Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Para pensar?

El bien que nos hacen

– Yo los voy a arreglar, bichos de la gran flauta -dijo el Hombre descolgando la escopeta.
– Dejalos, pobrecitos, quién sabe no tengan nido -dijo la Mujer. Todos los años vienen y la cosecha no falla.
– Comen muchas matitas tiernas de maíz -dijo el Hombre. ¿Vos sabés lo que sería la cosecha sin esos bichos dañinos?

Desde la casa se veían las gaviotas sobre el maizal, como un remolino de papelitos blancos. El Hombre se situó atrás de la parva y comenzó a batirlos a tiro seguro. Diez días sonaron los estampidos fragorosos y cayeron los pájaros aleteando. Y después se fueron las Gaviotas para no volver.

Y sucedió que ese año se perdió la mitad de la cosecha, porque salió una plaga de gusanos peludos y asquerosos que comían los choclos hasta el marlo. Y el año siguiente la cosecha se perdió entera, porque parece que las gaviotas eran las que se comían esos gusanos pestíferos que antes nadie había visto.

– ¡El bien que me hacían las gaviotas y yo no supe! -dijo el Hombre. El bien que nos hacen no lo vemos, y el mal que nos hacen, aunque sea pequeño, enseguida lo notamos.
– Así es el Hombre -dijo una Gaviota.

P. Leonardo Castellani, Fábulas camperas.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

26 de agosto.

img-20170715-wa0039

Lecturas del Domingo 21º del Tiempo Ordinario – Ciclo B

 

Primera lectura

Lectura del libro de Josué (24,1-2a.15-17.18b):

En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.»
El pueblo respondió: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra fe sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.

Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará. R/.

La maldad da muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-32):

Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres corno Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Palabra de Dios

Evangelio de mañana

Evangelio según san Juan (6,60-69), del domingo, 26 de agosto de 2018

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,60-69):

