas que acabarán llevándole a la muerte, él será el nuevo Moisés, que se sacrifica hasta el final por la humanidad.
Ciertamente nosotros somos de los que sí han acogido a Jesús y han sabido interpretar justamente sus obras. Por eso creemos en él y le seguimos en nuestra vida, a pesar de nuestras debilidades. Además en el camino de esta Cuaresma reavivamos esta fe y queremos profundizar en su seguimiento, imitándole en su entrega total por el pueblo. El evangelio de Juan resume, al final, su propósito: «estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).
Se trata de aceptar a Cristo, para tener parte con él en la vida.
Por eso sentimos todos la urgencia de la evangelización de nuestros hermanos de todo el mundo.

 

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

14 de marzo. Hoy es el 20º aniversario de mi ordenación sacerdotal, espero de ustedes una oración.

LiveMessage_2018-03-14-09-48-00

Lecturas de hoy Miércoles de la 4ª semana de Cuaresma

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (49,8-15):

ESTO dice el Señor:
«En tiempo de gracia te he respondido,
en día propicio te he auxiliado;
te he defendido y constituido alianza del pueblo,
para restaurar el país,
para repartir heredades desoladas,
para decir a los cautivos: “Salid”,
a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”.
Aun por los caminos pastarán,
tendrán praderas en todas las dunas;
no pasarán hambre ni sed,
no les hará daño el bochorno ni el sol;
porque los conduce el compasivo
y los guía a manantiales de agua.
Convertiré mis montes en caminos,
y mis senderos se nivelarán.
Miradlos venir de lejos;
miradlos, del Norte y del Poniente,
y los otros de la tierra de Sin.
Exulta, cielo; alégrate, tierra;
romped a cantar, montañas,
porque el Señor consuela a su pueblo
y se compadece de los desamparados».
Sion decía: «Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado».
¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta,
no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 144,8-9.13cd-14.17-18

R/. El Señor es clemente y misericordioso

V/. El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

V/. El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.

V/. El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones.
Cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (5,17-30):

EN aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo».
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió.
En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán.
Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre.
No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».

Palabra del Señor

_____________________________

1. Este poema de Isaías, uno de los cuatro cánticos del Siervo de Yahvé, nos prepara para ver luego en Cristo al enviado de Dios.
Es un canto que resalta el amor de un Dios que quiere a su pueblo, a pesar de sus extravíos. Un Dios que es pastor y agricultor y médico y hasta madre. Que se prepara a salvar a los suyos del destierro, a restaurar a su pueblo. Las imágenes se suceden: «decid a los cautivos: salid; a los que están en tinieblas: venid a la luz». Dios no quiere que su pueblo pase hambre ni sed, o que padezcan sequía sus campos: «los conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua». Todo será alegría y vida.
Y por si alguien en Israel había dudado pensando «me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado», sepa que no tiene razón. «¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues yo no te olvidaré».
El salmo nos lo ha hecho repetir para que profundicemos en el mensaje: «el Señor es clemente y misericordioso… el Señor es bueno con todos, es fiel a sus palabras, el Señor sostiene a los que van a caer».
2. Jesús de Nazaret es ese Siervo a quien Dios ha enviado a curar y liberar y devolver la alegría y la luz y la fiesta.
Lo ha mostrado curando al paralítico que esperaba junto a la piscina. El pasaje de hoy es continuación del milagro que leíamos ayer y que provocó una vez más las iras de sus adversarios. Jesús aprovecha para añadir su comentario al hecho, como suele hacer siempre en el evangelio de Juan.
Jesús «obra» en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre.
Los que crean en Jesús y le acepten como al enviado de Dios son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio.
3. ¿Creemos de veras que Jesús, el Enviado y el Hijo, puede curarnos y comunicarnos su vida, y hasta resucitarnos, si nos hace falta? El milagro de la curación de un paralítico, ¿lo interpretamos nada más como un signo de su poder y de su buen corazón, o vemos en él el símbolo de lo que el Señor Resucitado quiere hacernos a nosotros este año?
Jesús es el que da la vida. Prepararnos a celebrar la Pascua es decidirnos a incorporar nuestra existencia a la de Cristo y, por tanto, dejar que su Espíritu nos comunique la vida en plenitud. Si esto es así, ¿por qué seguimos lánguidos, débiles y aletargados? Si nos unimos a él, ya no estaremos enfermos espiritualmente. Más aun, también nosotros podremos «obrar» como él y comunicar a otros su vida y su esperanza, y curaremos enfermos y resucitaremos a los desanimados.
Pascua es vida y resurrección y primavera. Para Cristo y para nosotros. ¿Seremos nosotros de esos que «están en el sepulcro y oirán su voz y saldrán a una resurrección de vida»? Cristo no quiere que celebremos la Pascua sólo como una conmemoración -en una primavera como ésta Jesús de Nazaret resucitó-, sino como renovación sacramental, para cada uno y para toda la comunidad, de su acontecimiento de hace dos mil años, que no ha terminado todavía.
Dios tiene el deseo de podernos decir, como en la primera lectura a su pueblo: «en el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado». Y de liberarnos, si estamos con cadenas. Y de llevarnos a la luz, si andamos en tinieblas.
Cada vez que comulgamos en la Eucaristía deberíamos recordar gozosamente la promesa de Jesús: «el que come mi carne y bebe mi Sangre tendrá vida eterna y yo le resucitaré el último día; como yo vivo por el Padre, que vive, así el que me coma vivirá por mi» (Jn 6,56-57).

Publicado en Uncategorized | 1 Comentario

11 de marzo.

Lecturas del Domingo 4º de Cuaresma – Ciclo B

Primera lectura
Lectura del segundo libro de las Crónicas (36,14-16.19-23):

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:
«El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 136,1-2.3.4.5.6

R/. Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti

Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras. R/.

Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar;
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.» R/.

¡Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti, Jerusalén,
que se me paralice la mano derecha. R/.

Que se me pegue la lengua al paladar
si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén
en la cumbre de mis alegrías. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2,4-10):

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

Palabra de Dios

Evangelio


Lectura del santo evangelio según san Juan (3,14-21):

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Palabra del Señor

_________________________

Homilía para el IV domingo de Cuaresma B

Este IV domingo de Cuaresma, tradicionalmente designado como «domingo Laetare«, está impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo santo: «Alégrate Jerusalén —dice la Iglesia en la antífona de entrada—, (…) gocen y alégrense ustedes, que por ella estaban tristes«. De esta invitación se hace eco el estribillo del salmo responsorial: «El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría«. Pensar en Dios da alegría.
Surge espontáneamente la pregunta: pero ¿cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? Desde luego, un motivo es la cercanía de la Pascua, cuya previsión nos hace gustar anticipadamente la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Pero la razón más profunda está en el mensaje de las lecturas bíblicas que la liturgia nos propone hoy y que acabamos de escuchar. Nos recuerdan que, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar «obstinado», y nos envuelve con su inagotable ternura.
Las palabras de Jesús que acabamos de escuchar están tomadas de su conversación con Nicodemo. En el Evangelio de san Juan, la historia del encuentro de Jesús con Nicodemo sigue inmediatamente a la de la expulsión de los vendedores del Templo, que proclamábamos el domingo pasado. Debido a ese gesto, Jesús claramente tomó partido contra los sumos sacerdotes y los líderes religiosos que gobernaban el Templo de Jerusalén, y que pertenecían al partido de los saduceos, a quienes los fariseos se oponían constantemente, quienes negaban su legitimidad. Entonces podemos ver que había una dimensión política en el enfoque de Nicodemo. Quería poner a este joven rabino, Jesús, que comenzaba a ser popular, del lado de los fariseos, contra los saduceos. «Sabemos, dice, con cierta obsequiosidad, que eres un maestro que proviene de Dios».
Jesús no se deja poner tan fácilmente del lado de los fariseos, para quienes la salvación debe realizarse dentro del orden establecido por la ley. Él le enseña a Nicodemo que para ser salvo es necesario nacer de nuevo, del Espíritu. Ahora, este nuevo nacimiento solo puede provenir del «Hijo del Hombre», el único que descendió del cielo. Y es aquí donde comienza el texto del Evangelio que proclamamos recién. Obviamente, es a propósito que el Evangelista Juan usa la expresión «Hijo del Hombre», presentando al Mesías como el prototipo de una nueva humanidad. Él enseña así que lo que puede salvar a la gente de la muerte es fijar sus ojos en el Hombre por excelencia, es decir, aspirar a la plenitud de la humanidad que brilla en la figura del Hombre-Dios, que se convertirá para todos los hombres en el punto de atracción. Sin decirlo explícitamente, Juan obviamente se refiere a la figura de Jesús en la cruz, en quien el plan de Dios para la humanidad será plenamente realizado. La cruz se ve aquí no en términos de muerte, sino de exaltación gloriosa y salvadora.