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor

_______________________________________

Homilía para el XXI Domingo B

Si buscamos un tema común recurrente en cada una de las tres lecturas de este domingo, y si queremos expresarlo de una manera popular, podremos decir que el tema es: “decídanse”.
Es esto lo que le dice Josué a las Tribus de Israel, en Siquém, al ingreso de la Tierra Prometida, después que hubiesen conquistado la tierra, cuando el pueblo era atraído por la religión de las naciones que habían conquistado. Josué les dice que deben elegir, que deben servir o al Señor, el Dios de Israel, o a los dioses de las naciones. No pueden servir a ambos. No pueden tener un pie en dos zapatos al mismo tiempo.
En el Evangelio, después que Jesús se manifestó de manera explícita y claramente como la fuente de la Vida, que proviene del Padre y que literalmente hay que comerlo (Hay un crescendo Jn 6, 58: «Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron (éfagoon, comer, tomar alimento) sus padres y murieron. El que coma (tróogoon, comer triturando con la correspondiente fuerza y el correspondiente ruido) de este pan vivirá eternamente», muchos lo abandonaron y se fueron, encontrando muy duro ese lenguaje. Jesús entonces dice a aquellos que habían quedado que hagan una elección: “¿Ustedes también se quieren ir?”
También san Pablo, en su Carta a los Efesios, habla de la elección que hace el uno de la otra, la mujer y el hombre que contraen matrimonio. La superioridad del hombre sobre la mujer, de la cual habla la primera parte del texto (y que seguramente las mujeres de hoy no serán muy fanáticas de Pablo), debe ser atribuido al contexto histórico. No es esto lo que Dios quiere revelar en este escrito de Pablo, pues eso en ese momento era así. Lo esencial del mensaje es más bien el amor recíproco que debe ligar a los dos esposos. Es esta elección radical del uno por parte del otro lo que Pablo llama sacramento, es decir, manifestación visible y simbólica de la elección que Cristo ha hecho por su Iglesia, por cada uno de nosotros. El matrimonio es un sacramento referido al amor de Cristo por su Iglesia.
En el curso de nuestra vida tenemos muchas elecciones por hacer. Hacerlas es relativamente simple, en la mayor parte de los casos. Lo que no es fácil, es ser fieles y consecuentes con cada una de las elecciones hechas. Eligiendo a Dios, hemos renunciado a todos los otros “dioses”, particularmente a Mammona (el dios del dinero, de lo inmediato). Eligiendo esposa o esposo, el hombre y la mujer renuncian a todos los otros candidatos o candidatas posibles, y a todas las personas todavía más maravillosas que podrían encontrar más tarde en la vida. Eligiendo a Cristo se renuncia a todos los falsos profetas. Eligiendo una vocación se renuncia a las otras tan dignas y bellas.
Frecuentemente queremos tener la satisfacción de haber elegido algo y de haber renunciado a ciertas cosas, pero sin aceptar siempre las consecuencias de estas elecciones y queremos disponer todavía, al menos cada tanto, de algunas de las realidades a las cuales hemos renunciado. Creo que la mayor parte de los problemas, tanto psicológicos como espirituales, que se pueden encontrar en la vida, como ser la mayor parte de los obstáculos al crecimiento humano, a la madurez, provienen del hecho que las personas no queremos atenernos, por una razón o por otra, a las elecciones que hemos hecho, y no aceptamos todas las consecuencias y las exigencias de estas elecciones.
Por otra parte, el aspecto positivo de estas elecciones es que cada empeño que tenga carácter público, que sea un empeño en relación a otra persona, en el matrimonio o en relación a Dios y los hermanos en la vida religiosa o sacerdotal, nos pone en una situación nueva, no solo con Dios, sino también con el resto de la humanidad. Cuando dos personas deciden entregarse la una a la otra en la vida matrimonial, con este intercambio de promesas en público, expresan la convicción y el hecho que su relación humana más privada y más íntima es al mismo tiempo parte y expresión sacramental de una realidad mucho más grande, la comunión de amor entre Dios y su pueblo.