Y Juan retoma aquí un tema ya abordado en el Prólogo del Evangelio y que le es querido: la luz ha entrado en la oscuridad de la humanidad; algunos lo recibieron, otros lo rechazaron. Ahora, lo que separa de Dios o une a Dios no son doctrinas, teorías o ideas; son las obras: «Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz; no viene a la luz, para que no le sean reprobadas sus obras, sino que el que obra según la verdad sale a la luz«. Cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos a Jesús para preguntarle si él era el Mesías, no les dio una doctrina, un programa, digamos político-moral; Él les dijo: «Vayan y díganle a Juan lo que han visto«: las obras que hago.
Dios amó tanto al mundo, le dijo Jesús a Nicodemo, que entregó a su único hijo para que todo hombre que cree en él tenga vida eterna, es decir, una vida en plenitud que nunca cesa. La única forma de juzgar el valor de las ideas y teorías religiosas, políticas, sociales o económicas es ver hasta qué punto favorecen la vida y en qué medida lleva a la muerte o siembran la muerte, incluso si lo hacen en nombre de las ideologías de tinte religioso.
Es interesante ver que la primera lectura elegida para la Misa de hoy no está tomada del Libro de los Números, donde se cuenta la historia de la serpiente de bronce, sino del segundo libro de Crónicas. El autor sagrado propone una interpretación sintética y significativa de la historia del pueblo elegido, que experimenta el castigo de Dios como consecuencia de su comportamiento rebelde: el templo es destruido y el pueblo, en el exilio, ya no tiene una tierra; realmente parece que Dios se ha olvidado de él. Pero luego ve que a través de los castigos Dios tiene un plan de misericordia.
Eso mismo nos lo ha confirmado, en la segunda lectura, el apóstol san Pablo, recordándonos que «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo» (Ef 2, 45). Para expresar esta realidad de salvación, el Apóstol, además del término «misericordia», eleos, utiliza también la palabra «amor», agape, recogida y amplificada ulteriormente en la bellísima afirmación que hemos escuchado en la página evangélica: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn 3, 16).
Decía el papa emérito en el año 2006: “Sabemos que esa «entrega» por parte del Padre tuvo un desenlace dramático: llegó hasta el sacrificio de su Hijo en la cruz. Si toda la misión histórica de Jesús es signo elocuente del amor de Dios, lo es de modo muy singular su muerte, en la que se manifestó plenamente la ternura redentora de Dios. Por consiguiente, siempre, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el centro de nuestra meditación; en ella contemplamos la gloria del Señor que resplandece en el cuerpo martirizado de Jesús. Precisamente en esta entrega total de sí se manifiesta la grandeza de Dios, que es amor… Por eso, como escribí en la encíclica Deus caritas est, en la cruz «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical» (n. 12). ¿Cómo responder a este amor radical del Señor? El evangelio nos presenta a un personaje de nombre Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén, que de noche va a buscar a Jesús. Se trata de un hombre de bien, atraído por las palabras y el ejemplo del Señor, pero que tiene miedo de los demás, duda en dar el salto de la fe. Siente la fascinación de este Rabbí, tan diferente de los demás, pero no logra superar los condicionamientos del ambiente contrario a Jesús y titubea en el umbral de la fe”.
Pidamos que nuestras obras estén siempre en la luz, recordemos que Dios no castiga arbitrariamente, a veces ese castigo lo producimos cuando usamos mal la libertad, quebrantando la ley natural o su gracias. Pidamos ser testigos del amor de Dios, testimoniar el amor de Dios, Padre misericordioso, amor que es el verdadero secreto de la alegría cristiana, a la que nos invita este domingo, domingo Laetare. Dirigiendo la mirada a María, «Madre de la santa alegría», pidámosle que nos ayude a profundizar las razones de nuestra fe, para que, como nos exhorta la liturgia hoy, renovados en el espíritu y con corazón alegre correspondamos al amor eterno e infinito de Dios. Amén.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

4 de marzo.

IMG-20180301-WA0012

Lecturas del Domingo 3º de Cuaresma – Ciclo B

Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (20,1-17):

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 18,8.9.10.11

R/. Señor, tú tienes palabras de vida eterna

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor
es fiel e instruye al ignorante. R/.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.

La voluntad del Señor
es pura y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.R/.

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila.R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1,22-25):

Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para lo judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Palabra de Dios

Evangelio de mañana


Lectura del santo evangelio según san Juan (2,13-25):

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Palabra del Señor

____________________________

Homilía para el III Domingo de Cuaresma B

Cuando Jesús expulsa a los vendedores del Templo, con ovejas y bueyes, tirando el dinero de los cambistas en el suelo y volcando sus escritorios, los discípulos recuerdan la palabra de la Escritura: «El celo de tu casa me devora» (Salmo 69.10, griego). Interpretan la acción de Jesús a la luz del celo de Elías (1 Reyes 19, 10, 14. 15-18, 2 Reyes 10,1-28, Mal 3, 1ss). Ven en Jesús el Mesías que viene a consolidar las instituciones religiosas de Israel con fuerza y violencia. No entendieron nada, ni siquiera lo que Elías mismo había aprendido en su experiencia mística en el Monte Horeb: que Dios no está presente en lo que es violento (huracán, terremoto, fuego, etc.), sino en lo que es dulce y pacífico, ligera brisa.
Diciendo «no hagan un lugar de comercio la casa de mi Padre», Jesús se coloca en otro terreno. Esta «Pascua de los Judíos», como el evangelista Juan la llama, no sin una nota peyorativa, es muy diferente de la «Pascua del Señor» (como en Ex 12,11.48, Levítico 23, 4, Números 9: 10.14 Deuteronomio 16,1), y el Templo donde se lleva a cabo esta Pascua de los Judíos ya no es la casa de Dios. Llamando a Dios «mi Padre», Jesús indica que la relación entre Dios y el pueblo ya no se puede formular en términos de sacrificio sangriento y por lo tanto de violencia, sino en términos de amor paterno y filial.
Para comprender la actitud aparentemente violenta e intransigente de Jesús, necesitamos reposicionar el Decálogo, que escuchamos en la primera lectura, en su verdadero contexto. Desafortunadamente, hemos aprendido los «Diez Mandamientos» como una serie de preceptos morales que debemos observar, bajo pena de pecado. Estos preceptos fueron realmente promulgados en el doloroso recuerdo de la esclavitud de Egipto y con la esperanza de establecer una sociedad diferente, sin esclavitud ni opresión, donde la igualdad de todos ante Dios sería respetada en las relaciones interpersonales. Si los primeros tres mandamientos hablan de la relación con Dios, los otros siete hablan de las relaciones entre las personas dentro de la comunidad. Por eso la tradición teológica ve los 10 Mandamientos como la expresión de la ley natural. La razón del ser humano puede entender “racionalidad” (valga la redundancia) de los mandamientos y la utilidad de su observancia.
En el tiempo de Jesús, en el universo religioso de Israel, se notó la dominación y explotación de los pobres por parte de la clase dominante. En particular, la «Pascua de los judíos» fue una oportunidad para explotar a los pobres, que tenían que proporcionar la cantidad debida al Templo. Es por eso que Jesús abordó sus reproches, especialmente a los vendedores de palomas, que eran los que explotaban a los más pobres, que no podían comprar nada más. Y tira las monedas, monedas sin grabados, que podían usarse en el Templo.
La ira de Jesús está dirigida contra cualquier uso del sentimiento religioso para explotar a los pequeños y a los pobres. Toda apelación a Dios, ya sea que se llame a Allah o al Dios de los cristianos, para justificar la violencia y la guerra es un crimen contra la humanidad, la humanidad de los pequeños, que son siempre sus primeras víctimas y la humanidad de él, quien eligió convertirse en uno de nosotros.
Decía el papa emérito el 11 de marzo de 2012: “El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma refiere, en la redacción de san Juan, el célebre episodio en el que Jesús expulsa del templo de Jerusalén a los vendedores de animales y a los cambistas (cf. Jn 2, 13-25). El hecho, recogido por todos los evangelistas, tuvo lugar en la proximidad de la fiesta de la Pascua y suscitó gran impresión tanto entre la multitud como entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de Jesús? En primer lugar, hay que señalar que no provocó ninguna represión de los guardianes del orden público, porque lo vieron como una típica acción profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, con frecuencia denunciaban los abusos, y a veces lo hacían con gestos simbólicos. El problema, en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (Jn 2, 18); demuéstranos que actúas verdaderamente en nombre de Dios. La expulsión de los mercaderes del templo también se ha interpretado en sentido político revolucionario, colocando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes. Estos, de hecho, eran «celosos» de la ley de Dios y estaban dispuestos a usar la violencia para hacer que se cumpliera. En tiempos de Jesús esperaban a un mesías que liberase a Israel del dominio de los romanos. Pero Jesús decepcionó estas expectativas, por lo que algunos discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo traicionó. En realidad, es imposible interpretar a Jesús como violento: la violencia es contraria al reino de Dios, es un instrumento del anticristo. La violencia nunca sirve a la humanidad, más aún, la deshumaniza. Escuchemos entonces las palabras que Jesús dijo al realizar ese gesto: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre» (Jn 2, 16). Sus discípulos se acordaron entonces de lo que está escrito en un Salmo: «El celo de tu casa me devora» (69, 10). Este Salmo es una invocación de ayuda en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo llevará hasta la cruz: el suyo es el celo del amor que paga en carne propia, no el que querría servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y resurrección. «Destruid este templo —dijo—, y en tres días lo levantaré». Y san Juan observa: «Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19. 21). Con la Pascua de Jesús se inicia un nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es él mismo, Cristo resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23).”
Al final del evangelio hay algo que tenemos que tener en cuenta: “Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre”. ¿Puede fiarse de nosotros Jesús, que somos creyentes? ¿Entendemos sus gestos, sus palabras, vivimos en el amor y la paz, aun cuando tenemos que corregir y a veces defendernos? Que María nuestra Madre nos enseñe a entender el abismo de amor y entrega de su hijo Jesús por nosotros.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