De la misma manera, cuando un religioso o religiosa, o un sacerdote expresan públicamente sus votos o promesas, expresan también la convicción y el hecho que su entrega hacia Dios y hacia una comunidad concreta es la manifestación sacramental de la misma realidad de la Iglesia. Es paradojalmente (parece contradictorio, pero no lo es) la libertad, la verdadera libertad, a la que todos nosotros aspiramos, no es alcanzada sino por aquellos que han tomado una decisión total, de un tipo u otro, empujando sus barcas mar adentro y derribando los puentes detrás suyo. Entonces solamente florece la libertad, que nos libera de la esclavitud y de la alienación que nos viene de nuestro egoísmo. Cuando nos viene la tentación de mirar atrás, a nuestras espaldas (y esto nos sucede un día u otro), podemos tener siempre la gracia de sentir la voz de Jesús que nos dice, como a sus discípulos: “¿Me querés dejar, tal vez?”
“¿Ustedes también se quieren ir?” “¿A dónde?, dice Pedro, tú tienes Palabras de Vida eterna.” Para no equivocarnos en las elecciones debemos confiar en Dios y tener fe. No buscar todas las seguridades para elegir, nunca podremos estar absolutamente seguros, pero en las cosas de Dios debemos movernos también por la fe. En este sentido meditemos una cita, un tanto extensa, de San Agustín: «“Tu tienes palabras de vida eterna”. El Evangelista nos relata que el Señor se quedó con los doce discípulos los cuales le dijeron: “He aquí, Señor, aquellos te abandonaron”. Y Jesús responde «¿Ustedes también se quieren ir?” (Jn 6, 67), queriendo demostrar que Él era necesario a ellos, y no ellos a Cristo. Ninguno se imagine intimidar a Cristo, amenazando hacerse cristiano, como si Cristo será más feliz si te haces cristiano. Hacerse cristiano, es un bien para ti: porque si no te haces cristiano, no le harás mal a Cristo. Escucha la voz del salmo: “He dicho al Señor: Tu eres mi Dios, porque no tienes necesidad de mis bienes” (Sal 15, 2). Por eso, “Tu eres mi Dios, porque no tienes necesidad de mis bienes”. Si tú no estás con Dios, estarás disminuido, pero Dios no será más grande, si tú estás con él. Tú no lo haces más grande, pero sin Él tú te vuelves más chico. Crece entonces en Él, no te retires, es como una disminución. Si te acercas a Él ganarás; te destruirás, si te alejas de Él. Él no sufre cambio sea que te acerques, sea que te alejes. Cuando, entonces, él le dice a los discípulos: “¿También ustedes se quieren ir?”, responde Pedro, aquella famosa piedra, y en nombre de todos dice: “Señor, a quien iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6,68)… El Señor se dirige a aquellos pocos que habían quedado: “Por eso Jesús dice a los doce”, o sea aquellos pocos que habían quedado, “¿También ustedes se quieren ir?” (Jn 6,67). También Judas se había quedado. La razón por la cual se había quedado era ya clara al Señor, mientras que para nosotros será clara más tarde. Pedro responde por todos, uno por muchos, la unidad por la multiplicidad: “Le responde Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? (Jn 6,68). Si nos echas de tí, danos otro similar a ti: “¿A quién iremos?”. Si no vamos a ti, ¿a quién iremos? “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Mira de qué manera Pedro, con la gracia de Dios vivificado por el Espíritu Santo, ha comprendido las palabras de Cristo. ¿De qué manera ha entendido, sino porque ha creído? “Tú tienes palabras de vida eterna”. Esto es, tú nos das la vida eterna, en el ofrecernos tu carne y tu sangre. “Y nosotros hemos creído y hemos conocido” (Jn 6,69). No dice Pedro, hemos conocido y hemos creído, sino “hemos creído y hemos conocido”. Hemos creído para poder conocer; en efecto, si primero quisiésemos saber y después creer, no seremos capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué cosa hemos creído y qué cosa hemos conocido? “Que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Jn 6,69), esto que tú eres, la misma vida eterna, y tú nos das en tu carne y en tu sangre, eso que tú mismo eres. » (Agustín, Comment. in Ioan., 11, 5; 27).
Terminamos el capítulo 6 de San Juan, Cristo es el Pan de Vida y lo tenemos que comer de verdad para estar en comunión con Él y vivir de Él, tener acceso al Padre. Tener la vida verdadera es creer y conocer. ¿Lo queremos hacer, en la vocación en la que estamos, a ciencia y a conciencia? Terminamos como empezamos el tema de este domingo que nos invita a examinar nuestras elecciones. Debemos decidir.
Que María Madre nuestra interceda para que no nos equivoquemos y siempre apreciemos y creamos en el alimento de su Cuerpo y su Sangre, única Vida Verdadera, ¿A quién vamos a ir, si no?