27 de febrero.

Misa en San Pedro, Vaticano, altar del Sagrado Corazón. He rezado por todos.

 

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

25 de febrero. Homilía 2do domingo de cuaresma

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

24 de febrero, charla comentario papa Francisco, retiro parroquial

IMG-20180225-WA0034IMG-20180225-WA0037IMG-20180225-WA0036IMG-20180225-WA0041IMG-20180225-WA0035IMG-20180225-WA0039

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

25 de febrero.

Lecturas del Domingo 2º de Cuaresma – Ciclo B

Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (22,1-2.9-13.15-18):

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»
Él respondió: «Aquí me tienes.»
Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.
Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo «¡Abrahán, Abrahán!»
Él contestó: «Aquí me tienes.»
El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»

Palabra de Dios

Salmo
Sal 115,10.15.16-17.18-19

R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida

Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!»
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles. R/.

Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor. R/.

Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,31b-34):

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Marcos (9,2-10):

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

Palabra del Señor

______________________

Homilía para el II Domingo de Cuaresma B

El evento contado en el Evangelio de hoy tiene lugar en un momento crucial en la vida de Jesús. Por un cierto tiempo las multitudes lo habían escuchado y habían recibido su mensaje con apertura y también, en algunas ocasiones, con entusiasmo. Luego, dado que gradualmente se volvía una amenaza para la autoridad, los fariseos comenzaron a hacerle una lucha constante, y las multitudes lo abandonaron poco a poco. En un cierto momento se dio cuenta claramente que sus enemigos estaban por vencer y que él estaba por morir. Anunció entonces su muerte a sus discípulos y, a partir de ese momento consagró la mayor parte de su tiempo a formar a los discípulos más que a enseñar a las muchedumbres.

Frecuentemente, durante su vida pública, y especialmente cuando tenía que tomar decisiones importantes, Jesús se retiraba a la soledad para pasar un tiempo –a veces la noche entera- en oración. Esta vez, no fue solo. Tomó consigo tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan –quizá porque eran aquellos que entre los discípulos que presentaban la mayor resistencia a su mensaje (los hijos del trueno, el fuego del cielo, Pedro que lo niega).
Ahí, en su plegaria, Jesús debe decir que “sí” a la voluntad del Padre. Debe aceptar plenamente su misión, hasta su muerte. Después, cuando toda expectativa humana había desaparecido, cuando no había nada más que la esperanza pura y desnuda en el Padre, cuando todo aquello que no era su misión mesiánica había sido quitado o se desmoronaba, se reveló su verdadera identidad. Se transfiguró. Toda su humanidad se reducía a la voluntad del Padre sobre Él. Y así como los tres discípulos habían tenido el privilegio de participar en su oración, fueron admitidos a esta revelación de su identidad.

Aparecen entonces Moisés y Elías, los cuales simbolizan la entera religión antigua de Israel. Para Pedro, Santiago y Juan no hay más nada que buscar. Sus expectativas se realizaron. El Mesías triunfó. Y Pedro propone no seguir adelante, se quiere quedar ahí: “Maestro hagamos tres tiendas…” Él manifiesta así que la visión no cambió su mentalidad. Permanece atado a las tradiciones antiguas y pretende poner en la misma categoría a Jesús, Moisés y Elías, integrando entonces el mesianismo de Jesús en las categorías del Antiguo Testamento.

Pedro huye del conflicto prefiere la montaña a Jerusalén y el Tabor al Calvario. La voz del Padre lo devuelve al presente: “Este es mi Hijo dilecto. Escúchenlo”. Moisés y Elías no le dicen nada a los discípulos. Desaparecen y permanece sólo Jesús que el Padre declara su hijo dilecto que se debe escuchar. La Ley y los Profetas se han cumplido.

También nosotros debemos dejarnos transfigurar, identificándonos, en todo nuestro ser humanos, con la voluntad de Dios para nosotros. Esto puede sucedernos, como a Jesús, cuando tenemos el coraje de retirarnos en soledad a rezar. Estamos llamados a ver cada uno de nuestros hermanos en su naturaleza transfigurada. Dios se revela en cada uno, si nuestros ojos y corazones son capaces de ver. En cuaresma debemos dejarnos transfigurar en el encuentro con el Señor, en descubrir y tratar de vivir su voluntad.

Decía el Papa emérito en 2008: “El monte —tanto el Tabor como el Sinaí— es el lugar de la cercanía con Dios. Es el espacio elevado, con respecto a la existencia diaria, donde se respira el aire puro de la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en la presencia del Señor, como Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del «éxodo» que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua. La Transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, se adhiere con su voluntad humana a la voluntad de amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: él es Dios, Luz de Luz. También el vestido de Jesús se vuelve blanco y resplandeciente. Esto nos hace pensar en el Bautismo, en el vestido blanco que llevan los neófitos. Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial, que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (cf. Ap 7, 9. 13). Aquí está el punto crucial: la Transfiguración es anticipación de la resurrección, pero esta presupone la muerte. Jesús manifiesta su gloria a los Apóstoles, a fin de que tengan la fuerza para afrontar el escándalo de la cruz y comprendan que es necesario pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al reino de Dios. La voz del Padre, que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es su Hijo predilecto, como en el bautismo en el Jordán, añadiendo: «Escuchadlo» (Mt 17, 5). Para entrar en la vida eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirlo por el camino de la cruz, llevando en el corazón, como él, la esperanza de la resurrección. Spe salvi, salvados en esperanza. Hoy podemos decir: «Transfigurados en esperanza».”

Que María nos ayude a reconocer y a seguir al Mesías del Nuevo Testamento, no nos refugiemos en la Montaña, aceptemos que la cruz y parte de la vida y por la cruz lleguemos a la luz. Amén

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

20 de febrero.

MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

Libro de Isaías 55,10-11.

Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.

Salmo 34,4-7.16-19.

Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió y me libró de todos mis temores.
Miren hacia él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán.
Este pobre hombre invocó al Señor: él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
Los ojos del Señor miran al justo y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para borrar su recuerdo de la tierra.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos.

Evangelio según San Mateo 6,7-15.