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

19 de agosto.

espac3b1a-roma-octubre-2011-415

Lecturas del Domingo 20º del Tiempo Ordinario – Ciclo B

 

Primera lectura

Lectura del libro de los Proverbios (9,1-6):

La Sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: «Los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio: «Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia.»»

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,2-3.10-11.12-13.14-15

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R/.

Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor.
¿Hay alguien que ame la vida
y desee días de prosperidad? R/.

Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,15-20):

Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Palabra de Dios

Evangelio de mañana

Evangelio según san Juan (6,51-58), del domingo, 19 de agosto de 2018

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron;,el que come este pan vivirá para siempre.»

Palabra del Señor

_________________________________

HOMILÍA PARA EL XX DOMINGO DURANTE EL AÑO B

Una de las diferencias entre un banquete y una comida ordinaria es que en un banquete normalmente se es invitado. En general, una persona no se presenta a un banquete sin haber recibido una invitación, y además, se responde a la invitación aún en caso de no poder ir. En los Evangelios de los últimos domingos hemos escuchado a Jesús invitarnos a un banquete que ha preparado para nosotros. Hoy, en la primera lectura, escuchamos la invitación de la Sabiduría para asistir a un banquete que ella nos ha preparado.
Todo esto nos recuerda una verdad fundamental, de la que eran bien conscientes todos los grandes profetas y místicos: que en la vida espiritual, en nuestra vida cristiana, todo comienza con una invitación, una llamada, una vocación.
La vida de oración y la experiencia mística no son cualquier cosa a las que podemos llegar con nuestros esfuerzos personales. Es una llamada que viene desde fuera. Esta llamada puede tomar una forma dramática, como en el caso de ciertos grandes profetas, como Isaías y Jeremías, o en el caso de Pablo, enceguecido por un rayo de luz camino a Damasco. En otros casos no es más que la caricia de una brisa ligera, como en la que se manifestó a Elías.
La experiencia espiritual cristiana comienza y termina con la experiencia de ser amados y la invitación a amar también nosotros a la vez. “Amamos –dice san Juan –porque Dios nos amó primero”. El secreto de la energía fundamental de san Pablo, de san Bernardo o de santa Teresa de Jesús residía en su convicción de ser amados. La primera cosa en la vida de un cristiano no es amar, sino más bien recibir el amor. Nuestro amor, sea a Dios o al prójimo, no puede ser más que una respuesta al amor de Dios por nosotros. La condición es tener confianza, tener fe en la persona que nos ama.

Es también importante considerar el contexto en el que se colocan estos discursos de Jesús en el Evangelio de Juan. Sabemos cómo está construido este Evangelio: una serie de signos, cada uno seguido de un discurso. En el capítulo 6 hemos tenido el signo de la multiplicación de los panes, después la muchedumbre quiere coronar a Jesús como rey, después Jesús camina sobre el lago. Vienen entonces los dos discursos sobre el pan de vida, uno lo hemos meditado la semana pasado el otro, hoy.
A la muchedumbre, que no entiende lo que Él dice, Jesús declara finalmente de manera muy clara: “Yo soy el pan de vida… La voluntad de mi Padre es que quien ve al Hijo y crea en Él tenga la vida eterna… La gente murmura… Jesús dice de nuevo: Yo soy el pan descendido del Cielo. Aquel que come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. La palabra “carne” (sarx) más fuerte que “cuerpo” (soma), pone toda esta enseñanza en el contexto de la Encarnación. El Hijo de Dios se ha hecho Hijo del Hombre.

En realidad, el contexto entero es aquel de la fe. El significado original de este relato concernía a la necesidad de recibir con fe el mensaje de Jesús. Es así que después esta fe en su palabra es la misma fe en la eucaristía que es comida, que es concreción de la Encarnación. Esta unión entre los dos elementos –creer en su Palabra, creer en su Cuerpo y Sangre- debe hacernos reflexionar acerca de nuestra manera de concebir la celebración eucarística. Si nosotros venimos al santo sacrificio eucarístico un poco como quien va a cargar combustible para llenar el tanque del coche, la Misa se vuelve un simple rito, en el que solo pensamos en cargar energías y fuerzas espirituales. Si esta es nuestra actitud no debemos sorprendernos que después de muchos años de esta práctica, siempre nos encontremos en el mismo punto de nuestro camino espiritual.
Si en cambio encontramos a Cristo en cada Misa y profundizamos nuestra relación de fe, de oración y de caridad en nuestra vida con el prójimo, entonces sí, la Eucaristía será una expresión sacramental de esta fe y de este amor, y el alimento que es la presencia real de Jesús en la comunión, que no será un talismán sino un profundizar nuestra unión a Él, y por lo tanto un dejarnos transfigurar, un convertirnos en lo que comemos. Como escribió san Pablo: “no soy yo quien vive es Cristo quien vive en mí”.

Es el sentido de la palabras de un monje del siglo XII, Guigo, el cartujo: «Por lo tanto seguir a Cristo, adherir a Él. “mi bien” – está escrito- “es unirme a Dios” (Sal. 72, 28); y “A ti se une mi alma y la fuerza de tu derecha me sostiene” (Sal 62, 9). “Quien se una al Señor forma”, en efecto, “con Él un solo espíritu” (1Co 6, 17). No solamente un solo cuerpo, sino también un solo espíritu. Del espíritu de Cristo vive todo su cuerpo. A través del Cuerpo de Cristo, se llega a su espíritu. Busca entonces estar en el cuerpo de Cristo y serás un día un solo espíritu con él. Ya, por la fe, estás unido a su cuerpo; por la visión, después, estarás unido también a su espíritu. Sin embargo, ni la fe aquí abajo, puede estar sin el espíritu, ni el espíritu podrá estar, allá arriba, sin el cuerpo, porque nuestros cuerpos no serán entonces unos espíritus, sino espiritualizados (1Co 15, 44). “Quiero, oh Padre” –dice en efecto Jesús- “que como tú estás en mí y yo en ti, sean también ellos una sola cosa, para que el mundo crea” (Jn 17, 21). He aquí el hombre de la fe. Y poco después: “Para que también ellos sean perfectos en la unidad, y el mundo conozca” (Jn 17, 23). He aquí la unión por la visión. Esto significa comer espiritualmente el cuerpo de Cristo: tener en él una fe pura, y buscar siempre con la atenta meditación de la misma fe, y encontrar esto que buscamos con la inteligencia; amar después ardientemente esto que se encontró, imitar esto que amamos con todas nuestras fuerzas, e imitando adherir constantemente a él, y adhiriendo, estar permanentemente unidos
Que nuestra Madre, la Virgen, haga que la Misa nunca sea mero rito sino un crecimiento real en la comunión con Cristo y los hermanos que nos haga avanzar para mejorar en el camino de la vida.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Fiesta Patronal Diocesana

20180815_152046IMG-20180815-WA006920180815_151027

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

11 de agosto. Encuentro aclaratorio sobre el aborto.

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

12 de agosto.

verde

Lecturas del Domingo 19º del Tiempo Ordinario – Ciclo B

 

Primera lectura

Lectura del primer libro de los Reyes (19,4-8):

En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»
Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!»
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: «¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.»
Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 33,2-3.4-5.6-7.8-9

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.

El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno, es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,30–5,2):

No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

Palabra de Dios

Evangelio de mañana

Evangelio según san Juan (6,41-51), del domingo, 12 de agosto de 2018

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,41-51):

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.»
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Palabra del Señor

________________________________________

Homilía para el XIX domingo durante el año B

Elías es una figura fascinante de la Biblia. Uno de los grandes profetas, él fue un hombre de acción más que de palabras. Yo no creo que las Escrituras nos traigan ningún discurso de él. Fue un místico, un solitario venido del gran desierto oriental. El Espíritu de Dios lo condujo constantemente de un lugar a otro: Fencia, el Monte Horeb, el torrente de Kerit, el palacio del rey Ajab, el jordan… Su misión estuvo ligada a todos los movimientos de la historia de su pueblo. Fue sobre todo por sus acciones que habló.
Él fue también un gran defensor de Dios y fue sacerdote delante de todos los sacerdotes de Baal, a los que pasó a cuchillo, porque eran enemigos de Dios, para demostrar así la autenticidad de su misión. En el libro de los Reyes después del relato de la muerte de los profetas de Baal, está nuestro texto de la primera lectura. Después de la muerte de los baales la reina Jezabel se enfurece y quiere la cabeza del profeta. Entonces Elías, ese gran profeta lleno de ardor, tiene miedo y quiere salvar su vida. Descubre que es un hombre como los otros –un hombre débil, incluso un cobarde. Se fue al desierto y después de un día de camino no pudo más. Quiere morir y dice a Dios (es lo que proclamamos hoy): “Basta Señor toma mi vida yo no soy mejor que mis antepasados”.
La desesperación de Elías no fue muy diferente de la situación desesperada que encontró el pueblo de Israel en Egipto, cuando el faraón los amenazó con exterminarlos. La situación de Elías resume lo que le pasó al Pueblo en el pasado, y la liberación será el eco de la suya. Su peregrinaje no es un viaje hacia la oscuridad de la noche sino hacia la luz del día. Así como Dios intervino para salvar a su pueblo de la esclavitud, así interviene para salvar a Elías de la desesperanza. Asistimos a un mini Éxodo.
Es la primera vez que Elías hace experiencia de su debilidad, de su miedo, de su pecado. El recibe del ángel de Dios el pan que le permitirá continuar su camino en el desierto, hasta el monte Horeb, allí se reencontrará a Dios (hace, simbólicamente, a la inversa, el camino recorrido por el Pueblo de Israel durante sus cuarenta años de desierto, a partir del monte Horeb). El pan recibido por Elías es evidentemente prefiguración de la Eucaristía, así como el maná en las lecturas del domingo anterior. Es el anuncio de la concreción que proclamamos hoy: “Yo soy el pan de vida descendido del cielo”.
Esta peregrinación de Elías, como la del pueblo de Israel, es el prototipo de nuestra peregrinación. Solo cuando no nos sentimos seguros de nuestras virtudes, de lo que creemos poder, y de nuestras creencias en general, ahí hacemos experiencia de Dios. Solamente cuando todo parece temblar a nuestros pies, y esto pasa un día u otro de nuestra vida, solo cuando nuestras seguridades que creíamos tener se evaporan, cuando las verdades son puestas en cuestión, ahí comienza Dios a actuar.
La primera enseñanza que podemos sacar de la Palabra de hoy es que nosotros no encontramos a Dios y no entramos en relación personal con él cuando estamos ciertos y convencidos de nuestra bondad e inocencia, y cuando nos creemos mejores que los otros o, todavía peor, cuando estamos listos para eliminar –de una forma u otra- a aquellos que consideramos los enemigos de Dios o de nosotros. ¡No! Para entrar en relación personal con Dios debemos, como Elías, descubrir nuestra debilidad, nuestra necesidad de curación, es decir de conversión. Y la segunda es que la verdadera comunión con Cristo, comer su carne, nos fortalece.
Podemos entonces recibir la Eucaristía como un pan de vida, un pan que nos permita continuar nuestro camino por el desierto (no es magia, la Eucaristía no borra los problemas, PERO NOS DA FUERZA). Cuando recibimos este Pan, lo hacemos nos solamente para cargar las pilas, sino también y sobre todo para experimentar nuestra fe en Jesús que dijo: “El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Cristo me fortalece porque entro en comunión con él, no porque es un elixir o un solucionador de problemas y conflictos. Ojalá con ayuda de nuestra madre la Virgen comulguemos con un tal acto de fe.
Termino con una cita del papa emérito Benedicto XVI: “«Yo soy el pan de vida». A la murmuración de la multitud, que no comprende el significado de estas palabras, Jesús les presenta la verdad de Sí mismo: «Yo soy el pan de vida bajado del cielo, para la vida del mundo».
La murmuración de la muchedumbre es similar a la de Israel en el desierto; es el lamento del hombre de todos los tiempos, incapaz de estar delante de la propia necesidad, solo, excluyendo el misterio. Como Elías, que cansado y descorazonado afirma: «¡Ya basta, Señor! Toma mi vida». La parábola del profeta es la parábola de todo hombre.
Y Dios está pronto para intervenir, apasionadamente, amador de cada destino, movido por el deseo de verdadera felicidad que Él quiere para cada hombre.
Dios interviene a su estilo: no nos quita el cansancio, pero nos da “un poco de pan y un poco de agua”: interviene con la fuerza de las cosas cotidianas, con la humildad y la pobreza que tienen las cosas esenciales. He aquí que, en el profeta y en cada uno, florece el deseo e incluso la voluntad de caminar: como una infinita capacidad de recomenzar, que tiene el Amor que se da de raíz». (Ángelus 16 de agosto 2009).

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario

Publicado en Uncategorized | Deja un comentario