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

______________________________

1. Ayer era la caridad fraterna. Hoy, la oración. Las lecturas nos van guiando para vivir la Cuaresma con un programa denso, preparando la Pascua. Como una novia que se va preparando -adornos y joyas incluidos- a la venida del esposo.
Isaías nos presenta la fuerza intrínseca que tiene la palabra de Dios, que siempre es eficaz y consigue lo que quiere. La comparación está tomada del campo y la podemos entender todos: esa palabra es como la lluvia que baja, que empapa la tierra y la hace fecunda.
2. Jesús nos enseña a orar. A la palabra que desciende de Dios, eficaz y viva -es siempre Dios el que tiene la primera palabra, el que tiende puentes, el que ofrece su comunión y su alianza-, responde ahora la palabra que sube a él, nuestra oración.
Ante todo Jesús nos dice que evitemos la palabrería cuando rezamos: no se trata de informar a Dios sobre algo que no sabe, ni de convencerle con argumentos de algo que no está seguro de concedernos.
A continuación Jesús nos enseña la oración del Padrenuestro, la «oración del Señor», que se ha convertido en la oración de la Iglesia, de los que se sienten hijos («Padre») y hermanos («nuestro»), la oración que se ha llamado con razón «resumen de todo el evangelio».
El Padrenuestro nos educa a una visión equilibrada de nuestra vida. Se fija ante todo en Dios. Dios es el centro, no nosotros: Padre… santificado sea tu nombre… hágase tu voluntad… venga tu Reino. Luego pide para nosotros: el pan de cada día… el perdón de las ofensas… que no caigamos en la tentación… que nos libre de mal.
Jesús hace, al final, un comentario que destaca la petición más incómoda del Padrenuestro: hemos pedido que Dios nos perdone como nosotros perdonamos. Se ve que, para Cristo, esta historia de nuestra relación con Dios tiene otros protagonistas que tal vez no nos resultan tan agradables: los demás. Jesús nos enseña a tenerlos muy en cuenta: «si perdonáis, también os perdonará… si no perdonáis, tampoco os perdonará».
3. a) Uno de los mejores propósitos que podríamos tomar en esta Cuaresma, siguiendo la línea que nos ha presentado Isaías, sería el de abrirnos más a la palabra de Dios que baja sobre nosotros. Es la primera actitud de un cristiano: ponernos a la escucha de Dios, atender a su palabra, admitirla en nuestra vida, «comerla», «comulgar» con esa palabra que es Cristo mismo, en la «primera mesa», que se nos ofrece en cada Eucaristía.
Ojalá a esa palabra que nos dirige Dios le dejemos producir en nuestro campo todo el fruto: no sólo el treinta o el sesenta, sino el ciento por ciento. Como en el principio del mundo «dijo y fue hecho»; como en la Pascua, que es el comienzo de la nueva humanidad, el Espíritu de Dios resucitó a Jesús a una nueva existencia, así quiere hacer otro tanto con nosotros en este año concreto.
b) A la palabra descendente que acogemos le responde también una palabra ascendente, nuestra oración.
Cuando nosotros le dirigimos la palabra a Dios, él ya está en sintonía con nosotros. Lo que estamos haciendo es ponernos nosotros en onda con él, porque muchas veces estamos distraídos con mil cosas de la vida. En eso consiste la eficacia de nuestra oración.
Seria bueno que estos días leyéramos, como lectura espiritual o de meditación, la parte IV del Catecismo de la Iglesia Católica: qué representa la oración en la vida de un creyente, cómo oró Jesús, cómo rezó la Virgen María y, sobre todo, el sabroso comentario al Padrenuestro.
Doble programa para la Cuaresma, imitando a Cristo en los cuarenta días del desierto: escuchar más la palabra que Dios nos dirige y elevarle nosotros con más sentido filial nuestra palabra de oración. Para que nuestra oración supere la rutina y el verbalismo, y sea en verdad un encuentro sencillo pero profundo con ese Dios que siempre está cercano, que es Padre, que siempre quiere nuestro bien y está dispuesto a darnos su Espíritu, el resumen de todos los bienes que podemos desear y pedir. También nosotros podemos decir, como Jesús en la resurrección de Lázaro: «Padre, yo sé que siempre me escuchas».

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario